El arte y la armonía: destellos de eternidad

Para los griegos, Harmonía era una diosa, la diosa de la armonía y la concordia. Harmonía era hija de Afrodita y de Ares. La primera, deidad del amor, de la belleza, representaba una constante inspiración para los seres humanos; Ares, dios de la guerra, era quien llevaba a cabo la palabra de Hera, aquel que representaba la fuerza que destruye lo que no corresponde que sea, todo lo que no cumple con las leyes.

La armonía, así como la divinidad que la representa, surge del encuentro, de la unión de dos fuerzas iguales y opuestas –guerra y amor, destrucción e inspiración- que lograban equilibrarse, no de una manera estática, quieta, sino como las serpientes que se elevan en el caduceo -símbolo de la armonía-, al encontrar un eje, algo que les de altura, alcanzan un equilibrio que las eleva.

Moneda romana con imagen de la diosa Concordia, par de Harmonía en Roma, con el caduceo en mano

En las culturas clásicas, en el intento de conocer las leyes de la naturaleza y poder colaborar con ellas, la búsqueda de la armonía, con distintos nombres según el tiempo y el lugar en el que habitaron, era una forma de vida. Era la lucha constante para desarrollar la capacidad de ser prudentes, de descubrir el justo medio en todos los planos y cada uno así, cumplir con su destino, contribuyendo a que la humanidad toda también lo hiciera. Así podemos ver por ejemplo, la idea hindú de Dharma o destino, del desarrollo de las virtudes como camino hacia la felicidad en Aristóteles y el Nóble Óctuple Sendero para alcanzar la recta acción, que transmitiera Buda.

Las culturas al buscar trascender el tiempo, al dejar obras se convierten en civilizaciones. Éstas se desarrollaban por lo general intentando ser fieles reflejos de lo arquetípico, de lo ideal. Los arquetipos según contaba Platón, eran cuatro: lo bueno, lo justo, lo verdadero y lo bello. Cuando estos arquetipos se plasman en el estado, dan vida a la religión, a la política, a la ciencia y al arte respectivamente.

Los arquetipos, son las raíces en el mundo de las ideas de todo lo que existe. Lo lindo y lo feo, lo bueno y lo malo, todas las posibles dualidades de este mundo, tenían su origen referido a los arquetipos. Por su naturaleza ideal, estos “modelos primordiales” (en griego arquetipo se forma de las palabras arché que significa elemento fundamental, origen, principio y tipos que puede traducirse como modelo, molde, prototipo) son trascendentales, eternos e inmutables.

Según estas concepciones profundas, el arte era el medio por el cual se lograba representar lo bello, la belleza trascendental que se esconde en el mundo sensible y que es su causa; así se lograba dar vida a lo atemporal.

Cupido llevando a Pysché, el alma. Fragmento de la pintura «El nacimiento de Venus» de Sandro Boticcelli. Museo Ufizzi, Florencia, Italia.

Al ser las obras de arte reflejo de lo arquetípico, despiertan en el alma humana el instinto de eternidad y esta se ve conmovida; las obras de arte tenían -y tienen- la mágica capacidad de elevar el alma de los seres humanos, de movilizar los sentimientos más sutiles; esta elevación despierta sensaciones que nos hacen perder la noción del tiempo, que nos unifican como humanidad. Este movimiento ascendente del alma hacia la Venus Urania, como enseñaba Plotino, producto de un equilibrio dinámico, es posible cuando el arte es canal de la armonía y esta puede expresarse.

Utilizar y moldear el sonido, las imágenes, de manera armónica, transformando el mundo, era ser artista. El artista era aquel que, a través de la poesía, el canto, la música, la danza, la pintura, la escultura y todas las expresiones artísticas en general, que en Grecia antiguamente eran regidas por las musas -y estas en total eran nueve-, lograba plasmar lo Bello, la belleza arquetípica e ideal, conmoviéndose al hacerlo y logrando conmover a todos aquellos que apreciaran su obra.

Los artistas en la antigua Grecia eran llamados poetas; en su idioma significa creador. Los poetas eran aquellos intermediarios entre las musas y los humanos, quienes por medio de la inspiración tomaban contacto con estas divinidades y con lo que ellas resguardaban -como hijas de la Mnemósine, la memoria- para expirar lo trascendental, para crear obras que fueran reflejo de lo eterno y colaborar en la creación de un mundo mejor. Las obras de los poetas, generaban transformaciones en la sociedad en general, cuando estos aparecían las culturas se renovaban. Es posible ver, estudiando la historia, que nada que no hubiera tenido armonía, podría haber trascendido el tiempo; dicho en otras palabras: lo armónico vence el tiempo.

Representación de Homero, el poeta.

Las obras de los poetas, eran manifestaciones de lo arquetípico, eran expresiones armónicas. Las creaciones armónicas, símbolos de Harmonía o Concordia, su par romana, unificaban a las personas, les recordaban su sentido de humanidad y aportaban al desarrollo de la civilización, como es el caso de Homero, quién cantando los poemas de la Ilíada y la Odisea, sentó los cimientos de la cultura helénica y por ende de toda la civilización occidental.

Franco P. Soffietti

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