Algunas bibliografías, explican que las leyendas son relatos que navegan en el tiempo, en los orígenes y en las causas; proponen arquetipos dando lugar a misterios que muchas veces resultan ser insondables. El filósofo e historiador de religiones rumano, Mircea Eliades definió a las leyendas como: “una expresión de verdad absoluta, ya que refiere una historia sagrada, una revelación que trasciende lo humano, para aproximarse al despertar del Gran Momento, el tiempo sacralizado del Génesis Universal…”
La Madre de los Ríos y de los Arroyos[1]
Cuenta la leyenda, que en la cima del cerro Aracar, a más de 6 mil metros de altura, vivía una bella mujer, blanca, alta y esbelta como una diosa; de cabellera larga y dorada que caía hasta más debajo de su cintura; que se mecía dulcemente, agitada por los fríos vientos de la cordillera.

Muchos arrieros y cazadores de vicuñas y guanacos, la habían vislumbrado en los lugares más ignotos de las quebradas o en los puntos más inaccesibles de los picos, pero nunca se supo de alguien que se jactase de haber tenido tratos con ella o de haber podido acercársele demasiado.
Se cuenta, que esta bella mujer solía ser vista portando una larga túnica blanca, su cuerpo era transparente, como si hubiese estado hecha de puras nubes blancas. La mujer andaba siempre acompañada de una corzuela blanca como la nieve que la seguía con devoción cuando recorría los cerros; y a veces la seguía cuando bajaba a las quebradas o se acercaba al río para lavar su larga cabellera

Un día, la sequía había acabado con toda el agua de las quebradas sumergiendo a todo el pueblo en una profunda tristeza. La bella mujer, apenada por el gran lamento de la gente del pueblo que ascendían desde la quebrada, dejó a la corzuela cerca de choza y echó a andar por las nubes para bajar al valle a ver lo que sucedía.
Pero el Zupay, que no es bicho de quedarse tranquilo cuando puede hacer maldades; hizo que un cazador que perseguía guanacos y vicuñas por las laderas de Aracar, viera la corzuela que triscaba cerca de la choza. Gatiando entre las peñas, el hombre se arrimó lo más que pudo y, cuando la tuvo a tiro, disparó su fusil, que retumbó con ecos malignos entre los cañadones y los laberintos de la cumbre.


Algunos narradores, cuentan que la corzuela, voló ciegamente hasta llegar a la punta de un risco y desde allí se arrojó al vacío donde murió entre las rocas del fondo. Un silencio de muerte, pareció descender por todo el lugar. Cuando la bella mujer hecha de nubes, regresó a su hogar y no encontró a su compañera, supo inmediatamente que algo terrible había pasado y salió a buscarla por todo el lugar encontrándola al fondo del cañadón. Bajó a buscarla, la tomó en brazos y la llevo a la cima más alta del Aracar y al llegar allí, permitió que sus lágrimas fluyeran, lloró tanto que sus ojos se convirtieron en dos fuentes inagotables; sus cabellos se transformaron en cauces de ríos y arroyos, que no solo lavaron la sangre de la corzuela, sino que le permitieron a la gente del pueblo saciar la sed que había ocasionado la sequía.
“Es así, que nacieron los ríos, arroyos y manantiales”
Equipo de RevistAcrópolis
Referencias:
1 – “Cuentos y leyendas argentinos”. Trabajo de investigación de Roberto Rosapini Reynolds
[1] Pueblos que poblaron en el noroeste argentino: Kollas, Diaguitas, Chibchas (Muiscas), Aymaras, Lules-Vilelas
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Bella historia.
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Saludos, muy bella leyenda y su tema, mejor aun.
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