Las Aguas del Olvido y la Reencarnación
Otras aguas famosas del más allá son las “aguas del olvido”, aunque Platón nos habla de ellas no en el proceso de la muerte sino en el momento en que las almas se preparan para encarnar. En la narración del mito de Er, el armenio, Platón describe el proceso de la manera siguiente:

“Después de abandonar el cuerpo, dijo él (Er), su alma se había puesto a caminar con otras muchas hasta llegar a un paraje verdaderamente maravilloso, en el que podían verse, en la tierra, dos aberturas relacionadas entre sí, exactamente enfrente de otras dos situadas arriba, en el cielo. En medio se encontraban unos jueces que, luego de emitir su juicio, ordenaban a los justos que se dirigiesen hacia el cielo por el camino de la derecha, con un letrero colgando por delante en el que aparecía el fallo dictado; a los injustos, en cambio, les obligaban a tomar el camino de la izquierda, hacia la tierra (a reencarnar), y provistos de otro letrero, colgado por detrás, en el que detallaban todas las acciones que habían cometido. Cuando le vieron adelantarse, le dijeron que él habría de ser mensajero para los hombres de todas las cosas que allí encontrasen… Y, en efecto, vio como por cada una de las aberturas correspondientes del cielo y de la tierra emprendían las almas la marcha, luego de haber sido juzgadas, en tanto por la otra abertura de la tierra salían almas llenas de suciedad y de polvo, y por la del cielo bajaban otras almas enteramente puras. Todas daban la impresión, al llegar de que provenían de un largo viaje, y dirigiéndose con regusto a la pradera como si allí les esperase una grata reunión, se saludaban unas a otras, cuantas eran viejas conocidas y se preguntaban mutuamente, las del cielo por las cosas de la tierra y las de la tierra por las cosas del cielo…
…después de descansar siete días en la pradera, cada una de las almas debían disponerse a partir de allí al octavo día. Cuatro días más tarde arribaban a un lugar desde donde podía contemplarse una luz que, cual una columna y semejante al arco iris, pero todavía más brillante y más pura que este se extendía por todo el cielo y la tierra. Un día de marcha les permitía llegar a la luz (total 12 días) y entonces contemplaban, en medio de ella, los extremos de las cadenas del cielo, porque esta luz era su lazo de unión, que sujetaba toda la esfera celeste al modo como lo hace las ligaduras de las trirremes…
Luego que todas las almas habían elegido sus vidas, se aproximaban a Láquesis en el orden mismo de la suerte. Y ella daba a cada uno el genio de su preferencia, que sería a la vez guardián de su vida y garante de su elección…
Y luego todas ellas se dirigían a la llanura del olvido, en medio de un calor terrible y sofocante, porque en aquel campo no se veía ni un solo árbol ni nada de lo que la tierra produce. Llegada la tarde, se reunían junto al río de la despreocupación, cuya agua no puede ser contenida en ningún recipiente. Todas venían obligadas a beber una cierta cantidad de esta agua; pero había almas que procedían imprudentemente y, al beber más de la cuenta, perdían en absoluto la memoria. Y ocurrió después, cuando ya las almas se entregaban al sueño y era el tiempo de media noche, que un trueno y un seísmo turbó la calma, llevando de repente a cada una hacia el lugar de su nacimiento y precipitándolas como si fueran estrellas. Pero a Er se le había impedido, que bebiera del agua y, sin saber cómo había sido, encarnó de nuevo en su cuerpo y de pronto, levantando los ojos al cielo, se vio muy de mañana, yacente sobre la pira.
(República 614 d, 621 c.)
Encontramos en esta narración la ya común separación de justos e injustos, con la particularidad de que los injustos, en lugar de ir a ningún infierno, han de tomar de nuevo el camino hacia la tierra o, lo que es lo mismo, reencarnar sin haber tenido la posibilidad de elevarse hacia la región pura. Se habla de un lugar donde se encuentran las almas de los que han muerto con las que bajan del cielo para encarnar de nuevo; pradera del encuentro y del descanso, situada, al parecer en un lugar intermedio.
La referencia a la columna luminosa como “semejante al arco iris” que une el cielo y la tierra es una antigua imagen ya que siempre se ha relacionado el arco iris con el umbral entre el cielo y tierra. Esta luz se encuentra antes que la “echada de las suertes” para elegir vida futura.
Después ante las Parcas elegían su próxima vida y se les dotaba de un genio. Lo que habían elegido quedaba “atado” por el destino. El genio era, no solo guardián de la vida sino garante de la elección efectuada por el alma. Esto quiere decir que este genio, forma de lo que podríamos llamar nuestra conciencia, nos recordaría siempre el destino que habríamos elegido.
Posteriormente las almas pasan por un lugar desértico y caluroso que inevitablemente les da sed, sed que aplacarán en cuanto lleguen al río de la Despreocupación en las llanuras del Olvido. Una sacudida brusca, como un seísmo, esparcirá las almas a sus lugares de nacimiento.
Aquellos que bebían lo normal de esta agua podrían recordar algo de la vida celeste que acababan de abandonar, lo suficiente para que durante la vida recordaran también la elección de su destino; pero aquellas que, muertas de sed, habían bebido imprudentemente, olvidaban todo lo que había sucedido en el transcurso de su periodo celeste.
Estas “aguas del Olvido” son muy significativas y misteriosas ya que es un enigma para nosotros por qué olvidamos la vida del más allá cuando encarnamos; pero lo cierto es que poco o nada recordamos.
La Muerte: ¿Sueño o Despertar?
Los antiguos griegos compararon la muerte al sueño: Tánatos, la muerte era el hermano mayor de Himnos, el sueño. Si bien, hemos de tener en cuenta que para las culturas de la antigüedad el sueño no era visto como lo entendemos hoy. Penetrar en el mundo del sueño era introducirse en otro modo de conciencia que podía ser superior a la conciencia de vigilia. En el sueño se podía entrar en contacto con los fallecidos o con las divinidades, quienes podían dar ciertos mensajes por este medio. El sueño, entonces, al igual que la muerte, era visto como un despertar a otra dimensión más elevada, propiciado por el letargo del cuerpo material.

De manera semejante podemos referirnos al estado de trance que solían usar los videntes o las pitonisas.
Considerando los tres estados básicos de la conciencia: el físico, el psíquico y el espiritual, el primero sería el más bajo, pudiendo la conciencia elevarse hasta el psíquico que es lo más común en los estados de sueño normal, o hasta el espiritual en casos más especiales.

De alguna manera, en la muerte, al verse privado al hombre del vehículo físico, la conciencia podrá fácilmente situarse en el mundo psíquico y llegar a ascender hasta el espiritual.
Muy elocuente en este sentido es la tradición azteca del alma-colibrí que asciende, después de la muerte, hasta la luna (lo psíquico) y, si es bien ligera, podrá ascender hasta el sol (lo espiritual).
Todas las doctrinas místicas han enseñado que la muerte es un “despertar” a lo espiritual y que las dimensiones psíquica y física son mundos de sombras engañosas, un claro-oscuro donde la realidad no puede contemplarse. La preparación del místico consiste en abrir los ojos espirituales para poder acceder al mundo celeste. En vida, podrá hacerlo por momentos, en lo que se ha llamado el “éxtasis” o el “samadhi”; en la muerte, la prolongación de este estado celeste será hasta agotar el tiempo que el destino señale a cada uno hasta la próxima encarnación. Para aquel que ha agotado sus experiencias en el mundo, la duración es tan larga que, para nuestros cómputos temporales, se habla de “eternidad” o, en otras palabras, el “nirvana”.
Esta ascensión de la conciencia hacia los planos espirituales, en vida o en muerte, es la comúnmente conocida como el Cielo o el Paraíso. No poder conseguirla, quedando la conciencia atrapada en el mundo psíquico o físico es quedarse en los mundos inferiores, que es el significado de la palabra infiernos (inferos: mundos inferiores).
Muerte e Iniciación
Siempre ha existido una íntima relación entre Iniciación y Muerte. En principio, porque la iniciación supone el paso a una nueva forma de vida, un renacimiento o transmutación desde la antigua personalidad hasta el nuevo estado de conciencia.
El binomio alquímico muerte-resurrección indica bien una transformación profunda de la naturaleza evolucionando hacia formas más perfectas, bien una transformación profunda de la conciencia que se abre a la Realidad desde el mundo de las sombras.
En realidad, la Naturaleza es en sí misma un gran alquimista que va haciendo evolucionar los seres hacia el máximo de sus potencialidades latentes, destruyendo cíclicamente las formas viejas y sustituyéndolas por otras nuevas, más perfectas.
La iniciación transmutaría el estado primero de ignorancia en otro de una mayor conciencia y potencialidades desarrolladas; es lo que podríamos llamar una alquimia en el hombre.
Desde el punto de vista de la conciencia desarrollada, lo que llamamos muerte no es sino un proceso de transformación de la vida que ha de dar lugar a otra forma. Es la “obra en negro” en el lenguaje alquímico. “Solve et coagula” son las dos partes del proceso alquímico: la disolución que separa las partes del compuesto y la resurrección o reunificación, nueva unión de las partes en una síntesis vital. Entre ambos procesos existen otros intermedios que implican la purificación, el alimento, la lucha, la generación…, en una palabra, lo propio de la vida con sus diferentes fases. El final de la obra alquímica supone la perfección, la estabilidad y la liberación del espíritu.
La vida sería como un atanor donde se realiza la peregrinación del espíritu a través de múltiples transformaciones hacia la perfección. Un cíclico “solve et coagula” hasta haber llegado al desarrollo total de las potencialidades que residen escondidas en cada ser y, entonces, el espíritu, liberado, puede “ascender al cielo”.

En la India, esto se llamó la rueda del Samsara, la corriente de la vida que nos arrastra de encarnación en encarnación hasta que, lograda la perfección, podamos al fin liberarnos de ella.Osiris, en Egipto, representa este proceso. Osiris muere porque es bueno, lo que debe entenderse como inocente, es decir, no es lo suficientemente sabio. A pesar de ser un gran rey y un sabio entre los hombres, le falta una última transformación para ser perfecto. Set, que representa las fuerzas destructivas de la naturaleza para eliminar todo lo viejo e inservible, lo mata y distribuye sus miembros por todo Egipto. La disolución es aquí simbolizada por el despedazamiento a que es sometido el cadáver del dios. Comienza la obra en negro y los misterios de lo invisible, de lo que es maestro el dios Anubis. La reunión de las partes dispersas de Osiris corre a cargo de Isis, señora de la vida, quien emprende una perseverante búsqueda por todo Egipto. Isis se dispone a recomponer el cuerpo de dios ayudada por Anubis y, entonces, Osiris resucita. Osiris, al resucitar, ya no es el mismo; le falta la parte sexual por lo que desde ahora reinará en el otro mundo. Es decir, ha sufrido una última transmutación, renaciendo a una conciencia superior que ha liberado su espíritu de las encarnaciones.

No obstante, Osiris es lo que los orientales llamarían un nirvanakaya, un renunciante al nirvana liberador, ya que permanecerá cercano a los hombres para poder ayudarles a la propia liberación. Por esto, aún después de muerto para la vida material, engendrará a Horus, su sucesor y forma luminosa que ayudará a los hombres. Por esto preside el tribunal que juzga en el más allá. Es una lástima que la clave más exotérica del mito, haya convertido a Horus en “el vengador de su padre” en lugar de “su discípulo” o “el que sigue a su padre”. Lo mismo, que haya convertido al misterioso Set en símbolo del mal porque le corresponda la parte menos comprensible. Tanto Isis como Set son las invisibles manos del aún más misterioso Ser que, como Supremo Alquimista, rige la evolución de la Vida.

La muerte es un cambio profundo o una renovación profunda. Respecto a la vida material será una renovación profunda de ella y esto es lo que llamamos Reencarnación. Respecto a la vida de la conciencia, será un cambio desde la ignorancia a la Sabiduría y esto es lo que llamamos Iniciación. La resurrección material nos da nuevos cuerpos para nuevas oportunidades; la Resurrección Espiritual otorga la conciencia de la Inmortalidad, la conciencia de nuestro propio Ser más allá de los cambios; es resucitar como Osiris, dios de la Vida Eterna.
Es sentir como nuestras, el eco de las palabras de los antiguos libros:
¡Si vivo como si muero, Yo soy Osiris!
Victoria Calle
Bibliografía
Cátedra de Simbología Teológica, Nueva Acrópolis
Mitología Griega y Romana, M. J. Richepin
Historia de las Creencia y de las Ideas religiosas, M. Elíade
Imagen y Mito, J. M. Blázquez
Tebas, J. A. Livraga
Diccionario de Mitología Universal, J. F. M. Noël
Misterios Egipcios, L. Lamy
Mitología Hindú, W. J. Wilkins
Geografía Sagrada del Egipto Antiguo, F. Schwarz
El Bardo Thodol, F. Schwarz
Libro de los Muertos egipcio
Civilizaciones Perdidas, t. II
Leyenda y misterio de los Aztecas, J.T. Rodríguez
México, Simbolismo y Arqueología, edit. N.A.
Obras Completas, Platón