El arte de la alimentación consciente

Los alimentos son parte fundamental de nuestras vidas ya que, a través de ellos, obtenemos los nutrientes necesarios para realizar diferentes funciones.

La alimentación incluye procesos conscientes, como la elección de lo que comemos, o inconscientes, como el proceso de digestión. 

Por lo tanto, la alimentación es un elemento necesario para la supervivencia humana (y de los seres vivos) y mientras más sana, natural y equilibrada sea esta, mejor funcionará el cuerpo, pues una buena alimentación contribuye a la sensación de liviandad, mejora el sueño, el humor, la agilidad mental y varios aspectos más.

Pero la alimentación no solo provee la energía para realizar procesos que implican la vida, sino también es protagonista en muchos otros aspectos. El acto de comer adquiere protagonismo en los vínculos sociales, en la historia, en el comportamiento de una cultura y en las elecciones sobre qué ingerir. La relación que cada persona adquiere y construye con la comida es diferente. Por lo que, según las experiencias de cada uno, la comida representará algo particular.

Hay comidas típicas de fiestas como navidad o fin de año, hay comidas que nos recuerdan a nuestra infancia y a seres queridos que ya no están; comidas que evocan sentimientos de alegría y de tristeza, así como también hay comidas que nos llenan de placer.

Es un buen ejercicio preguntarse: ¿Qué comidas te recuerdan cuando eras pequeño? ¿A qué sabe tu infancia? ¿Quién te preparaba tu comida favorita? ¿Qué elegís comer cuando te sentís triste? Las elecciones alimentarias no sólo están influenciadas por los conceptos de salud, sino también por la historia detrás de cada persona. De esta manera, la comida también puede ayudarnos, al menos desde una dimensión física y emocional, a conocernos mejor a nosotros mismos.

Además, como el ser humano es social, elegimos normalmente (y preferimos) comer juntos. Disfrutamos la sensación de compartir lo que nos gusta, de poner esfuerzo en elaborar una comida para los demás, como si de una ofrenda se tratara. Nos sienta mejor comer en compañía, por lo que la alimentación tiene el efecto de unión. Se despliega una especie de ceremonia cuando comemos en familia, con seres queridos, en días festivos, festejos de cumpleaños, etc.

Cada momento especial suele acompañarse de alimentos o preparaciones particulares, y esto tiene que ver con la cultura en la que estamos inmersos. Las tardes de té y torta con amigos, el after office acompañado de pizzas y cerveza, la torta para el cumpleaños, en Argentina el mate en la oficina (o en todos lados, en realidad…), el asado del domingo, el vitel toné en navidad, etc.

Esto que nos une, también nos distingue y nos vuelve parte de algo mayor, delimitando parte de quiénes somos y quiénes no. Por lo tanto, la alimentación también nos da cierta idea de pertenencia.

Esto suele cumplirse en momentos especiales y cuando estamos en grupo. Pero, ¿A quién no le pasó preferir no preparar la mesa y comer a las apuradas porque está comiendo solo? ¿O comer cualquier cosa que encontremos sin poner algo de atención en ello?

Gran parte de lo que necesitamos para estar saludables, se encuentra en una adecuada selección de alimentos. Pero la velocidad con la que se mueve el mundo, la creciente diversidad de empleos, tareas y estímulos continuos a los que estamos sometidos, nos hace desviar el foco y comer de manera desequilibrada. Comida rápida, enlatados, vegetales transgénicos y muchos productos carentes de aportes nutricionales llenan nuestras dietas.

He aquí que es necesario hacer una diferenciación entre alimentos y los productos.

Los primeros son todos aquellos que nos da la naturaleza, con poco o nada de procesamiento para llegar hasta nuestros platos, como granos, frutas, vegetales, frutos secos, semillas, legumbres, etc.

Los productos, por su parte, son diferentes. Estos han pasado por tantos procesos que contienen nada o muy poco de alimento que ofrecer. Acá encontramos snacks, golosinas, gaseosas, jugos, sopas en sobres, galletitas y un gran etcétera. Además, estos productos procesados y ultraprocesados nos generan placer inmediato, cierta adicción y parece que nunca nos sacian el hambre.

¿Por qué es necesario aclarar esto? Porque hemos perdido, con el paso del tiempo, el placer de comer alimentos naturales.

Es tal la rapidez con la que vivimos que no podemos esperar ni siquiera el efecto de saciedad que provoca una fruta, que demora 15 minutos aproximadamente. Algo similar ocurre con los sabores. Tan sobre estimuladas están nuestras papilas, que se nos distorsiona el gusto.

Necesitamos algo instantáneo, efímero, que introduzca una dosis de dopamina en el momento. No importa si la tristeza vuelve luego, hay otro chocolate que puede anestesiar el corazón una vez más.

En esas circunstancias, nos dejamos aturdir por el ruido del mundo y hacemos oídos sordos a nuestro cuerpo. Comemos de más y nos damos cuenta tarde. Comemos sin conciencia y sin estar presentes en el momento.

Como verán la alimentación no solo es el acto de comer, sino un proceso que se relaciona con nuestra forma de vida, con estar presente en lo que hacemos y cómo lo hacemos. La alimentación no solo nutre el cuerpo, sino que, con la consciencia adecuada, puede también ayudar a nutrir el alma.

Está en cada uno de nosotros empezar (o retomar) la responsabilidad de alimentarnos como nuestro cuerpo merece. Sin fanatismos ni extremismos, de manera sana, natural y equilibrada.

Luz Dominguez
Lic. en Nutrición

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