La humanidad se viene desarrollando a lo largo de dos aparentes extremos, diferenciados tanto por la geografía en la que se emplazan, como por su concepción del ser humano, de las sociedades y del cosmos: oriente y occidente.
La mentalidad oriental se caracterizó por una concepción mítica e intuitiva de la vida. Donde la experiencia propia, la introspección y la meditación fueron medios imprescindibles para vivir conscientemente el sentido de UNIDAD en todo lo que es y existe. Entendiendo que lo manifestado, por su naturaleza mutable, constituye el mundo de lo ilusorio, la Maya, buscando la Realidad en el plano donde se genera todo lo que existe, siendo necesario “apagar” la mente y la personalidad para captarlo.
Complementariamente en occidente, con la evolución de la ciencia desde sus primeros gérmenes en los filósofos presocráticos, fue tomando matices racionales, donde el uso de la palabra y la transmisión de conceptos que permitieran la interpretación de las causas que subyacen en la naturaleza, llevó a ver el universo a través de sus partes diferenciadas, a través de lo manifestado.
Partículas y vacío, objeto y sujeto, espíritu y materia, tiempo y espacio, conceptos claramente diferenciados hasta comienzos del siglo XX, con el desarrollo de la ciencia moderna y la posibilidad de adentrarse en los átomos y en sus núcleos, así como el conocimiento de nuevas facetas del “espacio exterior”, dejaron de serlo.
El misticismo oriental y la ciencia en occidente, con el paso del tiempo, ya no aparentan ser caminos paralelos. Fritjof Capra en “EL TAO DE LA FÍSICA” nos cuenta de qué manera estos dos polos aparentemente opuestos, se van entrelazando armónicamente, como si del yin-yang se tratara, mientras la humanidad avanza en su evolución.
