
Hay ciertas leyes por las cuales la naturaleza se expresa a fin de permitir el perfecto equilibrio de todos los seres que conformamos el Cosmos. La ley de ciclos es una de esas tantas leyes, la cual hace referencia a la manera cíclica en que se va desarrollando todo. La vida es cíclica y todo aquello que la anima, crece y mengua.
Uno de esos ciclos – el ciclo estacional – se nos hace presente hoy 21 de diciembre en el hemisferio sur, a través de la llegada de unas de las cuatro estaciones del año, “el verano”. Como todas las estaciones, una vez más nos invita a reflexionar sobre todo lo que acontece y representa esta época estival.
En una primera aproximación podemos sentir y ver la energía y la vitalidad en su máximo esplendor. Debido a que el SOL alcanza su máxima plenitud, todo está en su apogeo. Este fenómeno se origina por la relación entre el Sol y la Tierra, que permite que sus rayos lleguen de una manera más directa y vertical.
Ese acontecimiento no es menor, sino que ha inspirado a todas las culturas que perciben en el solsticio de verano un momento muy importante. ¿Por qué razón? Porque en este momento se celebra la vida, pero no solo la vida física, sino la VIDA con mayúscula. Y nos podríamos preguntar ¿qué es la vida? La vida es la contemplación que menciona Plotino. Vivir es buscar la elevación moral de cada ser humano para llegar verticalmente a ese cenit.
Por otra parte, también es interesante reflexionar que en este preciso momento en que se nos presenta el solsticio de verano en el hemisferio sur, acontece el solsticio de invierno en el hemisferio norte.

Porfirio – discípulo de Plotino – comenta en el libro “El Antro de Las Ninfas”, que la banda zodiacal sitúa la puerta norte en el trópico de Cáncer, donde ocurre el solsticio de verano en hemisferio norte. Se dice que este es un paso que propicia el descenso a la generación individual humana. La otra puerta al sur, en el solsticio de invierno – en Capricornio-, propicia un acceso reservado a los dioses, a lo divino.
Podemos pensar cómo se entremezcla lo humano y lo divino por un instante. Lo bello del SER HUMANO es que tiene la posibilidad de unificar ambos. Para muchos pueblos antiguos el SOL era la manifestación más perfecta de divinidad y nuestra alma, en búsqueda de ejemplos que sean digno de imitar, intentará asemejarse a él. Es por ello que, en este solsticio de verano, los invitamos a sentir y armonizarse con lo que acontece. Buscando que la divinidad del sol despierte la divinidad que hay en nosotros.
Nueva Acrópolis, Escuela de filosofía