Ser filósofos no es solo estudiar intelectualmente las obras y pensamientos que otros nos dejaron, sino que se trata de vivir de manera práctica la filosofía, de reflejar en nuestra vida diaria esa condición de “enamorados de la sabiduría”, de volvernos más humanos y transformarnos a nosotros mismos y así transformar nuestro entorno en uno nuevo y mejor.
Como bien señala el profesor Jorge Ángel Livraga, parafraseando a Platón, “la filosofía es una música que se hace con el alma, no un simple acopio de conocimientos y datos, sino una construcción armónica que relaciona las cosas y les da sentido, elevándolas a las regiones donde las cosas tienen sentido y la esencia invisible nos llena el corazón”.
Nuestro momento histórico necesita de Filosofía, necesita de Filósofos, necesita de Escuelas de Filosofía a la manera Clásica, las cuales existen desde los anales de los tiempos, las cuales influyeron dando un impulso humanista y evolutivo a través de la historia. Las Escuelas de Filosofía son focos de cultura, focos de arte, fuentes de conocimiento y transformación.
Una Escuela de Filosofía que quedó impresa en la memoria de la historia fue “La Academia”, institución fundada por Platón, uno de los grandes Maestros de la Humanidad, quien nos heredó una rica e inmensa obra que perdura hasta nuestros días.
Diógenes Laercio se refirió con estas palabras a Platón: “Si no hubieras criado, Oh padre Febo, a Platón en Grecia, ¿quién hubiera sanado con las letras los males y dolencias de los hombres? Pues así como fue Esculapio médico de los cuerpos, así curó Platón las almas inmortales”.
Ahora, en un atrevido salto, alejémonos de la lógica temporal de lo coetáneo y abriendo los umbrales de la imaginación, que hace posible lo imposible, deslicémonos por las brechas del tiempo para conversar con Platón.
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En primera instancia quiero agradecerle personalmente y en nombre de todos los lectores por cedernos un trozo de su valioso tiempo para realizar esta entrevista, en una suerte de coloquio, para conocer un poco más su vida y enseñanzas. ¿Prefiere que me dirija a usted por su nombre real?
Como usted lo prefiera. Me sorprende que conozca mi nombre, Arístocles Podros que, si bien es cierto que se me conoce por el sobrenombre de “Platón”, este es solo un apodo que me asignó mi maestro de lucha, Aristón, durante mi adolescencia, en referencia a mis “anchas espaldas”. Lo cierto es que desde entonces nadie me llama por otro nombre que no sea el apodo, “Platón”.
¿Dónde y cuándo nació?
Sin duda soy ateniense y pertenezco a una familia muy antigua en el Ática. Mi nacimiento sucedió durante la olimpíada 88, el 7 de thargelión, (corresponde al mes de Abril 429/28 a.C.). Era una época en que la ciudad acababa de perder al gran Pericles y entraba en una etapa de conflictos tanto internos como externos.
¿Podría relatarnos un poco acerca de su familia?
Mi padre se llamaba Aristón, quién descendía del Rey Codro; el último rey de Atenas. Mi madre se llamaba Perictione. Ella descendía de la familia de Solón, antiguo legislador griego. Tuve dos hermanos: Adimanto y Glaucón, y una hermana, Potona, quien fue madre de Espeusipo. Según cuenta la tradición familiar, soy descendiente de Poseidón, Dios de los mares. Ya siendo niño muere mi padre y al tiempo mi madre contrae nupcias con Pirilampo, con quien tienen un hijo; Antifón. Por su parte Pirilampo era amigo de Pericles.
¿Cómo fue su juventud?
Muy al estilo ateniense de la época aunque desde muy pequeño me gustaba especialmente la poesía. Tal es así, que bebía diariamente los divinos versos de Homero y Hesíodo. Los aprendía de memoria y también componía ditirambos, escribía tragedias y cantos en honor a los dioses. Además me gustaba pintar; como buen ateniense, me ejercité en la palestra sobre todo en el arte de la lucha, bajo la instrucción de Aristón Argivo. Recuerdo que llegué a ser bicampeón olímpico de lucha. Respecto a mi carácter, siempre fui un poco serio y reflexivo; dicen que muy modesto y que no caí en ningún momento en excesos.
¿Cómo surgió su inclinación por la filosofía?
Mi primer contacto con la filosofía se sucede en mi adolescencia a través de las enseñanzas de Crátilo, quién era discípulo de Heráclito. Tiempo después, cuando yo tenía 20 años, conocí al Maestro, Sócrates, quién fue mi principal inspiración, enseñándome que a través de la filosofía se engloba la totalidad del saber.
Se cuenta una extraña y fascinante anécdota de su primer encuentro con Sócrates. ¿Podría relatarla?
Bueno, no deja de ser poca modestia de mi parte contar esta anécdota; no obstante le diré lo que el mismo Sócrates contó a algunos de sus discípulos (no a mí directamente). Se dice que en sueños, mi maestro vio un polluelo de cisne que plumeaba sobre sus rodillas, al cuál de inmediato le crecieron alas y se elevó por los aires. Al día siguiente de este extraño sueño, fui presentado ante él y dijo: “He aquí el cisne”. Desde ese entonces mi vida transitó por el mágico camino de la filosofía.
¿Qué sentía usted al tener un Maestro?
Devoción. Amor al ideal que representaba. El hecho de tener un verdadero Maestro para un discípulo, es el de contar con un padre espiritual que te va señalando por el camino correcto, es como tener un sol propio que te brinda calor y luz en la oscuridad. Un Maestro nos enseña con su ejemplo y nos transforma en nuevos y mejores seres humanos, preparándonos para convertirnos en pequeños maestros un día, y continuar con la cadena de transmisión de Sabiduría, porque mientras haya un Maestro y un Discípulo, habrá esperanza para la Humanidad, habrá luz entre las sombras.
¿Qué sintió al enterarse de la condena de su Maestro Sócrates?
Fue muy sorprendente y muy triste. Nunca pensamos que llegarían a condenarle a muerte. Sin embargo, así fue y Atenas cometió ese día una gran injusticia.
Sócrates, cómo un hombre sabio y fiel a sus convicciones, supo afrontar el destino con tranquilidad y altura. Yo no estaba en Atenas en el momento del juicio pero conocí de primera mano lo sucedido y traté de escribirlo fielmente en el Fedón. Como sabrá, escribí dos diálogos como homenaje a mi Maestro Sócrates, el citado “Fedón” y otro que se titula “Apología de Sócrates”, en ambos he tratado de resaltar el bondadoso y sabio carácter de mi Maestro.
Luego de estos funestos sucesos me retiré a Megara con otros discípulos a la casa de Euclides, también discípulo de Sócrates, quien era de esta ciudad. Allí permanecí un tiempo hasta que decidí embarcarme en un periplo por diferentes lugares: Egipto, Cirene, Italia, entre otros.
Se dice que muchos filósofos, como es su caso, por ejemplo, pudieron dedicar sus vidas a la Filosofía porque eran ricos, tenían esclavos…, en definitiva que no tenían necesidad de trabajar. ¿Qué nos puede decir sobre esto?
Es cierto que mi familia provenía de la aristocracia pero eso no quiere decir necesariamente que fuese rica. La verdad es que teníamos lo suficiente pero no nos sobraba. Le recuerdo que mi antepasado Solón llegó a conocer la pobreza debido a su gran generosidad con sus conciudadanos y que logró salir de esa situación, con su propio esfuerzo, dedicándose al comercio. Esto no le impidió dedicarse a la filosofía, realizar la reforma política de Atenas y llegar a figurar entre los siete sabios de Grecia.
Por otra parte todos sabemos que el filósofo más famoso de la historia, Sócrates, no era precisamente rico y que tuvo más de un problema familiar precisamente por su dedicación a la filosofía. Podríamos continuar con más ejemplos pero bástenos con estos para afirmar que, esto que usted dice, no es más que una opinión sin fundamento alguno.
Usted tuvo una experiencia no muy agradable en Sicilia, ¿podría comentarnos un poco sobre ello?
Como muchos saben, hice tres viajes a Sicilia. El primero lo realicé a instancias de Dionisio “el viejo”, gobernante entonces de Siracusa. En principio, encontré en esta invitación una oportunidad que me deparaba el destino para aconsejar filosóficamente en el gobierno de la ciudad. Allí fue donde entablé una duradera amistad con el joven Dión, cuñado de Dionisio. Me di cuenta que iba a ser difícil tarea enseñar a esta gente a vivir bajo la luz de la Filosofía y que el verdadero interés de Dionisio, no era más que una estrategia demagógica para elevar la fama de la ciudad y de él mismo. ¿Cómo, me preguntaba, podían los jóvenes aprender a ser moderados y justos en un sitio donde la alegría consistía sólo en atiborrarse un par de veces al día y dormir en compañía todas las noches? Semejante ciudad no podría nunca liberarse de un interminable ciclo de despotismo y revolución.
La segunda vez, fue cuando, después de morir Dionisio I, le sucedió su joven hijo Dionisio II. Dión, optimista y confiado, como él era, me instó a volver a intentarlo dado que había observado una buena inclinación de su sobrino hacia la filosofía. Era joven y solo necesitaba que se le guiara. De manera que volví a Siracusa y las cosas volvieron a ir mal. Dión acabó desterrado y yo tuve que volver a Atenas.
La tercera vez que viajé a Siracusa lo hice a instancias del mismo Dionisio II que, al parecer, se había arrepentido y quería cambiar. Tenía la idea de hacer de Siracusa una segunda Atenas, un centro intelectual cuya fama fuera conocida por todo el mediterráneo. Tampoco aquí tuve éxito. Dionisio se había convertido en un arrogante que presumía de erudito y de haber escrito un libro con mis enseñanzas. En otro aspecto, mis intercesiones a favor de Dión, no solo no dieron resultados, sino que se confiscaron sus bienes. Yo mismo estuve prisionero del tirano en el mismo palacio de donde no podía salir. En fin, al final pude liberarme y volver a Atenas. Los sucesos de los años posteriores, con el asesinato de Dión incluido, me entristecieron mucho.
Se dice que, al regreso de Sicilia, su barco fue asaltado por piratas y usted apresado como esclavo, ¿qué hay de cierto en esta historia?
Esto sucedió al final de mi primer viaje. Nunca sabremos si fue algo fortuito o hubo alguna intencionalidad por parte de Dionisio, pero lo cierto es que nuestro barco fue atrapado por los piratas y nos llevaron a Egina.
Yo ya no era demasiado joven para ser vendido como esclavo ya que estaba arriba de los cuarenta pero estaba secuestrado y se pedía un precio. Supe que alguien había pagado mi rescate, un buen hombre de Cirene, Aníceris, que me reconoció entre los prisioneros. Días después llegó a Egina uno de mis discípulos con el dinero que, entre varios, habían recolectado para liberarme y Aníceris, con suma generosidad, no quiso tomar el dinero.
Mis amigos tampoco quisieron que se les devolviera el dinero y a mí me pareció bueno añadirlo a lo que estaba destinado para comprar los jardines de Academo donde proyectaba fundar la Escuela de Filosofía.
¿Cómo fue que decidió comprar los terrenos de la Academia y fundar allí su Escuela?
Hay que entender que la Academia no fue la primera Escuela de Filosofía con un lugar propio. El antecedente más directo lo encontramos en el maestro Pitágoras. Esta fue mi inspiración. Yo quería hacer algo parecido a lo que había sido el Museo Pitagórico en Crotona: un establecimiento dedicado a la Sabiduría, una especie de “Templo de la Sabiduría” abierto a todos lo que quisieran dedicarse con devoción a la vida filosófica. Algo así no existía en Atenas. Cuando frecuentábamos a Sócrates solíamos reunirnos en la casa de alguno de nosotros que tuviera espacio suficiente. Otros filósofos reunían a sus discípulos en los gimnasios o en los parques públicos.
Me pareció que, la educación superior, necesitaba su propio espacio y yo tenía la oportunidad de dárselo.
Hacía un tiempo que me rondaba esta idea y me puse a buscar un lugar apropiado. De manera que moví algunos contactos y conocidos, les expliqué mi plan y accedieron a venderme este terreno. Era un maravilloso proyecto que fuimos haciendo realidad. Me sentí muy feliz cuando inauguramos el primer tramo de la construcción. Pensé lo maravilloso que sería si esta escuela durara para muchas generaciones venideras.
Hay quien dice que su Escuela, era una institución religiosa, ¿puede aclararnos este rumor?
Más que un rumor es un malentendido. La Academia siempre fue una institución filosófica y así lo sabían todos. Lo que ocurría es que la legislación de Atenas en ese momento no contemplaba una institución como una Escuela de Filosofía y no podíamos legalizar nuestras actividades de esta manera. Así que la solución era legalizarla bajo el aspecto de un thíasos, es decir de una agrupación o fraternidad religiosa en honor y servicio de un dios, cosa que sí estaba contemplada en la legislación.
Así nuestra institución filosófica se puso bajo la advocación de las Musas y de Atenea, diosa de la Sabiduría. De esta manera pudimos organizar nuestra Escuela con sus propios estatutos y reglamentos. Construimos salas para reuniones y clases, biblioteca, museo y alojamiento para los discípulos. Pronto comenzamos a recibir alumnos de todos los rincones del Mediterráneo.
Usted realmente escribió mucho. ¿Con que fin escribía sus Diálogos, para sus discípulos o pensaba tal vez en la posteridad?
Ambas cosas. Yo escribía sobre todo para la Academia, es decir, para aquellos que estaban y los que vendrían después. Pero, déjeme aclarar algo: lo que escribí es apenas un, llamémosle, ejercicio; de ningún modo mis obras son tratados ni pretendieron ser otra cosa más que “notas” dialécticas sobre diversos temas filosóficos.
Si usted ha leído, y eso creo, algunas de mis cartas, verá que nunca he creído posible confinar a un escrito los misterios de la filosofía. Le repito mis palabras cuando me enteré que Dionisio el joven se jactaba de haber escrito todo un tratado filosófico con mis enseñanzas que, además con una increíble vanidad, hacía pasar por suyas:
“…que el mismo Dionisio, o cualquier otro de mayor o menor categoría, haya escrito un libro acerca de los elementos primordiales de la naturaleza, según mi opinión, en lo que haya escrito, no hay nada que atestigüe unas lecciones sanas o unos estudios sanos. De no ser así habría sentido para con estas verdades el mismo respeto que yo y no se habría atrevido a entregarlas a una publicidad inoportuna.”
”No hay ningún medio de reducirlas a fórmulas (las verdades filosóficas), como se hace con las demás ciencias, sino que, cuando se han frecuentado durante largo tiempo estos problemas y se ha convivido con ellos, entonces brota repentinamente la verdad en el alma, como de la chispa brota la luz”. (CartaVII, 342 b)
¿No le parece una postura un poco radical respecto a los tratados escritos?
En realidad es más la apariencia porque, como usted dice, yo mismo escribí mucho sobre muy diversos temas.
Pero exagero un poco porque hay una tendencia a creer que porque alguien escribe un libro o da un discurso sobre alguna realidad ya tenemos la sabiduría cuando no es más que un aspecto del tema o lo que yo llamo “una opinión verosímil”. Lo que no me gusta es la superficialidad o la falsa erudición que no siente esa especie de “sagrada humildad” ante la Verdad.
Usted escribió que: “la Filosofía es una música que se hace con el Alma”, ¿podría explicarnos cómo y por qué compara la Filosofía con la Música?
Usted sabe que nosotros, los griegos, llamamos “música” a todo aquello que ustedes llaman arte. Es algo de sobra conocido que la música es armonía, es la justa medida entre las diversas partes que la componen. Esto hace que se manifieste eso que llamamos belleza. Pues bien, puede haber también una armonía en nuestros actos, en nuestros pensamiento, en nuestros sentimientos y en todo ello en conjunto. Esto también produce belleza; es un arte, aunque solemos llamarlo virtud. La virtud es la belleza que el alma puede extraer de nosotros al igual que Apolo extrae la sublime música pulsando su lira de siete cuerdas. Esto, como nos enseñó Sócrates, es el Arte del filósofo.
Además de a Sócrates, ¿cuánto debe Platón a Pitágoras y a Parménides?
Mucho, pero no son a los únicos a los que debo. Creo que todos debemos a una gran tradición filosófica que es mucho más antigua de lo que se cree. Tanto Pitágoras como Parménides o como lo fueron Tales de Mileto o un Anaxágoras, por nombrar solo algunos, son un mojón en un largo camino que la Humanidad transita hacia la Sabiduría. Yo no tengo ningún reparo en decir que nada de lo que he enseñado es “mío” porque la Verdad no pertenece a nadie; nosotros solo vamos dejando huellas en este camino; eso es todo. Sin embargo no puede faltar el agradecimiento por aquellos que generosamente nos ayudaron en el camino filosófico a través de las edades; tampoco podemos evitar el lazo de devoción que se genera entre aquellos Maestros y nosotros.
Se dice que usted permaneció en Egipto algunos años y que allí aprendió determinadas enseñanzas esotéricas, ¿esto es cierto o simplemente es un rumor histórico?
Como dije anteriormente, después de permanecer un tiempo en Megara a raíz de la muerte de Sócrates, emprendí una serie de viajes. Es cierto que no conté demasiado dónde estuve o dónde no estuve. Egipto era el país más culto y más antiguo del Mediterráneo, por lo tanto un lugar casi obligado para un amante de la Sabiduría. Sí, es posible que estuviera allí un tiempo pero no voy a decir nada más al respecto, espero que sepa comprender.
Tenemos que preguntarle por uno de los mitos que narra en sus obras; se trata de la Atlántida que usted describe en dos de sus Diálogos, “Critias” y “Timeo”. Sin duda que, de no ser por usted, en occidente no habríamos sabido de este mito. Este es un tema que inspira muchas preguntas, pero nos conformaremos con lo que usted nos quiera decir al respecto.
¡Ah, la Atlántida! Creo que no lo señalo exactamente como un mito, sino como una historia legendaria transmitida por los egipcios. Me pareció muy idóneo poder decir algo sobre ello porque, efectivamente, como usted mismo dice, no era conocido por los helenos o, tal vez, lo habían olvidado.
Lo interesante de esta narración es poder entender que los seres humanos y las civilizaciones son mucho más antiguas de lo que creemos saber, que hay partes de nuestra propia historia que desconocemos y que, de recuperarla, nos daría una mayor claridad sobre quiénes somos realmente y de dónde venimos. También está la intención de dar una muestra de lo que nos ha transmitido la tradición: que hay ciclos en la historia, que las civilizaciones aparecen y desaparecen, bien por cataclismos, guerras, enfermedades, etc., como le ocurrió a la Atlántida.
Nos sorprende el final del “Critias”; parece que queda cortado abruptamente, inconcluso. ¿Puede decirnos algo sobre ello?
Este Diálogo es el que precisamente está dedicado a tratar de la Atlántida ya que es Crítias, mi tío-abuelo, el que contaba esta historia que, a su vez, él había escuchado a nuestro antepasado Solón. Como refiero, a Solón se lo enseñaron los sacerdotes egipcios en su estadía en este país.
Estaba terminando este escrito y tuve que corregir la última parte, prácticamente repetirla de nuevo, cuando me surgió de forma urgente uno de mis viajes a Sicilia por lo que quedó interrumpido. Luego, había tantas otras cosas que hacer más importantes que nunca afronté la tarea de terminarlo.
Algo que nos intriga a nosotros, que somos gente de más de dos mil años posterior a usted, es la reacción que tuvieron sus contemporáneos cuando escucharon la historia de la Atlántida. Nos intriga porque no hay en la historia mención de que esto haya levantado mucho revuelo mientras en nuestra época, se considera un tema bastante fantasioso.
Cuando digo que los helenos tal vez habían olvidado esta historia, no quiero decir que fuera un olvido total. Siempre se escuchaban algunos relatos aquí o allá, referentes a tierras desaparecidas cerca de las columnas de Heracles. El nombre de Atlante y otros relacionados con él como las Oceánidas, pasaron a la mitología componiendo frondosas leyendas de seres divinos y semidivinos. De manera que algo sobre el tema seguía estando en la imaginación popular. Lo que yo hice fue darle cierto rigor histórico al mito, si se me permite el uso de esta expresión no demasiado adecuada. Para la mayoría de la gente era una posibilidad verosímil aunque no sin cierto tenor de duda sobre su veracidad; en definitiva no era algo polémico.
Cuando usted dialoga sobre la inmortalidad del Alma, hace referencia a la reencarnación (así lo solemos llamar en esta época) con un razonamiento muy curioso:
“Entonces, ¿qué es lo que se produce de lo que vive?
Lo que está muerto –respondió
¿Y que se produce de –replicó Sócrates- de lo que está muerto?
Lo que vive; necesario es reconocerlo” (Fedón, 71d).
La conclusión dialéctica es que los vivos han de venir de los muertos ya que cada cosa viene de su contrario según quedó demostrado con anterioridad. ¿Realmente usted “cree” que vivimos varias vidas en la Tierra? ¿Puede un filósofo de su talla intelectual creer, e incluso escribir, de estas cosas?
No entiendo por qué piensa que un filósofo no debería hablar de estas cosas. Si hay algo que preocupa al ser humano es la vida después de la muerte, ¿por qué la vida es tan efímera?, ¿por qué existen tantas diferencias entre los hombres al nacer?, etc. Tal vez no fuera un tema de moda en la Atenas de mi época pero la idea de que volvemos varias veces a la vida terrestre, ni era nueva, ni era una quimera fantasiosa. Un gran filósofo, como el Maestro Pitágoras, enseñaba en su escuela esta doctrina y la Hélade la había escuchado con anterioridad por boca del Maestro Orfeo, fundador de los Misterios.
Sinceramente lo que me parece “increíble” a la luz de la lógica más sencilla, es que solo tengamos una oportunidad de vivir y, por tanto una sola oportunidad de corregir nuestras equivocaciones y acumular experiencia y sabiduría. Quienes ven esta vida como única son como quienes, no pudiendo apreciar más que el momento presente, ignoran que mañana también amanecerá.
Usted ha sido muy criticado por su antiguo discípulo, Aristóteles de Estagira, por enseñar que las ideas son realidades independientes del mundo sensible. Es posible que se haya enterado que Aristóteles abandonó la Academia después que usted murió y llegó a fundar otra escuela llamada “El Liceo”. ¿Cómo es posible que se mantuviera veinte años en la Academia con un desacuerdo tan fundamental con la filosofía de usted?
Si, conozco la historia y recuerdo a Aristóteles. Era un joven muy erudito, muy dedicado y muy… digamos, puntilloso.
Usted tiene que contemplar que la Academia no era un lugar donde todo el mundo tenía que opinar lo mismo. Había diversidad de puntos de vista y posibilidad de discusión. No olvide, amigo mío, que estábamos en la Atenas del siglo IV a.C., donde la libertad de opinión era tan sagrada como la devoción a los dioses. Es cierto que esto era más teórico y demagógico de lo se cree, pero así sucedía.
Mi discípulo Aristóteles disentía conmigo en algunas cosas puntuales y lo sometimos a discusión varias veces pero siempre se mostraba dispuesto a aprender y a investigar. A veces parecíamos hablar lenguajes distintos pero nunca nos faltamos al respeto mutuamente siendo nuestra relación cortés y sincera. Por otra parte, él no llegó en la Academia a formar parte del grupo más avanzado, entre otras cosas porque sus intereses parecían estar en otro lugar. No es cierto, como dijeron algunos rumores, que no le heredé la dirección de la Academia porque no era ateniense y que se la di a Espeusipo porque era mi sobrino.
Si él se fue después, tal vez lo hizo porque creyó que nadie más que Platón podría ya enseñarle algo o, tal vez porque pretendía otros horizontes para su vida, ¿quién sabe?
A usted se le ha criticado mucho por sus ideas políticas. Se dice que su famoso libro “La República” es una quimera, una utopía social imposible. ¿Realmente cree que podrá haber algún momento en el que sus teorías se conviertan en realidad?
Las cosas nunca son, ni se pretende que sean, “al pie de la letra”, tal como se muestran en un libro. La realidad es mucho más compleja. Lo que pretendí en mis escritos políticos, especialmente en la República, fue trazar a grandes rasgos un posible modelo, un esbozo de Estado basado en lo que podemos concienciar sobre ese misterio que es la Justicia. Si usted logra llegar al final del libro, verá que uno de los dialogantes hace la misma pregunta que usted acaba de hacer. Sócrates le responde:
“Pero quizás se de en el cielo un modelo como ese, para el que quiera contemplar y regir por él la conducta de su alma…” (República, 592 b)
Como ve, no hay nada nuevo bajo el sol.
Hemos leído en algunos escritos de H.P. Blavatsky que usted era un Iniciado en los Misterios. Nada mejor que preguntarle a usted para saber si esto es o no cierto.
Si fuera cierto, no lo podría decir porque tendría que respetar el voto de silencio. No obstante el concepto de “iniciado” en mi época era bastante variable ya que había iniciaciones en diversos cultos relacionados con los dioses. Muchos jóvenes atenienses habíamos participado en los sagrados misterios de Eleusis y nos llamábamos iniciados, aunque poco y nada se sabe de los más profundos misterios instaurados por el maestro Orfeo y que estaban ya casi olvidados. Tampoco se sabe mucho sobre los viejos Misterios de Apolo, pero hubo y había iniciados en mi época.
¿Quiere usted dejarnos un mensaje como final de esta conversación?
Un deseo: que no olviden cultivar la belleza del Alma que es lo propio de la Filosofía, pues un Alma pura, encontrará siempre el camino hacia la Verdad.
Victoria Calle & Nicolás Martínez