Mi solitario viaje a aquellos sitios
a los que ya volviste tu alta mente,
se eleva al infinito, pues preciso
es que el objeto iguale industrias y artes.
Renace allá; allá arriba tus hermosos
polluelos cría, ya que el cruel destino
su curso entero ha dirigido contra
la empresa de la cual solía sacarte.
Vete a mi casa, que más noble asilo
brindarte quiero; un dios tendrás por guía
que aquel que nada ve lo llama ciego.
Que el cielo te libere y te sea dulce
toda deidad de este gran arquitecto;
y no vuelvas a mí, pues no eres mío.
Salido de prisión estrecha y negra,
donde me ató el error por tantos años,
dejo aquí la cadena que me impuso
la mano hostil de mi enemiga fiera.
Hundirme en noche lóbrega y sombría
ya no podrá, porque quien ha vencido
al gran Pitón y con su sangre
el agua tiñó del mar, redujo a mi Megera.
A ti me vuelvo y clamo, voz sagrada;
gracias te doy, mi sol, mi luz divina;
mi corazón te ofrendo, excelsa mano,
que me sacaste de aquel garfio horrendo,
que me guiaste hacia mejor morada,
que mi turbado corazón sanaste.
¿Y quién me alivia, el corazón calienta,
no me deja temer destino o muerte?
¿Quién rompió las cadenas y las puertas
que muy pocos trasponen, hacia afuera?
La edad, los años, meses, días y horas,
hijas y armas del tiempo y esa corte a
quien ni hierro ni diamante pueden,
de su furor a salvo me han situado.
Por eso, las seguras alas tiendo
sin temer choque de cristal o vidrio,
mas hiendo el cielo y subo al infinito.
Y mientras de mi globo saco a otros
y por el campo etéreo más penetro
lo que otros ven de lejos, atrás dejo.