La Historia de la Filosofía nos dice que la idea de las “mónadas” pertenece al gran filósofo Leibniz. Y así es, pero… no es toda la verdad.
En realidad, este concepto de las “monadas” se lo debemos a una filósofa poco conocida del siglo XVII llamada Anne Finch (1631- 1679) nacida en Inglaterra.
Desde muy temprana edad Anne tuvo una educación muy esmerada, aprendiendo idiomas como latín y griego que dominaba ya a los doce años. En su juventud estuvo rodeada por el espíritu neoplatónico de la Escuela de Cambridge, círculo al que pertenecía su propio hermano, Jonh Finch y otros eminentes filósofos de la época como Henry More, quien fue su mentor en el camino filosófico ya que, como era usual en la época, Anne no podía acceder a la Universidad dada su condición femenina. Durante tiempo su formación con More fue por cartas. En algún momento Henry More pasó tiempo como huésped del matrimonio Conway, vizconde con quien Anne se había casado, compartiendo siempre una gran amistad y afinidad espiritual con su maestro.

También entabló contacto con filósofos herméticos (esoteristas y alquimistas) como Franciscus Mercurius van Helmont. Este contacto se debió a algo aparentemente fortuito. Anne sufría cefaleas crónicas desde pequeña. La enfermedad fue empeorando con la edad lo que le hizo probar diferentes tratamientos. Así llegó a conocer a van Helmont quien la trató de sus migrañas.
Además de traducir la obra de Descartes, Anne destaca por su única obra conocida: Principios de la más Antigua y Moderna Filosofía (1690), publicada en forma anónima y póstuma. En su obra, explica la formación del universo y los seres que habitan con el concepto de “monada”.
Para la filósofa, es el elemento por el que se compone todo. La mónada es una sustancia única, creadas por Dios, ya que solo se inician a partir de la creación y solo pueden ser destruidas por este mismo. Son elementos plásticos sujetos a la transformación y tienen un principio interno que provoca su alteración.
Los cambios son graduales, es decir, no es un cambio rápido o automático, es un cambio por fases, donde poco a poco se va notando la transformación. Ésta transformación es consecuencia de los hechos anteriores, de su estado precedente. Para Finch Dios es el motor del mundo y atemporal, por lo tanto, entiende que el futuro ya está marcado, a pesar de esto considera que los sujetos de las Mónadas son activos, dependen parcialmente de sus actos para irse transformando.
Finch no hace distinción natural entre humanos, animales o seres vivos, para ella, en el mundo de las criaturas las diferencias son modales. Los espíritus son todos iguales en tanto a que no hay uno superior a otro: todos tienen la misma esencia, y diferentes en cuestión de identidad. Bien, pues cada espíritu, con la fuerza plástica, puede ser infinitas cosas.
Van Helmont recogió los escritos de Anne y, en un viaje a Hanóver, presentó su obra a Leibniz y a su colaboradora científica y política Sofía de Hanover. Leibniz incorporó las ideas de Anne a su sistema filosófico. Aunque Leibniz reiteró las referencias a la «Condesa de Conway» como fuente de sus ideas, la obra de esta mujer fue atribuida a Van Helmont, quien publicó estos ensayos en forma de libro en 1690 en Holanda. Dos años después, en 1692, el libro llegó a Inglaterra, traducido y, finalmente, bajo la autoría de lady Conway.