Mitos y Narraciones sobre el Más Allá (II)

La Señora de la Vida y de la Muerte

La mayoría de los pueblos antiguos tuvieron especial respeto por esta deidad principal.  La Gran Madre, dadora de vida, era el seno de donde todas las cosas procedían y al que todas volvían una vez terminado su ciclo.  Era, por tanto, al seno de la Madre dónde se dirigía el difunto y esta era la matriz dónde la vida sería renovada. Esta “Casa de la Vida” lo era también de la Muerte; era el aspecto femenino de la deidad con múltiples formas en los simbolismos tradicionales.

“Dama de Elche”, Parte superior de una posible urna funeraria ibérica en forma de diosa madre
(Museo Arqueológico de Madrid)

Desde la Madre Celeste hasta la Madre Tierra fueron siempre señoras de la Vida y de la Muerte, gestadoras y nodrizas de los Mundos. Los símbolos asociados a ella son variados.  Principalmente se la representó como Vaca nutricia, el Ánade o Cisne Blanco, el Cielo Estrellado, o la Mujer con el Niño en su regazo.

Los ritos funerarios de la más remota antigüedad nos hablan de la relación de la muerte con la vida. El ocre rojo, símil de la sangre vivificante, con el que se espolvoreaban los cadáveres en la Prehistoria, era un signo de vida señalando el nuevo nacimiento, lo mismo que también lo eran las conchas que se depositaban en las tumbas de otras culturas. Aún más elocuente para indicarnos el “nuevo nacimiento” es la posición fetal en que se enterraba a los difuntos. La muerte era, por tanto, el nacimiento a una nueva vida. El difunto volvía al seno de la Diosa Madre quien gestaría una vez más la vida. Esto puede entenderse en un doble sentido: a) Morir en este mundo significa en contrapartida un nacimiento en el otro; b) La muerte es un proceso de regeneración y, por tanto, un intermedio entre la vida que se abandona y la nueva que se recrea.

En algunos casos encontraremos urnas funerarias con la forma de la Diosa donde las cenizas del difunto eran depositadas señalando de manera clara la idea de la nueva gestación.

“Dama de Baza”, Es otra urna funeraria ibérica, esta vez completa, en forma de diosa madre

Véase por ej., las esculturas ibéricas de la Dama de Baza y la Dama de Elche. Semejante significado tenía la orientación de los difuntos hacia el Este, asemejándole al sol que se renueva constantemente naciendo todos los días.

La renovación constante de la vida debe haber sido una de las convicciones con más evidencias a su favor ya que era constatable en los ciclos naturales tanto terrestres como celestes.

Este concepto de una gran potencia femenina de donde procede toda vida y en donde la misma se renueva constantemente es uno de los elementos religiosos más arcaicos de la humanidad y ha dado lugar a los símbolos más variados relacionados tanto con la muerte como con la vida.

El Ombligo del Mundo

Es sabido que los lugares considerados muy sagrados han sido denominados siempre con el nombre de ombligos o similar. Esto es lo que significan nombres como Delfos, Cuzco, Tíbet; otros, aunque no hayan recibido literalmente este nombre, fueron considerados como lugares ombligo, lo que, es decir, un lugar donde se consideraba que se unían el cielo y la tierra. Eran puertas de comunicación con la dimensión espiritual, donde los hombres podían tener más fácil acceso a lo divino y, también, donde los dioses se manifestaban de manera más patente.

Ónfalos de Delfos

Pero, además, la idea de ombligo es análoga a la de la columna central o eje del Mundo, columna por la que simbólicamente puede accederse por la vertical hasta la otra dimensión.

En una palabra, existirían puertas por donde la conciencia podría moverse entre los diferentes mundos. En la imagen platónica vista anteriormente, se la describe como una columna luminosa, semejante al arco iris. En la casa del mundo, que tiene techo en el cielo, y suelo en la tierra, la columna se eleva como relación entre ambos.También hay una estrecha relación entre la columna-ombligo y el árbol del Paraíso, árbol de la vida y del conocimiento que produce frutos mágicos. La manzana y la granada fueron frecuentes símbolos de este fruto, como las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides que Heracles conseguirá o la granada de la que comerá Perséfone y que le impedirá liberarse completamente de los infiernos.

El árbol de la vida, plantado en el medio del Edén, custodiado por 2 querubines armados con espadas de fuego. En Egipto será el sicómoro, consagrado a Hathor, el que confiere la vida eterna. En las tradiciones arcaicas es el Universo, el árbol del mundo invertido, con las raíces en el cielo y las ramas que se extienden.

En el “Jardín de las Delicias” del Bosco, el árbol-columna rodeada de frutos aparece en el centro sobre una media luna que a su vez está sobre una esfera que flota sobre un lago. El jardín ofrece el aspecto del confuso mundo psíquico, pero también aparecen los cuatro ríos que manan en el Paraíso.

La columna-árbol, relaciona los Tres Mundos: Cielo, Tierra y Submundo o, en otro aspecto, el mundo Espiritual, el Psíquico y el Físico.

Se suponía que las almas subían y bajaban por esta simbólica columna; es decir, el alma que desencarnaba, ascendía por ella hacia el mundo celeste, mientras que descendían del mismo las que venían a encarnar. Por tanto, la columna o el árbol, situados en el centro simbólico de la tierra era la comunicación entre los dos mundos: el visible y el invisible, el material y el espiritual.

Yggdrasil, árbol del mundo nórdico

En las culturas mediterráneas preclásicas existió un culto muy extendido al símbolo de la columna. La vemos en Micenas custodiada por dos leones o grifos rampantes y en Creta, por ejemplo. Esta simbólica columna estaba también relacionada con el culto a la diosa Madre en varios de sus aspectos: por ejemplo, como materia sustentadora de la creación y como cordón umbilical de la Madre Celeste, escalón o puente entre el cielo y la tierra, canal de energía vivificante. Este antiguo símbolo ha pervivido a través de los tiempos en las imágenes de las vírgenes apoyadas sobre una columna como, por ejemplo, la virgen del Pilar.

El Tiempo Cíclico

La idea del tiempo que retorna constantemente es tan arcaica y persistente en todas las culturas antiguas que tiñe todas sus mitologías y rituales sagrados.

La palabra ciclo nos habla del movimiento circular de la vida en el tiempo; allí donde acaba, es el punto de un nuevo comienzo.

Esta idea es fácilmente perceptible en la Naturaleza donde el movimiento cíclico se observa en todos los procesos. Desde el movimiento de los astros hasta los cambios estacionales. Hay ciclos en los procesos del agua terrestre, en el carbono, dentro de los fenómenos biológicos de nuestro propio cuerpo y tantos otros que manifiestan el ritmo de la vida.

Si la Vida es cíclica, se sucederá en ritmos de Vida-Muerte y Muerte-Vida. En el diálogo Fedón, Platón pondrá en boca de Sócrates:

«Entonces, «¿qué es lo que se produce de lo que vive?
Lo que está muerto -respondió
¿Y que se produce de –replicó Sócrates- de lo que está muerto?
Lo que vive; necesario es reconocerlo (Fedón, p.620)

Para esta concepción del tiempo, vida y muerte son dos momentos de la Vida real, pues allí donde llega el final de una vida (lo que llamamos muerte), otra vida comienza.

Pero la Vida, constantemente se perfecciona a sí misma, se supera, evoluciona hacia un punto más perfecto que el anterior.  Es por ello que el movimiento cíclico no es simple como el caso de una circunferencia trazada sobre un plano, sino que el movimiento se combina con la dimensión vertical.  Tendremos entonces, una espiral ascendente.

El símbolo de la serpiente que se muerde la cola es señal del Tiempo Único, siempre igual a sí mismo, la eternidad, mientras que la serpiente enroscada en espirales, representa el tiempo cíclico de la Vida en cambiante movimiento hacia la perfección.

Victoria Calle

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