Di Zang, el Bodhisattva del Inframundo: guía de almas y protector de los oprimidos

En la vasta cosmovisión espiritual de Asia, pocas figuras encarnan tan profundamente la compasión activa como Di Zang (también conocido como Kṣitigarbha en sánscrito y Jizō en Japón). Este bodhisattva, cuyo nombre puede traducirse como “Tesoro de la Tierra” o “Matriz de la Tierra”.

Este bodhisattva ocupa un lugar central en el imaginario religioso, espiritual y simbólico del inframundo, actuando como un puente entre los vivos y los muertos, los condenados y la esperanza de redención.

Una figura compasiva entre mundos

Di Zang es representado comúnmente como un bonzo o monje budista de cabeza afeitada, llevando una corona ceremonial, una vara de metal con anillos (shakujo) en su mano derecha —que utiliza para abrir las puertas del infierno y despertar la conciencia— y una perla o gema preciosa en la izquierda, símbolo de sabiduría y luz en la oscuridad. Su iconografía transmite humildad, compasión y determinación: atributos que definen su misión sagrada.

Como bodhisattva, Di Zang hizo un voto supremo: no alcanzar el estado de buda hasta que todos los infiernos se vacíen de almas. Esto lo convierte en un ser de profunda misericordia, que recorre los reinos infernales en busca de almas arrepentidas, intentando aliviar su sufrimiento y guiarlas hacia la liberación espiritual. Su labor se extiende no solo a los muertos, sino también a los vivos que sufren, especialmente los oprimidos, los pobres, los moribundos, los niños fallecidos, los viajeros y hasta los pescadores y marineros en lugares como Hawái.

El tránsito al inframundo en la tradición china

En las creencias populares chinas, el viaje al inframundo es una travesía ordenada y ritualizada. Tras la muerte, el alma del difunto es reclamada por la deidad tutelar de su localidad y escoltada a través de la Puerta de los Espíritus, la entrada al más allá. Esta puerta está custodiada por temibles guardianes, quienes exigen un pase en forma de papel amarillo, quemado por los familiares en los rituales funerarios. Sin este pase, el alma no puede avanzar.

Entre los guardianes de este umbral se destacan Heibai Wuchang, la dualidad del espíritu de la impermanencia, encargada de escoltar a los espíritus por el Camino de las Fuentes Amarillas, que conduce al tribunal inicial del inframundo.

El sistema de justicia espiritual del inframundo chino está regido por los Diez Reyes del Inframundo, con Yanluo (semejante al dios hindú Yama) como el principal juez. En este ciclo de diez juicios, el alma del difunto atraviesa un proceso prolongado: pasa siete días en cada uno de los siete primeros tribunales, completando un total de cuarenta y nueve días. Luego, es juzgada nuevamente en el octavo tribunal al cumplirse cien días de su muerte, en el noveno tribunal al año, y finalmente en el décimo tribunal a los tres años del fallecimiento.

Durante todo este proceso, la conducta del alma en vida es minuciosamente revisada. Las buenas acciones son recompensadas; las malas, castigadas. Sin embargo, no todo está perdido: los familiares vivos pueden ayudar a aliviar el sufrimiento del alma mediante ritos, plegarias y ofrendas en fechas conmemorativas, reforzando el lazo espiritual entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Este proceso no es solo un castigo, sino una oportunidad para purificar el alma y prepararla para el renacimiento. No es casual que en este mundo simbólico se incluya el acto de beber el Caldo del Olvido, que borra los recuerdos de la vida anterior antes de cruzar hacia una nueva existencia, muchas veces a través de tres puentes —de oro, de plata y simple— según el karma acumulado. Llama la atención la estrecha relación del caldo del olvido, con las aguas del Letheos que beben las almas antes de reencarnar, según cuenta Platón en La República.

Di Zang como intercesor y redentor

Por encima de estos jueces terrenales se erige Di Zang, como intercesor supremo. Su presencia es una luz en medio del castigo. No juzga, no condena, sino que instruye, redime y guía. Es un bodhisattva que asume un compromiso espiritual sin parangón: no liberarse él mismo mientras exista una sola alma condenada. Esta promesa lo hace excepcional incluso dentro del panteón budista, y le confiere una autoridad moral que trasciende las estructuras de poder del inframundo.

Pero este camino de descenso a las sombras se vincula también con el ascenso a lo sagrado. En la tradición china, el Monte Kun Lun representa este polo opuesto: la montaña sagrada donde habitan los dioses inmortales, regida por la diosa madre Wang. Kun Lun, representa no solo un lugar físico, sino un eje espiritual del mundo. Es una montaña de infinitas dimensiones, situada en el “centro del mundo”, idea que resuena con otros mitos de montañas sagradas como el Meru en India, el Hara Berezaiti en Irán o el Gerizim en Palestina.

Ascender la montaña es símbolo de elevación espiritual y, a la vez, de retorno al origen. Es una peregrinación hacia la unidad primordial, un viaje místico que refleja también el papel de Di Zang como guía en el camino del alma hacia su redención.

Un Bodhisattva Universal

Estas múltiples facetas nos muestran que Di Zang no es solo una deidad del más allá, sino un arquetipo profundamente humano: aquel que se queda para ayudar, que guía en el sufrimiento, que alivia y acompaña sin juzgar. En él convergen elementos budistas, confucianos y taoístas, haciendo de su figura una síntesis espiritual que trasciende credos y fronteras. Este sincretismo es característico de la religiosidad popular china, donde las doctrinas se entrelazan en un tejido complejo pero coherente que da sentido a la vida, la muerte y el más allá.

En Japón, Jizō se ha transformado también en un ícono de la cultura: pequeños altares con su figura pueden verse en calles, cementerios y caminos rurales. Allí, es especialmente venerado como protector de los niños natimuertos y los viajeros. Las madres que han perdido hijos lo visten con gorros y baberos rojos, esperando que cuide de sus pequeños en el más allá.

El Camino del Retorno

La enseñanza de Di Zang resuena con fuerza en nuestro mundo actual. Su compasión incondicional, su compromiso con el otro y su decisión de postergar su propia realización en favor de los demás, nos interpelan como ejemplo de servicio, responsabilidad y compromiso espiritual.

En tiempos donde el dolor y la pérdida parecen envolver al mundo, su imagen recorriendo los infiernos con la lámpara del conocimiento en la mano nos recuerda que siempre hay una salida del sufrimiento. Que incluso en la más profunda oscuridad, existe la posibilidad de redención, de retorno, de reencuentro con el origen.

Alessandra Magalhaes

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