No fue sencillo para la ingeniería actual entender cómo edificios modernos construidos con tecnología de punta hace unas décadas atrás, colapsaban ante la llegada de fuertes movimientos sísmicos, mientras las centenarias pagodas se mantenían en pie desde antaño en un país de elevada actividad sísmica, como es Japón. No hay registros ni actuales ni antiguos, de que estas estructuras de madera hubieran sufrido daños estructurales o incluso colapsos ante terremotos, habiendo sido puestas a prueba en numerosas ocasiones, entre ellas el terremoto de Kobe en el año 1995 cuya magnitud fue de 7,2 en la escala de Richter[1].
Para poder acercarnos al entendimiento sobre cómo estas estructuras lograron trascender los años y las condiciones más extremas, es necesario ahondar en su origen…
Arquitectura sagrada: las pagodas budistas.
Para un gran número de pueblos en la historia, la arquitectura conformó una de las principales vías de acceso a lo sagrado. Haciendo referencia con el concepto de lo sagrado a todo aquello que permitía el desarrollo interior de los individuos de un estado y a la vez favorecía la unión entre ellos y con la naturaleza.
La arquitectura sagrada buscaba configurar el espacio de tal forma que se facilitara el contacto con lo trascendente, con aquello que está más allá del paso del tiempo. Quizás por ser en estos lugares donde el ser humano buscaba lo eterno, estas construcciones son las que sobrevivieron y llegaron hasta nuestros días.
Cada una de las grandes edificaciones como templos, sedes de gobiernos, talleres artísticos, centros astronómicos, por ejemplo, eran complejos simbólicos en sí mismos y muchas veces formaban parte de emblemas mayores que podían verse en la interacción entre distintos edificios. Así se observa que en Teotihuacán (la “ciudad donde los hombres se convierten en dioses”) el Templo de la Luna, el Templo del Sol y el Templo de Quetzalcóatl están ordenados siguiendo la alineación de las estrellas en el cinturón de Orión.

Esta noción podrá observarse en Japón con el advenimiento del budismo llegado desde China, en la construcción de complejos arquitectónicos alrededor del siglo VI de nuestra era, en cuyo centro se erigían las pagodas. La pagoda es un símbolo del budismo relacionado con las antiguas “stupas” hindúes. Estas construcciones representan a Buda.
Según Fernando Gutiérrez [2]: “mirar a la Pagoda va a ser mirar la misma imagen de Buda. Estas edificaciones sagradas manifiestan a Buda como Ser supremo que lo penetra todo y se expresa en los cinco elementos. (…) La Pagoda del templo budista es toda ella el símbolo de Buda: por eso, ocupaba a los comienzos del arte budista el centro del conjunto de los edificios”. Con el tiempo las pagodas compartirán el centro junto a los kondos, santuarios centrales donde se presentan imágenes de Buda.

El simbolismo en las pagodas
Se lee en los escritos más antiguos del budismo que, cuando los discípulos preguntaron al Buda histórico, Shakyamuni, qué harían con su cuerpo después de su muerte, él les indicó que podían colocarlo dentro de una «Stupa»[3]. Las pagodas provendrían de las Stupas que con el paso de los años fueron sufriendo transformaciones y adaptaciones culturales.
Simbólicamente estas construcciones pueden verse desde distintos niveles. En una macroescala estos edificios son una representación simbólica del universo, con una base cuadrada de la que emerge, que simboliza la tierra, y un pilar central que la atraviesa toda, desde los cimientos hasta el punto más alto representando el «Axis mundi», el eje del mundo que une los tres niveles cósmicos (Cielo, Tierra y Regiones Subterráneas).
Las pagodas regularmente tienen cinco planos simbólicos, identificados con los cinco elementos: tierra, agua, aire, fuego y el éter. Así la totalidad de la Pagoda simboliza la supremacía de la Naturaleza de Buda, que es la realidad última que está detrás de todo y lo mantiene todo (Gutiérrez, 1998). En esta escala intermediaria, simboliza al Buda quien, al iluminarse unificó su ser con el universo.
Desde un enfoque humano y analizando la geometría con que fueron construidas, se pueden ver dos secciones bien definidas: una inferior en forma de prisma cúbico -la tierra-, cuya figura geométrica de base es el cuadrado; y una superior piramidal (triangular si se la ve de frente), en contacto con el cielo. Simbólicamente, las figuras de cuatro lados representan la materia, con sus cuatro dimensiones, las cuatro etapas de los ciclos, los cuatro elementos. El triángulo formaliza el paso de la materia a lo espiritual: de una base múltiple se asciende hacia “Lo Uno”, la Deidad Suprema. Coronando el edificio vamos a encontrar el Soria, un elemento vertical armado con figuras decorativas y nueve anillos en cuyo extremo se encuentra el “Hoju”, la puerta del Nirvana, el lugar donde Buda permanece esperando por la humanidad.
Un simbolismo semejante puede observase en tradiciones encontradas en el Tíbet. Según estas enseñanzas, y coincidiendo con gran parte de las culturas antiguas, el ser humano era entendido como un ser de doble naturaleza: una material y una espiritual.
El cuerpo físico, la energía vital que le permite ponerse en movimiento, las emociones y una mente concreta constituyen la personalidad del hombre, y se representaba mediante el cuadrado. Estos cuerpos manifestados tendrían una raíz en el plano esencial (semejante al Mundo de las Ideas que plantea Platón) donde se encuentran los otros vehículos trascendentes: la mente pura, capaz de crear e imaginar, la intuición y la voluntad, simbolizados por el triángulo. La unión entre estos dos planos dispares es posible gracias a la conciencia (Antahkarana en sánscrito) cuyo significado es “puente”; es el elemento interior que permite mantener unidos los cuerpos del ser humano y darles sostén. Esta representación es conocida como la constitución septenaria del ser humano.

Tecnología y simbolismo: las pagodas y la estabilidad antisísmica
Una de las claves tecnológicas que permitieron a estos edificios llegar hasta nuestros días, fue la capacidad de adaptarse a los fuertes movimientos sísmicos, sobre todo en Japón. Tradicionalmente, la cultura japonesa tuvo una convivencia íntima con la naturaleza. Para ellos existían dos posturas, o se estaba a favor de la naturaleza, se trabajaba con ella y para ella; o se estaba en su contra.

Siguiendo estos lineamientos, las pagodas más antiguas están construidas en madera, armadas con piezas especialmente diseñadas para permitir un diseño flexible que, ante inclemencias del ambiente, permitieran moverse lo suficiente para que el material constructivo no se fracturara y que las deformaciones no fueran excesivas manteniendo su funcionalidad. Dos mecanismos contribuyen a mantenerlas estables.
Las pagodas constituidas por cinco pisos, eran construidas de tal manera que cada nivel fuera capaz de moverse independientemente. Uno de los secretos de su estabilidad ante los movimientos telúricos, no era la resistencia al movimiento, si no la capacidad de moverse en armonía con la tierra, realizando lo que llamaron la “danza de la serpiente”.
A modo ilustrativo, es interesante destacar que según leyendas hindúes, siete serpientes comparten la labor de vigilar las siete secciones inferiores del Cielo y entre ellas deben turnarse para sostener la Tierra. Cuando intercambian funciones, la gente de la Tierra siente que esta tiembla[4]. La serpiente descendería del cielo a través del “Hoju” y la pagoda se movería junto con ella, permitiéndole hacer de puente y llegar al interior de la tierra. Es llamativo mencionar que aún hoy, una de las formas de estudiar los terremotos en la ciencia es a través de las llamadas ondas “S”.

Volviendo a la construcción, es la fricción lo que mantiene unidos a los diferentes pisos y el movimiento armónico entre ellos permite que se sostengan en conjunto para no derrumbarse. Reflexionando filosóficamente, ¿no funcionan así los grupos humanos cuando se organizan naturalmente? ¿No es la fricción lo que permite la generación y la vida en el universo?
Por otro lado, estos pisos libres de desplazarse entre ellos, van a estar unificados por una columna central; elemento vertical que va desde el centro de la tierra hasta el cielo. Este eje va a ser lo que conecte la pagoda con su entorno y a cada nivel entre ellos; pudiendo verlo como el elemento que restringe, pero a la vez unifica, que los sostiene y les da altura. Semejante a la conciencia humana en la constitución septenaria.
Estos edificios encuentran el equilibrio armónico en el juego entre los desplazamientos libres de cada nivel y la limitación del eje. Desde un punto de vista simbólico, es el desarrollo evolutivo del ser humano en sí: el equilibrio entre destino y libre albedrío. La libertad de transitar por el Dharma (camino evolutivo para los hindúes) hacia el Nirvana, pero limitados por las paredes del Karma, que nos restringen y encausan, generando fricción cuando nos ponemos en contacto con ellas.
Comentarios finales
En este ejemplo de las pagodas puede verse una vez más que, cuando las ciencias, las artes, la política y la religión se encuentran en un solo punto, las soluciones tecnológicas que se buscan son soluciones naturales y por copiar el ejemplo de la naturaleza, son eficientes y atemporales. Y sobre todo, aplicables a todas las esferas.
En Grecia los movimientos sísmicos eran atribuidos a Poseidón, quien además de ser dios de los mares, era el que sacudía la tierra, como relatan los poetas. Poseidón rige sobre lo desconocido, lo que está más allá del horizonte y que aún no se ha experimentado. Lo desconocido es una de las causas fundamentales de los miedos del ser humano, ya que adentrarnos en ello hará que se movilice la superficie sobre la que pisan nuestros pies, poniendo en riesgo nuestra integridad física, psicológica y moral.
¿Será que, ante lo desconocido, cuando nuestros cimientos más profundos son sacudidos y se ven azotados por las circunstancias, es la conciencia lo que nos mantiene estables, como el eje para las pagodas?
Estas construcciones sagradas simbolizan a Buda y desde esta perspectiva, también representan a cada ser humano, pues el Nirvana es el destino de todos según antiguas enseñanzas. Para elevarnos como pagodas y conectar el cielo y la tierra es necesario desarrollar nuestra conciencia. Así podrá ser el centro y el eje de nuestra personalidad, unificando de manera coherente nuestras acciones, nuestras emociones y nuestros sentimientos.
Franco P. Soffietti
[1] Video “Secretos del diseño resistente antisísmico de las Pagodas”: https://www.youtube.com/watch?v=uG37gQSvrf4
[2] Gutierrez F. (1998). La pagoda budista en los templos japoneses. http://dx.doi.org/10.12795/LA.1998.i11.09
[3] Cfr. Digha Nikaya 16, 5, 10ss. Trad. italiana del Canone Buddista II, Ed. Utet, Torino, 1976, pág. 430ss.
[4] Artículo “Serpientes y terremotos”: https://gandia.nueva-acropolis.es/gandia-articulos/curiosidades/25483-serpientes-y-terremotos
Excelente informe. Algo he leído sobre la cultura de China y Japón. Sobre sus idiologias. La columna central que mantiene las partes unidas, la vemos en el cuerpo humano. Y arriba, más allá de la cabeza está la conciencia, que nos hace humanos
Me gustaMe gusta