Podemos encontrar en la música una de las formas de plasmar la belleza en el mundo. Es aquella que nos ayuda a despertar en cada uno de nosotros el ser interior y poder conectarnos con lo eterno. En esta oportunidad recordaremos a Beethoven quien fue considerado uno de los compositores más importantes de la historia de la música. Hoy en día seguimos conmoviéndonos al escuchar sus sinfonías. Entre ellas, un lugar especial ocupa la novena sinfonía, que fue inspirada en el poema de Friedrich Schiller traducido como “A la alegría”.

Ludwig Van Beethoven nace en Bonn, actual Alemania, en el año 1770. Los relatos biográficos mencionan que su vocación musical comenzó en el año 1779 cuando tomó contacto con su primer maestro y con tan solo 11 años, realizó su primera composición. En 1792 se dio a conocer como compositor y pianista y unos años después estrenó su primer concierto público en Viena. Su éxito era grandísimo, pero a él le preocupaba su avanzada sordera. Sin embargo, no dejó de producir obras maestras hasta el final de sus días. Beethoven siendo sordo compuso su maravillosa novena sinfonía.

Siendo la música algo que podemos percibir por el sentido del oído, con el cual no contaba Beethoven en su último tiempo, es paradójico que haya logrado componer en la novena sinfonía una música asombrosamente bella. Dejó de escuchar con sus oídos mientras escuchaba con su alma.
Lo hermoso de una sinfonía es que resulta de la armonía entre los sonidos. Así como en la música la sinfonía se genera porque existe un vínculo entre los sonidos que son parte, así entre los seres humanos surge la concordia cuando se alcanza la unión de voluntades en armonía desde el corazón.Tanto sinfonía como concordia nos trasmiten el sentido de la unión.

Si recordamos las enseñanzas del filósofo neoplatónico Plotino, él nos dice -basándose en Platón- que hay cosas que están divididas desde un principio, las cosas materiales. A estas se opone la esencia que no admite división alguna, entendida como lo UNO. Luego, un tercer elemento que, sin fraccionarse, se divide en cada uno de nosotros al llegar a nuestro cuerpo, el Alma. Esta noción podemos verla simbólicamente en la magia que encierra la música: la misma esencia, la melodía, penetra en cada uno de los seres humanos. La música como el Alma, se divide pero no se fragmenta, de modo que las personas se encuentran separadas, pero a la vez unidas por la misma esencia.
Así vemos cómo se produce la sinfonía entre los sonidos y la concordia entre los hombres. Es por compartir una esencia común, que no podemos dejar de defender la unión entre los seres, descartando todo tipo de desavenencia superficial, para acercarnos con actitudes y palabras de fraternidad. Beethoven decía: “No rompas el silencio si nos es para mejorarlo”. Llevando esta máxima a nuestro comportamiento: si las palabras no son amables, no decirlas y si las acciones no son nobles, no realizarlas.

Tal vez eso fue lo que intentó trasmitir Beethoven con su exquisita y tan profunda sinfonía. Transformando en música aquel poema que lo inspiró, logró plasmarlo porque se acercó a la belleza arquetípica. Del mismo modo, nos puede servir de inspiración para nuestro actuar: escuchar simbólicamente los mismos sonidos y conquistarnos a nosotros mismos unificando todo tipo de separatividad. Así, tal vez los hombres volvamos a ser hermanos.
“¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! … ¡hermoso destello de los dioses, hija del Elíseo…! Ebrios de entusiasmo entramos, diosa celestial, en tu santuario. Tu hechizo une de nuevo lo que la acerba costumbre había separado; todos los hombres vuelven a ser hermanos allí donde tu suave ala se posa. … Todos beben de alegría en el seno de la Naturaleza. … corred así, hermanos, por vuestro camino alegres como el héroe hacia la victoria…”
(Extracto del poema de Friedrich Schiller)
María de Jesús Cuadro