La poesía, canal de los humanos sentimientos
La famosa guerra de Troya cantada por el poeta Homero en el siglo VIII a.C., se mantuvo en el plano de la mitología hasta que el arqueólogo alemán Schliemann encontrara los restos de la ciudad durante el siglo XIX de nuestra era. Esta historia es uno de los grandes cimientos de nuestra cultura globalizada y como todo aquello que se entrelaza con lo simbólico, no importa cuantas veces se lo enfrente, siempre permitirá renovadas y profundas reflexiones. Pues, así como la tragedia en la antigua Grecia, los cantos poéticos que se acercan a lo eterno, tienen la característica de permitir al receptor volver a vivir el relato en su interior.
Tal vez por ser atribuido a las Musas el conocimiento de aquello cantado, los poetas conocen todo como si hubieran estado presentes. Sus cantos poseen tal cualidad de realismo y autenticidad, que generan un efecto de unificación entre el oyente y la historia. La fuerza de la poesía tiene el efecto de que, escuchando las vidas de otros, sus desgracias y dolores, uno recuerda las propias. La compasión por el sufrimiento del otro es posible porque uno se ha puesto en su lugar y así re-vive sus desgracias como si fueran propias, por ejemplo, en Áyax de Sófocles:
“Yo, por cierto, no conozco ninguno y compadezco a él, desdichado enteramente, aunque siendo enemigo, porque ha sido unido a un destino funesto, cuando reflexiono sobre lo suyo nada más que sobre el mío (reflexiono). Pues, comprendo que nosotros nada somos más que una apariencia, cuantos vivimos, (nada diferente) que una sombra vacía (somos)”. (Áyax, vv. 121-6)

Este concepto trágico de la poesía podemos encontrarlo también en las obras homéricas. Por ejemplo, Macleod en su obra “Homer Iliad Book XXIV” analiza el efecto de los cantos del aedo Demódoco[1] en la audiencia de la corte del rey Alcínoo. Con historias donde se relatan hechos ocurridos durante la guerra de Troya, Macleod menciona que los oyentes atraviesan distintas emociones: se deleitan y conmueven en primer lugar; con los amores de Ares y Afrodita se divierten y renuevan; mientras que, al llegar el turno de contar los sufrimientos de los combatientes, llega la culminación de los sentimientos despertando la compasión en el auditorio real:
“Tales cosas cantaba el aedo famoso, y Ulises
conmoviese y el llanto, al caer, le mojó las mejillas.
Y como una mujer que, abrazada al marido, solloza
cuando este ha caído delante del pueblo y su gente
para así liberar la ciudad y a los hijos del día
implacable, y al verlo morir, jadeando, se lanza
ella a él y lamentase y grita, y están los contrarios
golpeando con picas su espalda y sus músculos todos,
y la llevan cautiva a que pase trabajos y angustias,
y en la tan lastimosa agonía consume su cara,
lastimoso era el llanto al brotar de los ojos de Ulises.
Y escondía él a todos el llanto que estaba vertiendo”. (Od. viii, 521-533).

Los efectos de la poesía superan el mero deleite emocional. El sentimiento de la compasión ayuda a soportar el propio dolor con mayor coraje, apareciendo así una paradoja propia de la tragedia: el dolor puede producir complacencia ya que uno escuchando las desgracias de otro puede beneficiarse aprendiendo a vivir mejor.
El honor, la gloria y la compasión en la Ilíada
Macleod reconoce dos planos en la poesía épica de Homero y especialmente en Ilíada. Presenta la acción de hombres que están decididos a ganar la gloria y el honor en la guerra; mientras que, en un plano más profundo, el objetivo del poeta es presentar el humanismo en contraste con la dureza de la guerra, ya que de esta contraposición surge el sufrimiento humano y la tragicidad.

La Ilíada es un relato que en su interior resume la consagración del ser humano como tal. Según Macleod, el tema central de Ilíada no es solamente el honor y la gloria sino también el sufrimiento y la muerte:
Canta, diosa, la cóleraaciaga de Aquiles Pelida,
que a los hombres de Acaya causó innumerables desgracias
y dio al Hades las almas de muchos intrépidos héroes
cuyos cuerpos sirvieron de presa a los perros y pájaros
de los cielos; que así los designios de Zeus se cumplieron
desde que separáronse un día, tras una disputa,
el Atrida, señor de los hombres, y Aquiles divino. (Il. I, vv. 1-7)
La guerra es el medio para ganar la gloria, no obstante, ganando la gloria los héroes se enfrentan con su muerte. Mas, por enfrentarse a la muerte ganan la gloria. No habría gloria sin esta disposición sincera de enfrentarse a situaciones límites de la existencia humana, bajo el riesgo de la propia vida.
El canto XXIV parece ser el corazón de la historia, pues si bien algunos críticos mencionan que no pertenece a la obra, en este se sintetiza y se completa el espíritu de la Ilíada. Aquellos que buscaron el honor en combate, despiertan ahora la compasión, sentimiento ausente en el resto de los cantos, que les permite alcanzar la gloria. Macleod, para argumentar esta tesis, presenta dos episodios.
Uno de estos capítulos mencionado es el encuentro de Glauco y Diomedes en el campo de la batalla (Canto VI, vv.119-236). Los dos enemigos al ver que sus antepasados mantuvieron un vínculo de hospitalidad concuerdan en hacer las paces. Y para dejar constancia de que dichos vínculos son renovados, intercambian las armas como si se tratase de un regalo recíproco, detienen el combate y juran no cruzar las armas entre ellos, para no transgredir la xenía (concepto griego de hospitalidad[2]) de sus antepasados. En el discurso de Glauco se plantea la naturaleza de la condición humana: sufrimiento y mortalidad infundidos con la compasión.
—Generoso Tidida, ¿por qué mi linaje preguntas?
Cual las hojas del árbol, tal es la existencia del hombre.
Por el suelo los vientos esparcen las hojas, y el bosque
reverdece y produce otras hojas en la primavera.
De igual modo una generación nace y otra perece. (VΙ, vv. 145-9)

El segundo episodio que hace mención, es el encuentro de Héctor y Andrómaca -su mujer- en el mismo canto VI. Este es uno de los pilares fundamentales de la estructura del poema homérico, pues encarna fractalmente la esencia de la historia completa. Los dos son conscientes de sus próximas muertes y de la caída de Troya. Sin embargo, el amor a su familia no impide a Héctor defender su propio honor y el de su ciudad.
El príncipe troyano, conociendo el funesto final, sale al enfrentamiento de Aquiles, que lo busca para vengar la muerte de Patroclo. La valentía de Héctor lo aproxima más a su muerte y a la inexorable caída de su ciudad, cuyo único defensor es él mismo.

En oposición a Héctor se encuentra Aquiles. Consciente de su próxima muerte, responde a Janto -su caballo negro- que conoce muy bien su futuro:
Y Janto -puntualiza Homero-, el corcel de ligeros pies, bajó la cabeza -sus crines, cayendo en torno de la extremidad del yugo, llegaban al suelo-, y habiéndole dotado de voz Juno, la diosa de los níveos brazos, respondió de esta manera:
-Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aquiles; pero está cercano el día de tu muerte y los culpables no seremos nosotros, sino un dios poderoso y el hado cruel. No fue por nuestra lentitud ni por nuestra pereza por lo que los teucros quitaron la armadura de los hombres de Patroclo; sino, que el dios fortísimo, a quien parió Latona, la de hermosa cabellera, matóle entre los combatientes delanteros y dio gloria a Héctor. Nosotros correríamos tan veloces como el soplo del Céfiro, que es tenido por el más rápido. Pero también tu estás destinado a sucumbir a manos de un dios y de un mortal.
Dichas estas palabras, las Furias le cortaron la voz. Y muy indignado, Aquiles, el de los pies ligeros, así le habló:
-¡Janto! ¿Por qué me vaticinas la muerte? Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre y de mi madre; mas, con todo eso, no he de descansar hasta que harte de combate a los teucros.

¿Acaso no es Aquiles quien tuvo que elegir entre una vida larga y tranquila, a una vida corta y gloriosa? El de pie ligeros se encuentra en una situación semejante con Héctor: ambos indefensos frente a su destino, sabiendo que alcanzarían la gloria dejando la vida. Aquiles en este punto puede sobrellevar la necesidad: el guerrero sufre siendo la causa del sufrimiento para otros y por eso debe morir joven y lejos de su patria y sus padres de la misma manera que lo hacen aquellos a los que mata. Así, enfrentando su muerte con claridad, en el canto XXIV llega a una mayor conciencia de la condición humana.
Una vez vencido Héctor y habiendo sido su cuerpo ultrajado, el pélida (Aquiles hijo de Peleo, rey de los mirmidones) reconoce la universalidad de la ley, lo inexorable del sufrimiento y bajo de esta consideración comprende y compadece a Príamo, rey de Troya.
La compasión, el sentimiento que guía a la gloria
El sufrimiento es propio de la naturaleza humana. En estos pasajes, según Macleod, hay tristeza pero no amargura, de hecho, se evidencia una virtud: la humildad. La más completa y profunda expresión de la piedad y compasión es la conciencia de la debilidad humana compartida.
El canto XXIV no es un final feliz ya que el poema concluye con el conocimiento de la muerte de Aquiles que se aproxima y la caída de Troya. La Ilíada, según Macleod, es una gran obra no solamente porque relata de modo autentico la piedad, la amabilidad y la civilización, sin presentarlas como situaciones victoriosas en la vida. Su humanismo no se apoya en un optimismo superficial; está profunda y firmemente arraigado en la conciencia de la naturaleza humana y en el sufrimiento que esta incluye.

Homero presenta la guerra dura, cruel e implacable. Sin embargo, en el último canto Aquiles acepta la súplica de Príamo. El canto XXIV -junto con la epopeya- concluye con la compasión de Aquiles por el rey troyano al ver morir su hijo y su reino. Finaliza con el entierro de Héctor; los ritos civilizados son realizados. La guerra comienza su final, paradójicamente en paz para los dos bandos.
Los dioses entregan la gloria a Héctor y a Aquiles, ambos la buscaron. La compasión fue el sentimiento que los elevó a la gloria, junto a los dioses. La compasión es la síntesis de la Ilíada, el resultado final del conflicto y el escalón previo hacia la cumbre del ser humano.
María Kokolaki
[1] La Odisea, Canto VIII.
[2] Puede el lector profundizar sobre este concepto en: https://codigopublico.com/cultura/el-ritual-de-hospitalidad-griego/