Hasta hace unas décadas atrás, en el ámbito académico occidental a la hora de hablar de la historia de la humanidad, se consideraba que los pueblos africanos no eran parte de ella. Tal vez por identificarlos como seres salvajes o por tener costumbres distintas a las europeas, pensaron que no tenían pasado que valiera la pena resguardar en la memoria. Pero esto fue cambiando los últimos tiempos y la profundización en las antiquísimas culturas africanas, permitió sacar nuevamente a la luz fragmentos del conocimiento de la humanidad en contacto con la sabiduría atemporal.
¿Cómo estudiar las culturas antiguas?
Es aceptado por antropólogos e historiadores, que cada cultura, cada sociedad, tiene una “alienación” particular. Cada pueblo ve la vida, la naturaleza y al ser humano de una manera particular. Cada cultura tiene sus propios “lentes” a la hora de ver el mundo. Para penetrar en estas tribus tan lejanas en el tiempo y tan diferentes a nuestra cultura globalizada, es necesario hacer un esfuerzo por sacarse los lentes de la actualidad y tratar de observar, lo más desprejuiciado posible, para llegar a lo más puro; para acercarnos a la esencia.
Existen tres ejes que permiten comprender, en términos generales cómo una cultura está constituida. Uno de estos es la COSMOVISIÓN que tiene un pueblo, una civilización, una sociedad. Esta visión compartida sobre el universo, sobre la naturaleza y sus leyes, así como el lugar de cada cosa dentro de ella. Un segundo eje es el SER HUMANO; reconocer cómo ven al ser humano como parte del universo y reflejo del mismo, con un lugar y una función determinada. Finalmente, como el ser humano parece ser social por naturaleza, la SOCIEDAD configura este tercer eje. Cuando las culturas están completamente conformadas, es conveniente tener presentes los tres aspectos a la vez, porque no se pueden comprender por separados. En el centro de estos tres ejes están los valores humanos, ideas y símbolos que les dan identidad, orientación y guía.

El origen
El principio de todo, Lo Uno, aparece en estos pueblos como la Deidad Absoluta y por lo general abstracta. La naturaleza completa, la vida y la muerte, el ser y el existir surgen de esta deidad absoluta. El concepto es compartido entre numerosas tribus africanas y aunque irá cambiando algunos aspectos formales según la cultura, la esencia se mantiene inmanente.


Entre los zulúes, por ejemplo, esta deidad era llamada Unkulunkulu. Entre los macúas y banayis en Mozambique, Muluku es el dios principal. Es posible encontrar los rasgos simbólicos de la deidad entre las máscaras que lo representan. Muluku posee dos grandes ojos, por poder ver en lo profundo, por ser “el que todo lo ve” y conocer todo lo que ocurre. La máscara de Muluku también nos muestra una gran boca, pues volvemos a ver, como en otras tradiciones mundialmente conocidas, la relación entre la creación y la palabra. Por ejemplo, cuando en los relatos bíblicos se menciona que “El Verbo (Logos) Divino se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14), o la idea del aliento que da vida; también en términos filosóficos, la palabra griega “logos” significa palabra, pero no cualquier palabra, sino aquella que arraigada al Mundo de las Ideas, permite crear en el Mundo Manifestado.


Entre los massais su deidad principal Ngai significa literalmente “el Cielo”. Vemos una relación directa entre la deidad creadora y el plano celeste, como símbolo del espíritu. Ngai no es masculino ni femenino, sino que es padre-madre. Vamos a encontrar figuras de Ngai-padre, como saliendo de un recuadro y sosteniéndolo a la vez, representando su presencia en el mundo concreto (simbolizado universalmente con el cuadrado) y el dominio sobre este, por sostenerlo. También es posible encontrar figuras de Ngai-madre amamantando a un niño; forma universal del arquetipo de lo femenino.

Entre las particulares coronas de los massais, veremos simbolizada la idea misma de la creación del universo. La cabeza del rey, como representante terrestre de la deidad, asoma desde el interior, a través de una “vesica piscis”. Se representa así al pensamiento divino que se abre camino en la materia inerte y sin forma -representada por la melena negra- para ordenarla y permitir la existencia. Puede interpretarse así, que la vida para los massais, surge como la síntesis entre un principio pasivo -la caótica materia inerte- y un principio activo que la fecunda y ordena. Además, esta corona tiene siete plumas de colores que salen de la frente del aristócrata, simbolizando los siete principios naturales, las siete dimensiones del universo.
Es interesante mostrar que el símbolo de la «vesica piscis» es muy común en todas las culturas y religiones. Puede ser reconocido en India, con Shiva en su interior; en el cristianismo con Jesús o la Virgen María en el centro; también en construcciones islámicas o en representaciones medievales del tarot egipcio.

Del caos al orden: la creación del Cosmos
Un ejemplo del surgimiento del universo para los pueblos africanos, se encuentra en el mito cosmogónico del pueblo Dahomey. Entre estas culturas del oeste de África, había al comienzo una deidad principal con dos caras: el Sol, Lisa y la Luna, Mawu. Esta deidad dio vida a la “serpiente cósmica” y a su hijo a Gu quien, junto con la serpiente crearán el universo.

Cuando la deidad primera se dividió, apareció el Cielo en lo alto y la Tierra en lo bajo, recordando las tradiciones griegas al mencionar a Gea y Uranos; o las egipcias con Geb y Nuth, por ejemplo. La tierra -el mundo manifestado- es el lugar donde se concretizan las leyes del tiempo; donde las cosas nacen, crecen y mueren; se transforman y mutan continuamente. Mientras el mundo terrestre se caracteriza por ser perecedero, las cosas del Cielo son eternas y atemporales; no cambian con el paso del tiempo, ni mueren a los ojos del ser humano. Los elementos del Cielo, por lo general tienen formas esféricas o circulares; este es uno de los motivos por lo que el círculo ha sido desde antaño símbolo de la perfección, de lo trascendente, de Dios.

El universo entonces resulta de la unión de ambos principios y se mantendrá a través de una lucha continua entre la serpiente que busca destruir lo que existe y Gu. De la lucha armónica entre estos dos principios, se crea continuamente el universo. La vida, así como la armonía entonces, nacen del conflicto y la lucha. La serpiente intentará aplastar al Cielo junto a la Tierra, ya que se enraíza en el primero, pero atraviesa los abismos terrenales cerrándose sobre ella misma. Gu tendrá un rol intermediario, manteniendo las cosas separadas y sosteniendo el espacio entre la tierra y el cielo; el mundo medio donde la vida se expresa, donde el ser humano se desarrolla.
Es muy importante en las culturas africanas el simbolismo del árbol que, en una clave de interpretación, tendrá el mismo rol que Gu. Enraizado en las profundidades invisibles de la tierra y visible en la superficie, extenderá sus ramas hacia el cielo, más precisamente hacia el Sol, la fuente de la vida, para unificarlos. El árbol y Gu tienen la característica de ser mediadores y protectores de la unión entre los dos planos. Es posible observar que el ser humano, ocupará, en su escala particular, el mismo lugar que estos dos símbolos mencionados; así las tradiciones dirán que es «hijo del Cielo y de la Tierra”, por ejemplo.
Entre los símbolos africanos comunes al resto del mundo, también se encuentra la bestia que busca tragarse todo lo que existe; el demonio que rige las tempestades. Thor, entre los vikingos es el dios del trueno, con el martillo-hacha de doble filo, se enfrenta a la serpiente en el final de los tiempos; mientras Horus (o Seth) luchará cada día contra la serpiente cósmica Apap en Egipto.


Comentarios finales
Tal vez estas culturas africanas en su momento de esplendor hayan estado más cerca del corazón de la humanidad, de lo que nuestras sociedades modernas podamos llegar a comprender. Es posible observar cómo estas tribus mencionadas muestran elementos simbólicos y mitológicos comunes con el resto de la humanidad. Lo que aparenta mostrar la existencia de formas profundamente humanas, que más allá del contacto o no entre los pueblos, se van repitiendo a lo largo del tiempo; tal como mencionaba Carl Jung en su noción del “inconsciente colectivo”.
Estudiar estas tradiciones que se remontan a tiempos tan lejanos como inimaginables, con los sentidos abiertos, quizás nos permita conocernos a nosotros mismos, conocer las raíces de nuestra cultura actual y el origen de la humanidad.
Franco P. Soffietti
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