El escudo de Heracles

Heracles representaba un célebre héroe griego. Relacionado en la mitología romana con Hércules, sin ser exactamente lo mismo guardaban ciertas semejanzas. Era hijo de Zeus y Alcmena, esta última era una princesa  mortal, hija del rey Electrión de Micenas y esposa de Anfitrión.p


Heracles, el héroe dedicado a la gloria de Hera

         «El Escudo de Heracles», la obra del poeta Hesíodo, haciendo alusión a su gestación, comienza… “Toda la noche estuvo acostado con su recatada esposa Alcmena, disfrutando los dones de la muy dorada Afrodita. Y ella, entregada a un dios y a un varón con mucho el mejor, dio a luz, en Tebas la de siete puertas, dos niños gemelos -aunque no de igual carácter-.  Descendencia distinta: uno mezclada con hombre mortal (quien sería éste Yolao, hijo de Anfitrión, a quien lo citan como vástago de Zeus.) el otro, con Zeus, guía de todos los dioses.”

         Heracles al nacer recibió el nombre Alcides, si bien esta misma palabra evoca la idea de fortaleza, fue en su edad adulta cuando recibió el nombre con que se lo conoce, impuesto por Apolo – a través de la Pitia – para indicar su condición de servidor de la diosa Hera.

Zeus seduciendo a Alcmena


El poema

         Desde el punto de vista de la literatura, podemos decir que esta obra es un fragmento de épica griega, compuesto por 481 líneas de hexámetros. De una manera poética, Hesíodo describe el resplandeciente escudo: «Todo él, en círculo, por el yeso, el blanco marfil y el ámbar era reluciente y por el brillante oro, resplandeciente; láminas de azul lo cruzaban de parte a parte. En el centro había una terrible serpiente, indecible, mirando hacia atrás con ojos que echaban destellos de fuego; su boca estaba repleta de blancos dientes, terribles y enormes; sobre su horrenda frente, la horrible Eris revoloteaba incitando al tumulto de guerreros. iCniel ella que arrebata la razón y voluntad a los hombres que se enfrentan en guerra al hijo de Zeus!

El escudo de Heracles

         Se dice que el poeta no ha querido describir aquí un escudo real, sino que de algún modo debemos ver en sus figuras un simbolismo de la realidad circundante del héroe. El autor muestra un gran interés por conectar el mundo del escudo con la misión pacifica de Heracles.

Escultura de Perseo

         Antes de comenzar con la descripción del escudo, dibuja a Heracles… “En torno al pecho dejó caer, por detrás, el cóncavo carcaj; en su interior, muchos dardos escalofriantes, dispensadores silenciosos de muerte: delante, tenían muerte y sumergían en llanto; en el centro, eran pulidos, muy largos; y por detrás, estaban cubiertos con alas de rojizo buitre. Escogió una sólida lanza con punta de brillante bronce; y sobre el duro cráneo se colocó un excelente casco, artísticamente labrado, de acero y ajustado a sus sienes, que protegía la cabeza del divino Heracles».

         También nombra a Perseo -como aquel hijo de Dánae de hermosos cabellos-. En sus pies tenía aladas sandalias y de sus hombros pendía una espada guarnecida en negro, de un tahalí de bronce. Aquél volaba igual que el pensamiento; y por toda la espalda tenía la cabeza de un terrible monstruo, la Gorgona. A sus costados corrían alforjas, maravilla verlas, de plata; brillantes flecos flotaban, de oro. Cubría las sienes del héroe el terrible casco de Hades con la tenebrosa oscuridad de la noche.


La lucha de Heracles contra Cicno

         Se puede decir que el tema central del episodio gira en torno a lucha de Heracles y Yolao, contra el hijo de Ares llamado Cicno, quien había desafiado a Heracles a un combate cuando este pasaba cerca de Itono (Tesalia).

         Allí estaban los dorados caballos de Ares; también el propio Ares portador de despojos, funesto -con una lanza en sus manos, incitando a los infantes y rojo de sangre como si matara hombres vivos- de pies en su carro. A su lado se encontraban sus hijos, el Terror (Deimos) y el Miedo (Fobos) ansiosos de sumergirse en la guerra de hombres. Allí la hija de Zeus  – diosa Atenea – , Tritogenia (término utilizado para indiciar a los nacidos cerca del rio Tritón), en actitud como si deseara incitar al combate -con la lanza en su mano, yelmo de oro y égida sobre los hombros- marchaba hacia la terrible contienda. Allí estaba el sagrado coro de inmortales.

         En medio, sonaba deliciosamente la cítara del hijo de Zeus y Leito con forminge de oro, haciendo mención a Apolo. Unas diosas entonaban un canto –  las Musas de la Pieria –  como si realmente cantaran a viva voz.

El phorminx (en griego clásico: φόρμιγξ), también conocido como forminge o lira homérica, era uno de los más antiguos de los instrumentos musicales de cuerda en la Grecia antigua, intermedio entre lira y cítara. Estaba formado por un número de cuerdas entre dos y siete, unos brazos ricamente adornados y una caja de resonancia en forma de medialuna. Su origen es muy probable que se encuentre en Mesopotamia. Parece haber sido común su uso en los días de Homero para acompañar a los rapsodas. Si bien, más adelante fue suplantado por la cítara de siete cuerdas. Sin embargo, el término «phorminx» continuó siendo utilizado como arcaísmo en poesía.

          A su marcha sobre el pálido acero, resonaba el escudo con gran estruendo, aguda y sonoramente. En su cintura, dos serpientes flotaban incurvando sus cabezas hacia delante; corno dardos lanzaban su lengua las dos y daban furiosas dentelladas con los dientes, mirando de forma salvaje. Sobre las horribles cabezas de las Gorgonas se agitaba un terrible pánico.

          La pelea no escapa al destino del héroe y es así que aparecen en escenas las famosas Moiras, quienes en la mitología griega se personifican como el destino “…las Cloto y Láquesis estaban al frente; la más pequeña, Atropo, no era en modo alguno una diosa grande, si bien era más importante que las otras y más vieja…”

          En la mayoría de mitos sobre héroes y sus hazañas, nos encontramos ante la presencia de la bella y sabia Atenea dando sus consejos, colaboración y compañía, “… la diosa de ojos glaucos, y dándoles ánimo dirigiendo aladas palabras, Salud, descendencia del célebre Linceo! ojalá que Zeus, soberano de los Bienaventurados, os dé fuerzas para matar a Cicno y despojarle de sus egregias armas! Y en particular a ti una advertencia te hare, es el más excelente de los guerreros!

         «Tan pronto como prives a Cicno de su dulce vida, déjale luego allí con sus armas y tú, vigilando el ataque de Ares funesto para los mortales, cuando le veas con tus ojos desguarnecido por el artístico escudo, entonces hiérele con tu agudo bronce; pero retírate de nuevo, ya que no es tu destino quitarle los caballos ni las egregias armas».

         Tras decir esto, subió al carro la divina entre diosas portando la victoria y la fama en sus inmortales manos. Entonces ya el divino Yolao incitó con voz terrible a los caballos; aquéllos, bajo la orden, arrastraban rápidamente el veloz carro envolviendo en polvo la llanura. Aquéllos avanzaron a la vez, semejantes al fuego o a un huracán, Cicno domador de caballos y Ares insaciable de lucha. Y sus caballos, luego, enfrentados unos a otros, relincharon fuertemente y a su alrededor se quebraba el eco.

         Entonces, por cierto, Cicno, ansioso de matar al hijo del muy poderoso Zeus, arrojó sobre su escudo la broncínea lanza. El Anfitrioníada, el fornido Heracles, entre la coraza y el escudo presto alcanzó con su larga lanza el desnudo cuello, violentamente, por debajo del mentón; y el fresno matador de hombres cortó ambos tendones; pues vino a dar allí la enorme fuerza del héroe. Se desplomó como cuando se desploma una encina o un enorme pino asestado por el humeante rayo de Zeus. Así se desplomó y en torno a él resonaron las armas labradas en bronce.

         Luego Atenea, hija de Zeus portador de la égida, vino al encuentro de Ares, le dirigió aladas palabras: «¡Ares! Retén tu violenta furia y tus indomables manos; pues no es tu destino despojar de sus egregias armas, matándole, a Heracles, el arrojado hijo de Zeus. Mas no persuadió al orgulloso espíritu de Ares, sino que, con un terrible grito, blandiendo sus armas semejantes a la llama, se lanzó rápidamente contra el fornido Heracles ansioso de matarle.

Pieza de cerámica ática de figuras negras hallada en Cámiros (Rodas): un ánfora en la que se representa el combate entre Cicno y Heracles. De izquierda a derecha, Atenea, Heracles, Zeus, Cicno y Ares. Ca. 550 – 530 a. C.

         Pero Atenea de ojos glaucos, extendiendo la mano desde su carro, desvió el golpe de la lanza. Un agrio dolor se apoderó de Ares y desenvainando la aguda espada, se lanzó sobre el intrépido Heracles. Luego de todo el combate, se le da muerte a Cicno. Y Heracles continua viaje hacia Tracia.

Mapa de la antigua Tracia. Ortelius, 1585.


Los mitos, relatos atemporales

         En toda la narración que hace Hesíodo sobre el combate de Heracles, va interrumpiendo con la incorporación de diferentes personajes, dioses y héroes.  Los menciona en mismo tiempo, siendo que cada uno corresponde a diferentes épocas, en cierta forma buscando esta atemporalidad de la representación simbólica que se presenta en los mitos en general. Por ejemplo, los mitos cuentan que Heracles era el bisnieto del héroe mitológico Perseo, también hijo de Zeus con una mortal. Alude a ambos héroes, lo podemos ver como dos modelos en donde se representan sus valores ejemplarizantes  y atemporales acerca de algunas virtudes humanas, tales como la la osadía, el valor, la astucia, la fuerza. 

         Muy interesante es la aparición del dios Ares y la diosa Atenea, desdoblamientos de la representación de los dioses de la guerra. Podemos interpretar cómo se pueden plantear las diferentes batallas en la vida, por una parte la cual requiere más fuerza física y una batalla más profunda, en búsqueda de sabiduría.  Y demuestra en el fragmento que esta última supera a aquella, a pesar que Ares es el dios de la guerra por excelencia, acepta los consejos sabios de Atenea y actúa en consecuencia.

         También en el relato esta la presencia de las Moiras, que personifican al destino. Este destino en el que todo lo que sucede es necesario que así ocurra. Si bien hay un camino predestinado, la forma en que transitamos ese camino depende de nosotros, podemos hacerlo inspirándonos en héroes como Perseo o Heracles o no.

Las tres Moiras. Relieve, tumba de Alexander von der Mark, por Johann Gottfried Schadow. Antigua Galería Nacional, Berlín.

         Mencionando la inspiración, también nos encontramos con las hermosas e infaltables Musas, aquellas que siempre inspiran a recordar y traer a nuestra memoria lo arquetípico, con fin de poder conocer nuestra esencia y sacarla a luz.

Apolo y las nueve Musas


Los mitos y la vida diaria

         Reflexionando sobre  los personajes principales  que aparecen en la narración, todos son hijos de Zeus, dios este que representa la voluntad, cuya intervención debe verse en relación a la necesidad de que la armonía pueda regir en el mundo. En el hombre, Zeus es la voluntad humana, es la  que canaliza nuestro SER. Lo que realmente somos.

         Podemos ver en el escudo de Heracles, nuestra vida. Desde que nacemos, lo hacemos en un lugar determinado y con una vida predestinada, vamos atravesando por diferentes batallas internas y externas. No debemos olvidar que no estamos solos y podemos inspirarnos en esos héroes y dioses. Que sus cualidades y virtudes nos sirvan de ejemplo, como lo han hecho desde la antigüedad, en la época del renacimiento… y por qué no ahora.

Heracles y Atenea

         Siempre recuerdo un fragmento de Giordano Bruno, mencionado en un célebre discurso a su diosa inspiradora Atenea “… A ella he amado y buscado desde mi juventud, deseándola por esposa, y me he convertido en amante de su forma… y he orado… que fuese enviada para morar junto a mí y trabajar conmigo, para que yo pudiese comprender lo que me falta, y lo que es aceptable a Dios; pues ella sabe y comprende, y me guiaría sobriamente en mi trabajo y me protegería…”.

María de Jesús Cuadro

Un comentario en “El escudo de Heracles

  1. Pingback: Los hijos de Zeus en la Teogonía de Hesíodo – RevistAcrópolis

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