Simbolismo comparado de «El Escudo de Heracles» y la «Rueda de la Vida» del budismo (Samsara)

Introducción

Las tradiciones occidentales afirman que el poema El Escudo de Heracles fue cantado por Hesíodo hacia el siglo VIII a.C., al ser inspirado por las Musas. Las costumbres de oriente mencionan que el símbolo de la Rueda de la Vida fue diagramado por el Buda Shakyamuni, a quien conocemos por su personalidad, como Siddhartha Gautama, hacia el siglo VI a. C.

Escudo de Heraclés.

Al observar con detenimiento las descripciones de Hesíodo sobre el escudo y las descripciones budistas sobre la Rueda de la Vida, es sorprendente encontrar profundas coincidencias entre ambos símbolos. En este trabajo se intentará, al menos de las capas más superficiales de ambas ruedas, mencionar algunos de estos puntos en común.

No es sencilla y mucho menos lineal la comparación entre ambos simbolismos, el uno de oriente y el otro de occidente. Uno de los motivos, es la complejidad de formas, seres, figuras y elementos que componen tanto la imagen del Samsara, como el Escudo de Heracles. Mientras que una segunda causa de esta dificultad, es que, así como la Rueda de la Vida define el circuito de la evolución con muy específicos detalles, Hesíodo presenta las escenas labradas en el escudo por Hefesto, dios del fuego y las artesanías, sin explicitar la “ubicación exacta” de estos elementos.

Teniendo en cuenta las salvedades mencionadas, comenzamos con el estudio tomando como base la Rueda de la Vida.

El simbolismo del círculo

La forma circular tanto el escudo, como del Samsara, representa el Cosmos, el universo, como una única Unidad donde todo lo que vive está contenido. El círculo además se relaciona con el número cero, símbolo del Todo y la Nada a la vez; punto oscuro e inexistente de donde surge el Uno y a partir de ahí, el resto del cosmos.

Rueda de la Vida, Samsara.

El círculo tiene una parte visible, que es la circunferencia que lo contiene, pero nace gracias a un centro invisible. Todos los puntos de la circunferencia estarán a la misma distancia del centro y todos compartirán el mismo centro. Por esto el Cero, en muchas tradiciones, representaba la Deidad Absoluta, aquella que, invisible en el centro del Mundo, es motor de vida en todos los planos cósmicos. Esta Deidad es la misma para todos, pues reside más allá de todas las posibles diferencias, lo que hace del Cosmos una Unidad; integra y unifica todas las partes.

La forma circular representa también el modo con que el tiempo y todos los seres vivos se desenvuelven en la existencia (incluida la conciencia humana).

El radio de este círculo, dirían en oriente, se mantiene constante en la medida que uno se “estanca” en la evolución; pero, como la finalidad de la evolución es regresar al punto de partida, este círculo debería ir cerrándose en una suerte de espiral que unifique las zonas más externas, con el centro invisible que da vida al círculo.

En síntesis, la forma circular habla de la Unidad de los seres en el universo, de ciclos y de desarrollo; para el simbolismo del héroe, es el camino atravesando pruebas y desafíos, para pasar de ser un ciego, a conseguir un asiento junto a los Sempiternos, como es el caso de Heracles. Para el budismo, es el ciclo constante de encarnaciones, a través de las cuales, mediante el desapego, se puede alcanzar el Nirvana. Ambos coinciden, además, en que la vida es una constante afronta de pruebas y desafíos cuyo último objeto es desarrollar la conciencia; llevándola desde lo que existe, hacia lo que es y nunca perece.

El Centro

En el centro de la Rueda del Samsara encontramos tres animales profundamente simbólicos: un cerdo/jabalí que muerde la cola de una serpiente y esta, por su parte, hace lo mismo con un gallo que toma con su pico la cola del jabalí.

Los «tres venenos», centro de Samsara.

El gallo contiene en su simbolismo las nefastas nociones de deseo, apego y codicia. La serpiente, por su parte, simboliza el conocimiento, el poder, la astucia, la sutileza y el ingenio, y a la vez las tinieblas, el mal y la tentación; para el budismo representa el odio. Por su parte el cerdo/jabalí es representación de la codicia y la gula.

Los tres animales son los “tres venenos” o las tres “raíces del delirio”, pues de ellos crecen los males de la vida y nos corrompen por dentro. El deseo, el apego y el odio serían entonces las “energías” que nos mantienen unidos y condenados en la rueda del Samsara. Son las fuerzas que ponen a la rueda en movimiento.

Al respecto del Escudo de Heracles, Hesíodo comienza su descripción mencionando que: “En el centro había una terrible serpiente, indecible, mirando hacia atrás con ojos que echaban destellos de fuego; su boca estaba repleta de blancos dientes, terribles y enormes (…)” (Escudo, 144-146).

Serpiente en el centro del Escudo de Heraclés.

En el escudo también “(…) había manadas de jabalíes y de leones que se miraban fijamente, furiosos y dispuestos al ataque. Sus filas estaban apiñadas y en absoluto temblaban ni unos ni otros, si bien ambos tenían erizados sus cuellos. Ya para aquéllos yacía muerto un enorme león; y a su lado, dos jabalíes privados de vida; bajo él, negra sangre goteaba al suelo; y éstos, con el cuello desplomado, yacían muertos por los terribles leones. Aquéllos todavía más se erguían furiosos para luchar, unos y otros: los jabalíes y los leones de encendida mirada.” (Escudo, 168-178).

En el centro del escudo la serpiente; en algún sector que no es explicitado en el poema, leones y jabalíes. Si consideramos válido el aspecto “negativo” que engendra el león, mencionado por San Juan de la Cruz[1], este animal solar, representaría el orgullo, el apetito irascible y la fuerza instintiva e incontrolada.

Así podemos considerar que serpientes, jabalíes/cerdos y leones/gallos, son animales que dan vida a las reencarnaciones en oriente; así como dan vida a los penosos trabajos del héroe en occidente.


[1] Artículo “Simbolismo de… el león”: https://biblioteca.acropolis.org/simbolismo-de-el-leon/

El Segundo Círculo y el Camino del Héroe

La Rueda de la Vida, en síntesis, describe el devenir cíclico del tiempo y las diferentes etapas que la existencia atraviesa continuamente en el mundo de la manifestación. Una ilustración simbólica de este pasaje entre vidas puede verse en el segundo círculo del Samsara.

Segunda Rueda de Samsara

Medio círculo con demonios y personas arrastradas hacia abajo con el fondo negro y medio círculo de personas que ascienden siguiendo la guía de un maestro sosteniendo el hilo dorado de la sabiduría atemporal, que a su vez los conduce del Samsara al Nirvana. Este parece ser para el budismo, el proceso con que los seres se encarnan en el mundo.

La vida terrenal, la existencia en el mundo manifestado, es caracterizada por el dolor. Como enseñaría Buda a través de las Cuatro Nobles Verdades, el dolor viene del apego a las cosas del mundo y es inherente a la existencia. A través del Óctuple Noble Sendero, encabezado por la Recta Acción, el ser humano supera el dolor y puede “salirse” de esta Rueda, alcanzando el Nirvana. En términos prácticos, la Recta Acción es la acción sin esperar recompensas. El actuar según el justo medio; en occidente le diríamos la senda de la virtud; el cumplimiento del Deber, sugerirían los estoicos. Esta Recta Acción que lleva a la superación del dolor y al Nirvana[1] en última instancia, es equivalente, al menos desde cierta perspectiva, al camino del héroe en occidente.

Segundo círculo, escudo de Heraclés.

El héroe es aquel personaje, aquel ser humano que pone su vida al servicio de la Justicia y del Bien, para representar a los dioses en la tierra. Joseph Campbell explicó las diferentes instancias de los héroes a través de lo que llamó el “Camino del héroe”. Este también es un camino circular, donde un ser humano, parado en el punto más alto del círculo, comienza una senda en primera medida descendente, llega hasta el fondo de sí mismo, hasta el punto más bajo, para luego retomar el ascenso, alcanzando nuevamente el punto de partida, pero transformado. El camino lo comienza un ser humano y lo concluye un héroe. El final del camino heroico, como nos muestra Heracles, es la apoteosis, la reunión con los dioses en el Olimpo, convirtiéndose en inmortal y casado con Hebe, la diosa de la “Eterna Juventud”.

El Tercer Círculo o los Seis Reinos de la Existencia

La mayor parte de la Rueda de la Vida está dedicada a la representación de los seis reinos de la existencia ilusoria. Cada una de estas partes representan diferentes niveles de existencia; estados a los que se llega como consecuencias de nuestras acciones previas (Ley de Karma). Existen tres reinos inferiores y tres superiores. Entre estos últimos encontramos, en la posición más elevada, al reino de los Devas o Dioses; seguido por el reino de los Asuras o Titanes y el de los humanos. Entre los tres reinos inferiores se encuentran el de los animales, el de los fantasmas hambrientos y el infierno en la zona más baja, o reino de los tormentos, los sufrimientos y la ira.

Reino de los Devas (parte superior);
Reino de los Asuras (parte inferior).

En el reino de los Devas se observa un grupo de deidades reunidas en la punta de una torre de base pentagonal, que nos sugiere la comparación a los dioses olímpicos congregados en la parte más alta del luminoso monte, según relata Hesíodo lo que ocurre en el Escudo: “Allí estaba el sagrado coro de Inmortales. En medio, plañía la cítara Olimpo deliciosamente el hijo de Zeus y Leto con forminge de oro. Era el Olimpo, sede sagrada de los dioses. Allí había una plaza e inmensa dicha presidía el juicio de los Inmortales. Unas diosas entonaban un canto, las Musas de la Pieria, como si realmente cantaran a viva voz.” (Escudo, 202-207).

Luego los asuras, se caracterizarán, entre otros detalles, por estar en lucha activa y continua contra los Devas. Esto recuerda a los Titanes griegos o a los Gigantes de la mitología nórdica, que buscan destruir a los dioses y asires, respectivamente; o las luchas antiguas entre asires y vanires entre los dioses vikingos. Además, un asura está talando el árbol de la felicidad, cuyas raíces están en terreno de semidioses, pero los frutos caen en el reino de los devas. Esta escena rememora las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides en la mitología griega o las manzanas que, dispensadas por los vanires, en la mitología nórdica, vuelven inmortales a los asires.

En el reino de los humanos se observan animales pastando, personas cultivando, arando y grupos estudiando o meditando. La descripción del Escudo de Heracles finaliza con una ciudad en paz y canta: «Cerca había una ciudad de hombres bien amurallada; la cerraban siete doradas puertas provistas de dinteles. Sus varones disfrutaban entre fiestas y danzas (…). Aquéllos por su parte avanzaban divirtiéndose al ritmo del baile y del canto; las fiestas, los coros y el regocijo envolvían toda la ciudad. Los labradores araban la divina tierra con sus mantos arremangados; era abundante la mies. Unos segaban con sus cortantes armas los tallos que se doblaban al peso de las espigas, como si realmente se tratara del fruto de Deméter (…)» (Escudo, 271-313).

Luego se encontrará, en el Samsara, el reino de los animales donde se pueden ver caballos, elefantes, ciervos, animales marinos, entre otros. Hesíodo por su parte, nos relatará una serie de animales presentes en el Escudo: leones, jabalíes, serpientes por doquier, peces y delfines.

Siguiendo en los reinos inferiores estará el de los espíritus hambrientos o fantasmas (muy parecidos a los zombis). Personajes de barrigas abultadas, pero cuellos estrechos, que nunca pueden saciarse completamente; un reino de codicia y necesidades que nunca pueden ser satisfechas. Un reino de colores naranjas, amarillos oscuros y rojos, circundado por las llamas del deseo.

Además, el último reino, el más bajo del Samsara, es el de los infiernos, donde rige el odio y la ira. Colores azules, grises y negros revisten este sector de la vida. Se observan personas nadando en ríos de hielo, personas envueltas en nubes de humo gris, rodeadas de confusión; personajes atados de pies y manos y gente ardiendo en llamas; así como otras siendo cocinadas en un caldo. También vemos un gran demonio y a sus ayudantes.

Al describir el Escudo, Hesíodo menciona en distintas oportunidades diferentes escenas que permiten una comparación con estos últimos dos mundos mencionados. Por una parte, encontramos una ciudad en guerra:

Escudo de Heraclés, tercer círculo.

“Encima de ellas combatían varones con armas de guerra: unos por su ciudad y sus padres, tratando de alejar la ruina; otros ávidos de destrucción. Muchos yacían muertos y más aún luchaban con porfía. Las mujeres, sobre sólidas murallas de bronce, gritaban a viva voz y se arañaban las mejillas igual que si estuvieran vivas. Unos varones, los que eran ancianos y habían alcanzado la vejez, estaban en grupo fuera de las puertas con las manos levantadas hacia los bienaventurados dioses, llenos de miedo por sus hijos; éstos entretanto hacían la guerra.

Detrás de ellos, rechinando sus blancos dientes, las sombrías Keres de terrible mirada, tremendas, sanguinarias y espantosas, reñían por los que iban cayendo. Todas a una se lanzaban a beber la negra sangre; tan pronto como cogían a uno ya muerto o que caía recién herido, echaban sobre él sus largas uñas (…).

Estaba a su lado la Tiniebla lamentable y terrible, pálida, negra y exhausta por el hambre, de hinchadas rodillas; grandes uñas había al extremo de sus manos. De las narices le caían mocos y la sangre resbalaba desde sus mejillas al suelo. Estaba en pie con terrible mueca, y en sus hombros se había acumulado gran cantidad de polvo, mojado por el llanto.» (Escudo, 239-270)

Por otro lado, en el relato de Hesíodo encontraremos la presencia fundamental de Eris, diosa de la Discordia, descendiente de la Noche y acompañada de nefastos seres que incitan a la destrucción y al caos:

«(…) la horrible Eris revoloteaba incitando al tumulto de guerreros. ¡Cruel ella que arrebata la razón y voluntad a los hombres que se enfrentan en guerra al hijo de Zeus [el héroe Heracles]! Sus almas se hunden en la tierra hacia la mansión de Hades; y sus huesos, al descomponerse la piel que los recubre, bajo el resecante Sirio se pudren en la negra tierra.

Allí estaban labradas la Persecución y el Contra ataque. Allí también ardían el Tumulto, la Matanza y la Masacre. Allí se arrojaban Eris y el Desorden; y allí la funesta Ker[2], con un guerrero vivo, recién herido, y otro ileso, a otro le arrastraba a duras penas de ambos pies (…)». (Escudo, 148-159)

El Cuarto Círculo, el de los doce Nidanas

El anillo exterior se divide en doce segmentos y cada uno de ellos representa una fase del ciclo de kármico que mantiene a los hombres atrapados en alguno de los seis reinos de la existencia cíclica. Se dice que Buda encontró que estos doce Nidanas, son como eslabones de una cadena circular, los cuales, sin poder separarse estrictamente unos de otros, originarían las encarnaciones mundanas. De la manera que relata Platón en la “Alegoría de la caverna”, estos nidanas son eslabones de las cadenas que mantienen al ser preso en el mundo de las manifestaciones.

Doce Nidanas, Rueda de la Vida.

Los eslabones que contienen al Samsara, empiezan por un ciego débil, simbolizando la ignorancia hacia la realidad que sostiene la existencia. Luego vemos un alfarero que moldea una figura de barro, simbolizando las fantasías de intentar moldear a nuestro gusto egoísta las interpretaciones de la realidad. El tercer eslabón está caracterizado por un mono sobre un árbol, que representa, en una clave, a la mente que no está entrenada. En el cuarto eslabón vemos una balsa con personas; símbolo del ser y sus vehículos en el existir. El quinto eslabón se caracteriza por una casa con seis ventanas, símbolo de los seis sentidos que, según el budismo, tenemos para percibir la existencia. El sexto es el contacto, una pareja teniendo relaciones íntimas. El séptimo representa las sensaciones, simbolizadas por una flecha clavada en un ojo. El octavo representa el apego, en la forma de bebidas alcohólicas. El aferramiento será el noveno y el décimo es una mujer embarazada. El onceavo eslabón es representado por una mujer dando a luz y la cadena finaliza con el envejecimiento y la muerte.

Al mirar hacia occidente, aunque la descripción de Hesíodo sobre el escudo no los explicita directamente, es conocido en la tradición que Heracles, antes de su consagración como héroe y su llegada al Olimpo, tuvo que realizar doce trabajos.Estos trabajos fueron impuestos por Hera, diosa del compromiso, para redimir a nuestro héroe y en su nombre queda impreso este arquetipo, pues Heracles significa “Por la gloria de Hera”. Estas duras y penosas labores son: matar al león de Nemea, a la hidra de Lerna, capturar al jabalí de Erimanto y la cierva de Cerinea, expulsar a las aves del lago Estínfalo, domar al toro de Creta, limpiar los establos de Augías, robar las yeguas de Diomedes, robar el cinturón de la amazona Hipólita, robar el ganado de Gerión, robar las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides y raptar al tricéfalo perro del Hades Cerbero.

Representación de las doce instancias del héroe.

Doce son los eslabones que atrapan a los seres en la existencia; liberarse de estas cadenas es el camino para alcanzar el Nirvana y superar esta etapa de manifestaciones cíclicas. Curiosamente, doce también son los trabajos que debe realizar el héroe que aspire sentarse junto a los dioses en el Olimpo. Es importante que, tanto en el budismo, como en los héroes, no es la búsqueda egoísta lo que los impulsa a desarrollarse como tales, sino la posibilidad de servir a las leyes cósmicas y colaborar con la naturaleza en su regreso al centro.

Finalmente, al Escudo de Heracles lo limita el Océano, el más grande de los titanes, el mayor de los hijos de Gea (tierra) y Urano (cielo). El océano rellena todas las cavidades de la tierra y alcanza hasta los lugares más inalcanzables. El océano en las tradiciones griegas, regido por Poseidón, será símbolo del mundo desconocido; del lugar donde reside el horizonte, aquella línea que se ve dónde termina nuestra vista y que, por más que intentemos acerquemos, siempre se aleja a nuestros sentidos. Los hombres, para convertirse en héroes, deben ingresar a este mundo desconocido atravesando numerosas pruebas, penetrando la inconsciencia psicológica para ampliar la comprensión de la Vida. Así lo vemos en Heracles, que lo cruzó para llegar hasta el Jardín de las Hespérides o en Odiseo para regresar a Ítaca. Lo que limita la identidad del héroe es el mundo desconocido, que está por conocerse. El Océano es símbolo de la aventura a la que el héroe, en base a su conocimiento y sus habilidades, será capaz de adentrarse y ese es su límite.

Comentarios finales

Retomando palabras de Delia S. Guzmán[3]: “En la India, el término sánscrito “Samsara” sirve para designar la “Rueda de la Vida” que gira constantemente, tocando a veces el mundo manifestado y pasando en otros puntos por el mundo sutil donde se encuentran los que vulgarmente llamamos muertos. Esta rueda está en movimiento por las acciones de los hombres: como cada acción genera una reacción, es imposible detener el giro de la vida y de la muerte, hasta tanto la conciencia se eleve y promueva acciones inegoístas, liberadas de todos deseos personales, generosos y serviciales hacia todos los seres. Entonces se detendrá la rueda (…)”.

La Rueda de la Vida está sujeta desde el exterior, por el Señor de la Muerte (Yama), con rostro horrible, colmillos y cinco cráneos que lo coronan. El Escudo, por su parte, está sostenido por Heracles, el héroe. Tal vez, reflexionando profundamente, el héroe sea el Señor de la Muerte; pues quién es el caballero, quién el guerrero consagrado, sino aquel que triunfa sobre la materia, triunfa sobre los ciclos ilusorios de muerte y de vida. Heracles luego de finalizar sus trabajos, alcanza la luz pura e inmortal del Olimpo y encuentra un lugar entre los dioses. Así como Buda, al superar las pruebas que el Devadata le impuso, alcanzó el Nirvana, la conciencia plena y se quedó en sus puertas esperando ver la espalda del último hombre cruzar. Un camino de lo concreto a lo sutil, de lo macabro a lo sublime reflejan el Escudo de Heracles y la Rueda del Samsara. Este es el camino del héroe y es semejante al camino de la budeidad.

Qué es la muerte sino la ignorancia; sino el desconocimiento de lo eterno. Qué es la muerte, sino la voluntad dormida en la materia; la espada en la piedra que espera a Arturo, el rey-héroe que la quite de su aletargado reposo para que la luz brille nuevamente en el mundo. Vida y muerte son dos caras de la misma moneda; el héroe se consagra cuando supera la muerte, y más allá de los cambios de su personalidad, mantiene su esencia viva y despierta. Tal vez por esta razón sea el héroe el que sostiene el Escudo, tal vez por la misma razón es el Señor de la Muerte el que sostiene la rueda del Samsara.

Y finalizando con palabras del profesor Livraga[4]: “Yo creo que no volvemos a vivir. Yo creo que continuamos viviendo. Creo que decir “volvemos a vivir” sería como pensar que morimos en algún instante. Yo no creo en la muerte. La muerte no existe; es un fantasma inventado para asustarnos. Nada muere. Todo se transforma. Todo cambia”. El héroe y el buda entonces, son el SER humano VIVO, que laten en el interior de cada persona esperando que la conciencia comience paulatinamente la realización de los trabajos. Y así despertar las virtudes, los valores atemporales y seguir la senda de la Recta Acción; por los demás, por uno mismo y por la Naturaleza que así lo demanda.

Franco Soffietti


[1] La palabra Nirvana significa salir del bosque. El bosque es símbolo de la confusión, de un lugar sin caminos marcados, con escasa luz y saturado de peligros. Llegar al Nirvana en el budismo, podría ser equivalente a atravesar los bosques en los mitos occidentales. Por ejemplo, Gilgamesh mata a Humbaba en el Bosque de los Cedros, para luego poder llegar con Utnapishtín, el sabio que le conferiría el secreto de la inmortalidad. Más cerca a nuestra época, el pequeño héroe Bilbo Bolsón de la saga El Hobbit, junto a los enanos llegan a un bosque donde son confundidos y se desorientan; el hobbit descubre que, para encontrar el camino de salida debe trepar el árbol más alto; al hacerlo se “ilumina” y encuentra el sendero que los llevará a su destino.

[2] Personificación de la muerte violenta.

[3] Artículo “Acerca de la vida y de la muerte”: https://biblioteca.acropolis.org/acerca-de-la-vida-y-la-muerte/

[4] Artículo “Fundamentos de la teoría de la reencarnación”: https://biblioteca.acropolis.org/fundamentos-de-la-teoria-de-la-reencarnacion/

[5] Artículo “Fundamentos de la teoría de la reencarnación”: https://biblioteca.acropolis.org/fundamentos-de-la-teoria-de-la-reencarnacion/

2 comentarios en “Simbolismo comparado de «El Escudo de Heracles» y la «Rueda de la Vida» del budismo (Samsara)

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