Conócete a ti mismo y conocerás al Cosmos: la visión clásica del Universo

La idea de Cosmos fue compartida por los pueblos y civilizaciones de la antigüedad; este era visto como un único y gran ser vivo, que contiene a todos los demás seres que se desarrollan en él. Desde un centro cósmico surgen todas las cosas en un primer momento, se desarrollan hasta su máximo punto de expresión y luego retornan hacia su lugar de origen: todo vuelve hacia el punto de donde surgió. Este “volver al lugar de donde se salió” era el concepto de evolución para los clásicos.

En numerosas culturas el universo fue entendido como un “huevo”. Por ejemplo, los hindúes lo llamaban el huevo de Brahma y, cuando se rompía, nacía la vida con los elementos que contenía en su interior. En China, Panku con su hacha fragmenta este Huevo Cósmico en dos; la cáscara superior conformará el cielo y se irá elevando, mientras la mitad inferior conformará la tierra dando sostén a la vida, que se desarrollará en el medio. También observamos esta idea en grabados medievales como “El huevo cósmico” de Hidelgard von Bingen de 1141. Es curioso que la imagen actual que tenemos del universo, obtenida mediante detalladas mediciones que llegan desde el fondo del universo conocido, también proporciona la forma de un huevo. ¿Pero cómo sabían los clásicos que el universo tiene la forma de huevo? Es un misterio… tal vez observaron la naturaleza y aplicaron la analogía para comprenderla y explicarla.

Así como las tradiciones chinas (y prácticamente todas las que hoy conocemos) mencionan que la vida se desarrolla entre el cielo y la tierra, Platón en sus diálogos, postulaba que el Cosmos tiene una doble naturaleza. Una naturaleza manifestada o el llamado Mundo Sensible (que es capaz de ser percibido por los sentidos y que es el campo de trabajo donde hoy los científicos ponen el foco) y una naturaleza trascendente o Mundo de las Ideas. Este último sería un mundo sutil, invisible, atemporal, eterno y perfecto. Este mundo de las Ideas serían los modelos o arquetipos con los cuales, el Alma del Mundo (el Demiurgo como lo denomina Platón), produciría el mundo sensible.

Entonces, entre este mundo de arquetipos perfectos y el mundo como lo conocemos, se situaría, esta Alma del Mundo, causa fáctica de lo sensible. Las tradiciones griegas nos hablan de estos mismos tres principios en el ser humano: la naturaleza más concreta cuerpo o soma, la naturaleza más sutil, el espíritu, llamado nous y un elemento intermediario, la psique o alma. Entonces, esta triple naturaleza del Cosmos es equivalente a la triple naturaleza del ser humano, pues este es un microcosmos del universo completo o macrocosmos. El ser humano tendría la capacidad de elevarse con la imaginación al Mundo de las Ideas, para inspirarse en lo eterno y así dejar obras atemporales en este Mundo Sensible.

Siguiendo con esta perspectiva, el mundo sensible está constituido por cinco elementos: fuego, agua, tierra, aire y éter. En este esquema, el sería una entidad homogénea, plástica y mutable de la cual emergen los demás elementos. De esta manera, el éter se convierte en la «materia prima» del universo sensible, ya que al moverse y transformarse, da origen a los otros elementos. El mundo manifestado se encuentra en constante proceso de transformación a medida que estos elementos interactúan y se combinan en un juego dinámico.

En la filosofía de Platón, el mundo sensible es considerado ilusorio por varias razones. En primer lugar, los sentidos humanos que captan este mundo pueden engañarnos, proporcionándonos una percepción distorsionada de la realidad. Además, el mundo sensible está constantemente en transformación: las cosas nacen, se desarrollan y finalmente mueren. Es esta naturaleza efímera y en constante cambio la que, para Platón, hace que el mundo sensible sea ilusorio. Sin embargo, si bien el mundo sensible no es perfecto, si sería “perfectible”, es decir, que tiende a la perfección reflejada en su propio modelo o arquetipo en el nous; por esto el mundo está en un movimiento de evolución constante.

Los hindúes también tienen una perspectiva similar sobre la ilusión del mundo sensible. En su cosmología, Maya es la diosa de la ilusión que mantiene a los seres humanos distraídos con el cambio continuo del mundo. Superar este maya sería poder concienciar el mundo en su realidad.

En ambas visiones, la naturaleza cambiante y efímera del mundo sensible crea una ilusión que puede desviar a los individuos de comprender la verdadera naturaleza del universo y de sí mismos, que se cree que reside en un plano espiritual y eterno.

Completando lo anterior, podemos decir que todo en el Cosmos está vivo y se desarrolla según leyes que lo ordena, ubicando cada elemento en su plano, cada parte en el lugar que mejor pueda desarrollarse y mejor pueda servir a los demás seres. En el universo todo evoluciona en conjunto y el retraso de una parte, es el retraso de todas las demás. El acierto de un individuo, es un pequeño empujón hacia adelante para todos. Estas leyes arquetípicas que dan sentido y finalidad al universo, residen el Mundo de las Ideas. De allí que el rol del ser humano sea volar con la imaginación y la intuición hacia esta dimensión, captar los arquetipos y plasmarlos en este mundo para vivir lo más cercano posible a las Leyes Naturales.

Cuando estas leyes se concretan en la sociedad, se tiene un estado armónico y cuando se plasman en el ser humano, se desarrolla un individuo ético y feliz. Como el universo tiene leyes ordenadas, el ser humano tiene la posibilidad y la responsabilidad de ser lo más ordenado posible, para convertirse en un verdadero microcosmos. Como se leía en el frontispicio del Oráculo de Delfos:

“Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y sus Dioses”

Artículo basado en la charla “El Tiempo y el Espacio: la ciencia actual a la luz de la filosofía clásica” dictada por Nueva Acrópolis Córdoba en agosto de 2021

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