La Señora de la Vida y la Muerte, venerada por los antiguos, simboliza el ciclo eterno de la existencia. La muerte es un renacer, un regreso al seno de la Gran Madre, donde la vida se renueva. Conectando mundos, el tiempo cíclico nos recuerda que cada final es un nuevo comienzo, vibrando con el ritmo de la vida.



