En el diálogo Fedro Sócrates pronuncia un discurso repitiendo las palabras de Lisias que, anteriormente ya había pronunciado su joven interlocutor, Fedro. Por sentir vergüenza ante el joven procura a cubrir su rostro y de ese modo brinda una versión mejor retóricamente del discurso anterior del orador Lisias. Una vez terminado su mythos[1] inesperadamente y descubierto su rostro, obedeciendo a las órdenes de su dáimon –como dice-, Sócrates decide armar su palinodia[2] con el propósito de ofrecer un discurso elogiando al dios del amor ya que el contenido del discurso[3] de Lisias no favorecía al dios alado.
En esa, el filósofo del ágora define el discurso anterior como falso y pronuncia uno nuevo en defensa de la divina locura que brinda los mayores dones y bienes a los humanos. A continuación, se refiere al mito del alma como un carro alado que alcanza el mundo de las ideas solamente si la parte racional del alma conduce las otras dos: la irascible y la concupiscible. Aclara que solo el filósofo es capaz de conducir de ese modo el alma hacia la verdad. Por medio de la locura del impulso divino, el alma alcanza este mundo de las ideas y recordar lo que verdaderamente es. La pérdida de sí mismo es el encuentro con el Todo. Sin embargo, Sócrates no se desapega de la parte racional cuya participación activa considera importante para obtener el rol del conductor de las demás parte.

Fedro es el único diálogo que se escenifica al aire libre e incluso en una topografía que Sócrates no ha conocido antes. Al lado del rio Ilisos, pasando los límites de Atenas y bajo de un árbol se encuentran los dos interlocutores en total armonía con la naturaleza. No faltan las invocaciones a las Musas, como tampoco la presencia de las ninfas y del dios Pan que aparece en el discurso socrático. Es la presencia de elementos que evidencian la “figura” del dios Dionisos, dios rural, de la otredad que representa el otro desconocido. No se puede desatender la única vez que encontramos a Sócrates dialogando oculto detrás de un velo, el cual abandona al entrar en contacto con la manía divina (¿Será una imagen platónica que representa el desvelamiento de una verdad encubierta?). Sócrates encubierto hace resonancia a las máscaras del teatro antiguo.

No obstante en el diálogo platónico Ion, Sócrates sin dudar de la belleza de la rapsodia, examina por medio de argumentos lógicos si el rapsoda posee una téchne, o su capacidad es un don de la divinidad, siendo él un instrumento pasivo en estado de posesión por ella. Ese diálogo temprano, sin ser aporético[4], va a llegar a un aparente sin salida. Sin embargo, la crítica a la téchne poetiké[5] se sistematiza y se complementa con la decisión platónica de censurar a los poetas en la polis ideal en los libros II, III y X de la República; obra de la época de la plenitud de la producción platónica. La decisión se argumenta en la falta de sabiduría de los poetas, ya que su trabajo se realiza conducidos por la inspiración divina sin ser un mérito individual de ellos.
En ambos diálogos platónicos cobra valor un estado especial del individuo: aquel donde se encuentra poseído por la divinidad, llevándolo a un delirio místico[6] que le permite unirse con algo desconocido y superior. Ese estado es semejante al dionisiaco de la embriaguez en las danzas ditirámbicas. Es importante destacar una aparente contradicción que se encuentra entre Sócrates platónico de Ion y Sócrates interlocutor de Fedro en el diálogo homónimo.

He aquí la contradicción: Sócrates en Fedro se encuentra él mismo en ese estado de entusiasmo, experimentando la locura divina; con la cabeza descubierta habla de una de las más intensas formas de delirio: el amoroso. El eros es una forma de superación de los límites de la carne y del deseo, en el que amar es “ver” y en el que desear es “entender”. Ese poder natural de las alas nos alza por encima de la dóxa[7] y nos lleva a la ciencia del ser, a esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Comprendiendo el eros como esa unidad con el Todo que se origina por la locura divina superando los límites de lo individual; es en el impulso dionisiaco donde descansa lo sublime, diría el filósofo alemán Nietzsche. Lo místico encaja en lo sublime como una experiencia de unidad con el Todo.

Una posible salida para superar la contradicción observada es la hipótesis que Sócrates, experimentando la vivencia de encontrarse endiosado bajo de los efectos de la más bella locura divina, es el paradigma del filósofo que supera los peligros del entusiasmo pasivo con la participación activa de la parte racional del alma en este ascenso hacia el mundo de lo verdadero. Los peligros del entusiasmo se infieren a partir del mito de las cigarras[8], donde estas olvidan nutrirse filosóficamente y por eso mueren por el exceso del canto que ha provocado su entusiasmo.
Un filósofo poseído por el entusiasmo accede al mundo de las Ideas y por medio del conocimiento que proviene de la anámnsesis alcanza la sabiduría. Este tipo de entusiasmo requiere la asistencia activa de la diánoia que participa como el auriga que domina y conduce las partes del alma irascible y concupiscible. De modo que la parte irascible mantiene un rol receptor; el olvido de uno mismo (parte irascible y concupiscible) lleva al filósofo hacia el recuerdo de lo verdadero.
Platón por medio de Sócrates no niega el estado de la divina locura o entusiasmo, sino sostiene que solamente el filósofo, aquel que domina su parte irascible y concupiscible por medio de su diánoia, es capaz de acceder a este mundo ideal y verdadero. En este dialogo encontramos a Sócrates mismo experimentando esta vivencia directa que lo lleva a dialogar sobre nada menos que el amor.
María Kokolaki
[1] Es interesante como Sócrates define su primer discurso como mitos y no logos caracterizándolo implicitamente como no verdadero.
[2] Una palinodia es una oda en la que el autor se retracta de un punto de vista (u opinión) expresado en un poema anterior. El primer uso conservado de una palinodia es un poema de Estesícoro, del siglo VII a. C., en el que se retracta de su anterior afirmación de que la Guerra de Troya fue culpa íntegra de Helena.
[3] Es interesante inferir la capacidad retórica de Sócrates y por ende de Platón de ofrece un mejor discurso que Lisias, reconocido orador de Atenas y de este modo establecer la diferencia entre contenido y forma de un discurso ya que Sócrates usó el mismo contenido y mejoró la forma retórica. Recién después del involucramiento de la divina locura mejora el contenido también.
[4] El término aporía, a veces escrito como aporima, hace referencia a los razonamientos en los cuales surgen contradicciones o paradojas irresolubles.
[5] El arte de la producción poética.
[6] En griego: divina manía, entendido como demencia o locura divina (Fedro v. 244a).
[7] Fe sin razonamiento.
[8] Sócrates cuenta que, en otros tiempos, antes de que existieran las Musas, las cigarras eran hombres. Pero al aparecer las Musas y con ellas la música y el canto, algunos de ellos quedaron hasta tal punto embelesados de gozo, que se pusieron ellos mismos a cantar ininterrumpidamente, hasta el punto de olvidarse de comer y de beber, por lo cual pasaron de la vida a la muerte sin siquiera darse cuenta. Sin embargo, se originó en ellos la especie de las cigarras, “que recibieron de las Musas ese don de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no dejan de cantar hasta que mueren”, con ocasión de lo cual ascienden a la morada de las Musas para contarles en qué medida las honran los seres humanos, y especialmente para comunicar a Calíope y a Urania quiénes son los que “pasan la vida en la filosofía y honran su música”.