
El contacto con el mundo invisible, la disposición humana al servicio de la naturaleza y el conocimiento de sus leyes -presentes en todos los planos de manifestación- elevó a los pueblos clásicos y los dotó de inmortalidad. En estos tiempos post modernos, los dioses y los ideales que antaño orientaban a los seres humanos se encuentran en caída libre hacia el olvido.
Con la vista clavada sobre la superficie de los fenómenos y los corazones avejentados por vacías y complicadas preocupaciones, los seres humanos perdimos el vínculo con lo sagrado y el instinto de eternidad difícilmente encuentra alimento.
Mercurio en Roma o Hermes en el mundo Helénico, entre otros simbolismos, era el ser humano consciente de su doble naturaleza. El hombre que, pisando de manera sutil la superficie terrestre, se estira verticalmente para alcanzar el cielo con la punta de su dedo. En su mano, el caduceo -símbolo de la armonía- nos dice que fue capaz de dominar la dualidad y convertirse en un dios siendo así el mensajero del Olimpo.
Las fuerzas naturales presentes tanto fuera como en el interior del ser humano, siempre estuvieron y estarán presentes al alcance de nuestro corazón. Hoy podemos volver a ser uno con lo sagrado; podemos ser un reflejo digno de Mercurio y unificar el cielo y la tierra. Solamente tenemos que mirar de nuevo hacia arriba para encontrarlo y descubrir que nunca dejó de acompañarnos.
Equipo de RevistAcrópolis