“Hermes vio el conjunto de las cosas, y habiendo visto, comprendió, y habiendo comprendido, tenía el poder de manifestar y de revelar. Lo que pensó lo escribió; lo que escribió lo ocultó en gran parte, callándose con prudencia y hablando a la vez, a fin de que toda la duración del mundo por venir buscase esas cosas. Y así, habiendo ordenado a los dioses sus hermanos que le sirvieran de cortejo, subió a las estrellas”.
Introducción
Este trabajo está al servicio de quien busque acercarse a uno de los personajes más influyentes de los últimos 6.000 años: Hermes Trismegisto. Aunque quizás su conocimiento popular actual no se condiga con sus grandes aportes a la humanidad, se intentará reconstruir la figura de este antiguo sabio. No solo desde un hilo conductor histórico, sino también destacando aspectos místicos y míticos que rodean su figura. Esto es necesario, ya que hoy, tras haber pasado tantos años desde su existencia, su idealización como figura mitológica tiene más peso que su registro histórico.
Para comenzar a crear una imagen de Hermes, se debe viajar al corazón del Antiguo Egipto, cuyo inicio se acuerda según los historiadores modernos, hacia el año 3.000 a. C. Para tomar dimensión de la duración de esta civilización, sépase que su última reina, Cleopatra, quien murió en el año 30 a.C., es más cercana a nuestros días que a aquellos que erigieron la gran Esfinge de Giza, cuya antigüedad no se conoce con exactitud, y la datación de su construcción recoge centenares de teorías modernas que se sitúan desde el 2.600 a.C. hasta el 15.000 a.C.
Es muy esclarecedor para adentrarse en este viaje, entender que la palabra Egipto, es en realidad de origen griego y significa “lo desconocido”. Los antiguos egipcios llamaban a su país Kem que significa “país rojo”, esto podría ser debido a las arenas de sus desiertos y/o al color de piel de sus habitantes.
El contexto en que aparece Hermes
Para estudiar a un personaje que vivió en una civilización antiquísima, a la cual los mismos griegos ya la consideraban como desconocida, es necesario empaparnos con el agua del Nilo y llenarnos los zapatos con arena del desierto Africano. Faltaban muchos años para que naciera Jesús, pero en el mito de Osiris ya existía el arquetipo de la resurrección. Platón todavía no había explicado su teoría del alma, pero la religión egipcia ya consideraba su inmortalidad. Ningún profeta judío había hablado del juicio final, pero los egipcios ya se preparaban para que su corazón fuera pesado frente a Osiris. No existían velorios, cajones ni misas, pero sí distintos ritos funerarios. Las Indias quedaban lejos del Nilo, sin embargo por las tierras rojas ya se conocían las enseñanzas sobre la reencarnación. No existían telescopios, hojas de cálculo ni brújulas modernas, pero esta civilización ya poseía un profundo conocimiento de los astros, tal es así que las grandes pirámides fueron alineadas según la constelación de Orión.

Los habitantes de Kem consideraban que su país, el Egipto prehistórico, había sido habitado por dioses, de los cuales ellos habían heredado sus tradiciones y enseñanzas. Sin embargo, la época de Hermes no gozaba de aquel antiguo esplendor, de hecho la religión Egipcia se encontraba en una especie de edad media. Se puede trazar un paralelismo con la edad feudal más cercana a nuestra época, donde antes del gran renacimiento, la religión estaba en crisis, reinando la superstición y la hechicería, el arte se encontraba maniatado, la ciencia sin novedad y la política corrompida.
Como ocurre a lo largo de la historia, la humanidad recibe ayuda por parte de grandes personalidades que traen conocimiento y esperanza en momentos de enormes dificultades y agudas crisis. Hermes Trismegisto, el tres veces más grande, como se lee una y otra vez en los textos que lo nombran, fue el encargado de recuperar las creencias que originalmente erigieron la gran civilización egipcia, madre de todos los pueblos posteriores, en un momento donde había perdido su esencia y profundidad, viéndose sumida en la hechicería, el fanatismo y las formalidades propias de los momentos de corrupción en el que caen naturalmente todas la religiones.
No se conoce con exactitud en qué momento histórico vivió Hermes, algunos escritos como el Kybalion lo consideran contemporáneo de Abraham, quien se estima que vivió alrededor del siglo XX a.C., mientras que otras obras lo sitúan incluso en la época de Moisés, siglo XIV a.C. Por otro lado, tradiciones orales Herméticas lo nombran como el sacerdote “Maestro de los Maestros”, quien vivió durante las primeras dinastías faraónicas, siendo el encargado de continuar la obra unificadora de Egipto comenzada por Menes, descrito en la obra de Manetón como el responsable de sincretizar las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, dando origen a la primera Dinastía Faraónica en el siglo XXXI a. C.
Hermes y su viaje por la historia

Así como la fecha de su nacimiento se ha perdido en el tiempo, transformándose en un acontecimiento más mítico que histórico, su obra original y su enseñanza más pura ha ido adquiriendo distintas formas y matices. Muchos estudios filológicos exponen la manipulación de los textos que dicen ser atribuidos a Hermes cuando en realidad podrían haber sido modificados o incluso realizados por personas afines a su pensamiento.
Es por esto que es importante comprender que “Hermes” es un nombre genérico como “Manu” o “Buddha” pues designa a la vez un hombre, una casta y un Dios. Como hombre, Hermes es el gran iniciador de Egipto, quien renovó la religión en un momento de crisis. Como casta, es el sacerdocio depositario de las tradiciones ocultas, quienes protegieron Egipto y guiaron su desarrollo. Y como dios, es el planeta Mercurio, muy relacionado al pensamiento. Por lo tanto, todos los escritos que existen atribuidos a su nombre, no necesariamente hacen referencia a su existencia como hombre egipcio.

Por todo esto, es enriquecedor tratar de entender la mutación de la figura de Hermes a lo largo de la historia. Como se mencionó anteriormente, Hermes posiblemente fue un hombre contemporáneo a Menes, unificador de Egipto durante las primeras dinastías que se conocen. Tras pasar milenios de su existencia humana, es probable que su imagen se comenzó a asociar con el dios Thot, la deidad de la sabiduría, la escritura jeroglífica, la ciencia, la magia, las artes, el juicio y los muertos. Posteriormente, cuando Egipto llegó a su fin en la época de Cleopatra, fue la cultura Greco-Romana la que tomó la posta y se convirtió en quizás en el foco civilizatorio de mayor esplendor de la época.
“Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”.
– Sir Isaac Newton.
Como sucede en todas las civilizaciones, las nuevas figuras mitológicas toman arquetipos ya existentes de otras culturas y se moldean según la necesidad de la nueva civilización en formación, para así crear figuras renovadas, aunque con la misma esencia primaria. Esto explica por qué Thot en Egipto, Hermes “el mensajero” en Grecia y el dios Mercurio en Roma, cuentan con características similares.
«La visión de Hermes»
Avanzando un poco más en la historia, ya entrada la edad media y con la hegemonía del cristianismo, en la cultura popular medieval estos dioses paganos murieron y resucitó la figura humana de Hermes de la mano de los herméticos, quienes fueron los continuadores de las tradiciones impartidas por los últimos sacerdotes en Egipto. De ellos mismos nos han llegado la mayoría de los escritos que conocemos hoy, entre ellos el Corpus Hermeticum, que contiene tratados con todas las enseñanzas herméticas. En uno de ellos, llamado Poimandrés, destaca la llamada “visión de Hermes”, que se puede considerar un mito donde Hermes tiene una epifanía tras la aparición de Osiris y le son reveladas ciertas verdades no conocidas por los hombres:
“Un día Hermes se quedó dormido después de reflexionar sobre el origen de las cosas. Una pesada torpeza se apoderó de su cuerpo; pero a medida que su cuerpo se embotaba, su espíritu subía por los espacios. Entonces le pareció que un ser inmenso, sin forma determinada, le llamaba por su nombre.
— ¿Quién eres? — dijo Hermes asustado.
— Soy Osiris, la inteligencia soberana, y puedo revelarte todas las cosas. ¿Qué deseas?.
— Deseo contemplar la fuente de los seres, ¡Oh divino Osiris!, y conocer a Dios.
— Quedarás satisfecho.
En este momento Hermes se sintió inundado por una luz deliciosa. En sus ondas diáfanas pasaban las formas encantadoras de todos los seres. Pero de repente, espantosas tinieblas de forma sinuosa descendieron sobre él. Hermes quedó sumergido en un caos húmedo lleno de humo y de un lúgubre zumbido. Entonces una voz se elevó del abismo. Era el grito de la luz. En seguida un fuego sutil salió de las húmedas profundidades y alcanzó las alturas etéreas. Hermes subió con él y se volvió a ver en los espacios. El caos sé despejaba en el abismo; coros de astros se esparcían sobre su cabeza, y la voz de la luz llenaba lo infinito.
— ¿Has comprendido lo que has visto? — dijo Osiris a Hermes encadenado en su sueño y suspendido entre tierra y cielo
— No — dijo Hermes —.
Bueno: pues vas a saberlo. Acabas de ver lo que es desde toda la eternidad. La luz que has visto al principio, es la inteligencia divina que contiene todas las cosas en potencia y encierra los modelos de todos los seres. Las tinieblas en que has sido sumergido en seguida, son el mundo material en que viven los hombres de la tierra; el fuego que has visto brotar de las profundidades, es el Verbo divino. Dios es el Padre, el Verbo es el Hijo, su unión es la Vida.
— ¿Qué sentido maravilloso se ha abierto en mí? — dijo Hermes —. Ya no veo con los ojos del cuerpo, sino con los del espíritu…”.
Como todo mito, su valor radica en la capacidad que se tenga de interpretar los símbolos y los mensajes cifrados tras las palabras, siendo las enseñanzas que se imparten únicas para el lector que verdaderamente busque comprenderlas.
Finalmente, para complementar esta titánica tarea de rearmar la compleja figura de Hermes, se propone entenderlo desde una mirada más genérica y moderna, apelando al concepto de los arquetipos del psicólogo suizo Carl Gustav Jung. Quien explica que los mismos son patrones o imágenes arcaicas que se encuentran presente en el inconsciente colectivo y por lo tanto son propios de cada persona y comunes a toda la humanidad al mismo tiempo. Si bien estos arquetipos son numerosísimos, el que nos ayuda para terminar de entender a la figura de Hermes, es uno llamado Senex o «Viejo sabio»:

“El mago es sinónimo del viejo sabio, que se remonta en línea directa a la figura del hechicero de la sociedad primitiva. Es, como el Ánima, un demón inmortal, que ilumina con la luz del sentido las caóticas oscuridades de la vida pura y simple. Es el iluminador, el preceptor y maestro, un psicopompo (conductor de almas), a cuya personificación no pudo escapar ni siquiera el «destructor de las tablas», Nietzsche, puesto que declaró portador y proclamador de su propia iluminación y éxtasis «dionisíacos» a su encarnación en Zaratustra, ese espíritu superior de una era casi homérica”.
Bruno Sardi