Es muy probable que este no fuera su nombre, sino un apodo ya que, Epícteto, Επίκτητος en griego significa adquirido. Era algo de costumbre nombrar a los esclavos con un apodo ignorando sus nombres, una manera más de despreciarlos. Así es el caso de este filósofo, quien nació en Hierápolis, una antigua ciudad helenística que se encuentra en la actual Pamukkale, provincia de Denizli, Turquía.
Epícteto llegó a Roma como esclavo del liberto Epafrodito, secretario del emperador Nerón. Cabe aclarar que un liberto como lo era Epafrodito, era un ex esclavo que había ganado su libertad. Es conocido que los más crueles amos solían ser los libertos. Fue así para Epícteto que vivió al lado de uno de los más impiadosos amos. No conocemos la fecha cierta de la manumisión de Epícteto pero es conocido que se trasladó a Nicópolis, en el noroeste griego, donde fundó su Escuela. Muchos se acercaron a ella y uno de ellos fue Flavio Arriano, el respetado historiador del emperador Adriano. Flavio Arriano fue el que conservó las enseñanzas de su maestro, en el Enchiridion (Ἐγχειρίδιον) o Manual y en los Discursos (Διατριβαί) ya que Epícteto, siguiendo el modelo de Sócrates, no dejó nada escrito.

La tradición trasmite que fue discípulo de Musonio Rufo, filósofo estoico romano del siglo I. Siguiendo a su maestro, Epícteto se centró en la enseñanza de la Ética sin menospreciar las otras dos ramas de la Estoa: la Lógica y la Física. Dos eran los filósofos que marcaron la vida de Epícteto: Sócrates y Diógenes el cínico. Para él la filosofía no era un fin en sí mismo sino un medio para lograr vivir conforme a la naturaleza. Como filósofo estoico despreciaba las apariencias y se centraba en la búsqueda de la eudaimonia, un estado de conciencia que consiste en vivir la vida según la virtud, sin dejarse ser perturbado por las circunstancias externas cambiantes. Este estado de imperturbabilidad, conocido como ataraxia se basa en aceptar el destino marcado por la necesidad y la finalidad, dos fuerzas que rigen la naturaleza y los estoicos asumen y trasmiten en sus enseñanzas.
Epícteto es el filósofo estoico, pragmático y profundamente ético que enseñó que hay dos tipos de situaciones en la vida: aquellas que dependen de nosotros y las que no dependen de nosotros. Según él, el ser humano debe concentrarse en las situaciones que dependen de él mismo e ignorar las otras, ya que ocuparse de estas le llevará a la angustia y la frustración. Toda la voluntad y capacidad humana debería enfocarse en las situaciones que dependen de uno mismo. Tal vez lo más difícil no es esto sino el poder discernir entre las dos y saber con seguridad lo que depende de uno.

Epícteto nos enseña que depende de nosotros todo aquello que está en nuestro alcance y podemos con sinceridad y honestidad cambiar: nuestras reacciones ante determinadas situaciones, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. No depende de nosotros todo aquello que los demás piensan de nosotros; tampoco lo que los demás deciden hacer y realizan. De nosotros mismos depende solamente lo que podemos pensar, sentir y hacer; por eso nuestra voluntad debe concentrarse en hacer de esto un campo de batalla donde ejercitemos nuestras virtudes. La concentración de uno en esta batalla interior, lejos de ser egoísmo es, siguiendo a la filosofía estoica, lo único que realmente es nuestro, lo único que podemos con sinceridad mejorar para estar cada vez en mayor concordancia con la naturaleza.
A través de las enseñanzas de Epícteto reviven aquellas del filósofo ateniense, Sócrates: el daimon socrático, la voz divina dentro de cada uno que nos permite saber si estamos haciendo las cosas bien o no. El daimon que nos deja libres a equivocarnos, sin embargo, nos llama la atención a corregirnos. El contacto con el daimon nos permite ser libres, así como lo fue Sócrates aun tomando la cicuta y Epícteto recibiendo las órdenes enloquecidas de su amo. ¿Es posible ser libre aun siendo esclavo? La vida de Epícteto nos responde por si sola.
María Kokolaki