La aventura de Nezahualcóyotl

La historia de un rey, señor de Texcoco, en el valle de México, que fue poeta, constructor y filósofo, pero que –como todos los grandes hombres- su vida se compone de luces y sombras.

La historia de todo ser humano se compone de luz y de sombra, como todo lo manifestado en este mundo dual.  Ningún hombre puede escapar a la acción de esta dualidad.  Cuanto más grande pueda ser la luz que emitamos, mayor será la sombra que podamos llegar a proyectar.

Al amanecer del 28 de abril de 1402[1] en el valle de México, nace Acolmiztli Nezahualcóyotl[2] , hijo de Ixtlixóchitl el viejo, sexto señor de Texcoco, y Matlacihuatzin, hija de Huitzilihuitl, segundo señor de Tenochtitlán.

Desde su más tierna infancia Nezahualcóyotl recibió una esmerada educación con el sabio filósofo Huitzilihuitzin, quien supo despertar en el joven príncipe la afición por el conocimiento del antiguo pensamiento tolteca[3], la sensibilidad poética y la piedad; además Huitzilihuitzin supo ser un aliado fiel para Nezahualcóyotl en épocas de adversidad.  También fue instruido en el Calmecac, escuela donde se formaban los hijos de los nobles y sacerdotes, que estaba bajo la protección del dios Quetzalcóatl y ponía un cuidado principal en el autosacrificio, el conocimiento y el espíritu.

Su lucha

La dura historia de Nezahualcóyotl comienza a abrirse paso en 1418, cuando apenas contaba 16 años de edad.  Su padre muere a manos de sus enemigos de Azcapotzalco, y el joven príncipe se ve obligado a presenciar la escena oculto detrás de un árbol, por orden de su propio padre, a quien tuvo que prometer que salvaría su vida, para proteger la sucesión del reino, amparar a sus súbditos, recobrar su Imperio y vengar su muerte.  Esa noche, Nezahualcóyotl huyó a Tlaxcala.  En el camino encontró a varios de los suyos y les recomendó que volvieran a sus casas y obedecieran a Tezozomoc[4], mientras él encontraba la manera de liberarlos de su tiranía.

Nezahualcóyotl reúne a sus fuerzas aliadas en Calpulalpan y al frente de 11.000 hombres se apodera de Otumba.  Expulsa de Texcoco a la guarnición tecpaneca, se hace reconocer como monarca legítimo, organiza el gobierno y refuerza todas las fronteras, de Tezontepec a Chiuhatlán, y desde ahí por toda la orilla del lago hasta Ixtapaluca.  Esta victoriosa campaña duró apenas quince días.

Poco tiempo después, los mexicas y los tlatelolcas eran sitiados por le tecpanecas.

Itzcóatl y Cuautlalohuatzin, señores de México y Tlatelolco respectivamente, enviaron emisarios a Nezahualcóyotl pidiendo ayuda, y el señor de Texcoco respondió inmediatamente.  Movilizó 250.000 hombres hacia Tlatelolco y desembarcó en Tepeyac.  Los ejércitos azteca y texcocano, dirigidos por cuatro figuras extraordinarias de la época, el rey Itzcóatl, el joven Tlacaélel, su hermano Motecuhzoma y el príncipe sabio Nezahualcóyotl, hicieron posible esta victoria.  Azcapotzalco fue entregada al squeo de los vencedores, Maxtla, hijo de Tezozomoc fue muerto a manos de Nezahualcóyotl, y la ciudad convertida en mercado de esclavos para infamarla.

Consumada la dominación del valle de México, Nezahualcóyotl e Izcóatl pactaron una alianza a la que se añadió Totoquiyayuhtzin, señor de Tacuba.  La triple alianza se solemnizó a mediados de 1431.

El esplendor de su reino

En cuanto toma posesión del señorío de sus padres y rectifica sus fronteras, Nezahualcóyotl comienza la organización política y administrativa, atrayendo y perdonando a quienes se le habían revelado.  Sus actos como gobernante fueron en alguna medida innovadores para su tiempo; muestra su visión avanzada al proyectar estructuras administrativas y judiciales, al distribuir con prudencia y generosidad honores y responsabilidades, al realizar obras de embellecimiento y servicio público y al crear instituciones culturales.

Su reinado se prolongó durante cuarenta años, y fue la época de mayor esplendor del Imperio tolteca chichimeca. Propició el florecimiento de las artes y la cultura, edificó palacios, templos, jardines y el primer jardín botánico y zoológico en Tezcutzinco[5].  Fue consejero de reyes aztecas, como arquitecto dirigió las construcciones de calzadas, las obras de introducción del agua en México y la edificación de las albarradas para aislar las aguas saladas de los lagos e impedir futuras inundaciones.  Su palacio tenía salas dedicadas a la música y la poesía, donde se reunían los sabios, astrónomos, sacerdotes, jueces y todos aquellos que se interesaban por las creaciones del nuevo florecimiento cultural cimentado en la tradición tolteca.  Como legislador, Nezahualcóyotl promulgó alrededor de 82 leyes, la mayoría muy estrictas, pues era un juez implacable, que castigaba con más rigor a los caballeros que a los humildes (pensaba que su culpa era mayor por su mayor dignidad).  Era hombre piadoso: muchas de sus rentas las mandaba gastar en dar de comer y vestir a los necesitados, en especial en los años difíciles; y se dice que en semejante época no se sentaba jamás a la mesa hasta que los más humildes habían comido.

Otra costumbre singular daba constancia de la cultura de Texcoco: cada ochenta días se reunía el rey con toda su familia y los grandes del señorío para escuchar la represión pública que un sacerdote viejo y sabio hacía.  Hablaba de todos los errores cometidos durante aquel lapso, señalando lo que era menester, reprendiendo los excesos y recordándoles el camino de la verdad.

Su Filosofía

La Triple Alianza se transformó pronto de organización defensiva en reunión de fuerzas de conquista, lo cual permitió a Texcoco agrandar enormemente sus fronteras.  Sin embargo, a pesar de la alianza, la actitud de Nezahualcóyotl difería profundamente de la de los aztecas; en vez de dejarse ilusionar por la visión místico-guerrera introducida por Tlacaélel[6], se inclinaba por la religiosidad de los antiguos toltecas, y nunca permitó la quema de los viejos códices ordenada por Izcóatl y Tlacaélel.  Éstos querían utilizar la historia como instrumento de dominación, y se propusieron cambiar la escasa importancia que se daba a los aztecas por una concepción de pueblo elegido del sol.

Así llegamos a dos figuras extraordinarias: Tlacaélel y Nezahualcóyotl.  Aliados para vencer a sus enemigos, una vez obtenida la victoria, dieron paso a dos formas distintas de pensamiento.  Nezahualcóyotl, obligado por su alianza a elevar en su ciudad una estatua del dios sol Huitzilopochtli, como protesta construyó frente a ella otro templo más suntuoso con una elevada torre compuesta de varios cuerpos que simbolizaban los nueve travesaños o pisos celestes, sin imagen alguna, en honor de Tloque Nahuaque, el señor de la cercanía y la proximidad, el invisible como la noche e impalpable como el viento, al que había continua referencia en sus meditaciones y poemas.  De esta manera cumplió con sus aliados, pero les mostraba al mismo tiempo que la doctrina místico-guerrera no reinaba en su corazón.

Él miraba el universo a través de la antigua doctrina tolteca que concebía un dios supremo, Tloque Nahuaque, Dueño de la cercanía y la proximidad; Moyocoyatzin, El que se está inventando a sí mismo, y el supremo dios dual Ome-téotl, que más allá de los cielos da origen y sostén a todo cuanto existe.  Dentro del pensamiento tolteca existían también las enseñanzas del legendario Rey Quetzalcóatl, que se oponían a los sacrificios humanos.

Cuando Nezahualcóyotl invocaba los antes mencionados atributos de la divinidad o intentaba oponerse a los sacrificios humanos no estaba creando una nueva doctrina, sino retornando a los admirables conceptos de la doctrina tolteca que habían caído en el olvido y eran conocidos por un grupo muy reducido.

La sombra

Según las costumbres tezcocanas, el rey podía tener todas las mujeres que quisiera, pero su prometida se casó con otro.  Nezahualcóyotl, muy triste, se dio a vagabundear por los bosques hasta Tepechpan, donde salió a recibirlo su amigo, vasallo y seños de aquel lugar, Cuacuauhtzin, que lo invitó a comer.  Para homenajearlo decidió que le sirviera su prometida, Azcalzochitzin, y era tan hermosa y agraciada que cautivó al monarca.  Nezahualcóyotl volvió a su corte y fraguó inmediatamente la forma de satisfacer la súbita pasión que lo embargaba, por lo que despachó un mensajero a los tlaxcaltecas diciéndoles que para dar muerte honrosa a Cuacuauhtzin en castigo de graves delitos, les pedía que lo mataran en la próxima “guerra florida”[7], y a dos de sus propios capitanes les encargó que lo introdujeran en lo más peligroso de la batalla.

Muerto el señor de Tepechpan, Nezahualcóyotl simuló un encuentro fortuito con la bella Azcalxochitzin y finalmente se casó con ella.  En los años siguientes a la boda el señorío de Texcoco alcanzó su mayor esplendor, y en el hogar de Nezahualcóyotl su primogénito Tezauhpiltzintli, el “niño prodigioso”, auguraba las virtudes que requería el sucesor del reino.

Según Alva Ixtlixóchitl, Nezahualcóyotl tuvo 60 hijos varones y 57 hijas con sus concubinas y dos varones con su esposa pero tuvo que afrontar acontecimientos muy dolorosos para él a consecuencia de una intriga palaciega instigada por una de sus concubinas.  El único hijo que hasta entonces tenía en su matrimonio fue acusado de traición a la patria y ajusticiado.  El dolor para el señor de Texcoco fue enorme, y a esto se agregó la muerte de dos más de sus hijos a manos de los chalcas, quienes cada vez desarrollaban una guerra más encarnizada contra sus ejércitos.

Entonces se retiró a su bosque de Tezcotzinco donde ayunó cuarenta días, dirigió oraciones al dios desconocido y compuso cantos en su alabanza.  Cuando estaba por terminar sus ejercicios, una aparición le anunció que uno de sus hijos ganaría la guerra contra los chalcas y la reina daría a luz a un hijo que le sucedería en el reino.  En efecto, Azoquentzin derrotó a los chalcas, y en 1465 nació Nezahualpilli, “príncipe ayunado y deseado”.

Sabio y Poeta

Varios de los poetas del mundo náhuatl, verdaderos maestros de la palabra, se hicieron acreedores al título de tlamantinime, “el que sabe algo”, el que medita y discurre sobre los antiguos enigmas del hombre sobre la tierra, el más allá y la divinidad, pero ninguno sobresalió tanto como Nezahualcóyotl.

Murió el año 6 Pedernal, que corresponde a 1472.  Setenta y un años vivió el señor de Texcoco.  Al sentir cercana su muerte dio a conocer su determinación de ser sucedido por su hijo Nezahualpilli, bajo la regencia de Acopioltzin, su hijo mayor, hasta que el príncipe pudiera gobernar por sí mismo.  Pidió a todos sus parientes que mantuvieran paz y concordia entre ellos y que, a su muerte, en lugar de lamentaciones entonaran cantos de alegría.  Cuando estuvo cercano el momento se despidió de todos y ordenó a sus criados que no dejasen entrar a nadie para afrontar a solas su muerte.

Hasta aquí la historia de un hombre de acción que vivió profundamente su tiempo.  Por un lado tenemos al tlamatinime concentrado en las labores del espíritu, construyendo templos, recreando la cultura y formando su célebre biblioteca, y por otro, como aliado de los aztecas, manteniendo cruentas guerras de conquista.

Como gobernante buscó la prosperidad y el poder terrestre; como individuo buscó a través de la filosofía y la poesía transcender la condición humana.

Fue severo juez y castigó con rigor los delitos, especialmente de aquellos que tenían responsabilidades públicas, y sin embargo traicionó arteramente a su amigo y vasallo Cuacuauhtzin, para obtener a la mujer amada.

Nezahualcóyotl fue una de las más altas realizaciones humanas de los pueblos prehispánicos.  Con él culminaba y comenzaba a morir el mundo indígena.

Blanca Margarita García Ocampo
Artículo publicado en Revista Esfinge N°3 – Junio 2000


[1] Año Ce-Tonchtli o 1 Conejo, en el signo y día Ce-Mázatl, que significa “venado”.

[2] Que significan “brazo o fuerza de león” y “coyote hambriento” respectivamente.

[3] Los toltecas alcanzaron su último esplendor hacia los siglos IX al XI d.C.

[4] Rey de los tecpanecas de 1418 a 1427 y señor de Azcapotzalco.

[5] Ubicado a 7 km de Texcoco.

[6] Significa “corazón varonil”, colaborador de su hermano Izcóatl en el cargo de Cihuacóatl, impulsor de la filosofía místico-guerrera de los aztecas.

[7] Guerras emprendidas por los aztecas y texcocanos, por una parte, y los señores de Huexotzinco y Tlazcala por la otra, que tenían como fin la obtención de prisioneros.

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