En una época materialista como en la que vivimos, escribir sobre el alma parecerá un entretenimiento inútil para muchas personas, sin embargo, cuando nos atrevemos a emprender el viaje en busca de nosotros mismos aparece la reflexión sobre el alma como una prioridad ineludible.
Como nos dice Platón, conocemos lo que se refiere al ser humano, lo externo y accesorio, pero ignoramos quién es el ser humano. A manera de las tragedias griegas, el actor de nuestra vida se mantiene oculto tras una máscara y acostumbrado a ella, se olvida de su propia identidad.
Para esta “enfermedad del olvido” hubo siempre “médicos” que trataron de hacer recuperar al hombre la memoria de sí mismo; médicos que eran maestros en un arte específico: el arte de conocerse y mejorarse a sí mismo. Durante mucho tiempo este arte se llamó Filosofía y de la misma manera que para mejorar cualquier cosa, necesitamos conocer aquello que queremos mejorar; para conocer el arte que nos hace mejores necesitamos conocer lo que nosotros mismos somos. La antigua frase de Delfos, “Conócete a ti mismo” será entonces un principio básico de la Filosofía. Y si a Filosofía nos referimos, no sería exagerado decir que la cultura de Occidente tuvo un gran Maestro en la figura de Platón. Es de su mano que pretendemos recorrer este camino en busca del Alma.
Es mediante el Mito que Platón ha podido transmitirnos algunas enseñanzas de lo más profundas y antiguas, siendo las enseñanzas sobre el alma tal vez la más importante para el ser humano, pues se trata de nosotros mismos.
Son cuatro los Diálogos platónicos que se refieren de manera más específica al alma humana y en cada uno de ellos aborda algunos aspectos del tema que van enriqueciendo el concepto. Estos diálogos son: Alcibíades, Fedón, Fedro y el Timeo.
Alcibíades y Fedón, ¿qué es el Alma?
El Diálogo Alcibíades, subtitulado “de la naturaleza del hombre” nos brinda un comienzo necesario: ¿qué es el ser humano? ¿Es el hombre su cuerpo?
Durante toda la conversación con Alcibíades, Platón, pone en boca de su maestro Sócrates la afirmación de que el cuerpo es un vehículo o una herramienta del verdadero hombre: “quien quiera que conoce algo de su cuerpo, conoce lo referente a éste, pero no se conoce a sí mismo” (Alcibíades). Este “sí mismo”, el verdadero ser humano, será el alma.
Pero, ¿qué es el alma?
Es en el Fedón, que narra las últimas horas de Sócrates antes de beber la cicuta, donde se plantea la supervivencia después de la muerte y la realidad del alma. Hay cuatro preguntas fundamentales a contestar en este diálogo:
- ¿Qué es el alma?
- ¿Existe realmente?
- ¿El alma, sobrevive a la muerte del cuerpo?
- ¿Es el alma eterna?
En primera instancia, el alma será un principio de vida. Un algo que anima la naturaleza inerte; una fuente de donde surge la vida. El alma proporciona la vida al cuerpo. Si algo está vivo es porque otro “algo” lo anima, y ese “algo” que llamamos “alma” existe evidentemente porque: ¿qué diferencia entonces un cuerpo muerto de otro vivo?

Podríamos decir que, dentro de las corrientes materialistas, la vida sería una cualidad del cuerpo físico o algo que surge del cuerpo mismo cuando todo está en condiciones, pero hasta un niño podría rebatir esta afirmación con las muchas evidencias a mano ya que por muy en perfectas condiciones que esté una máquina, nunca funcionará sin una fuente de energía que la alimente y la ponga en movimiento. Es claro que la máquina es un vehículo de la energía, la cual canaliza.
La existencia del principio vital independiente del cuerpo es tan evidente como evidente es para cualquiera que la corriente eléctrica es independiente de cualquiera de nuestros electrodomésticos a los que alimenta si es que los tenemos conectados. Basta desconectarlos para que dejen de funcionar.
La siguiente duda se plantea sobre la persistencia de este principio de vida después de la muerte del cuerpo: “…hay quien dice que se destruye (el alma) una vez que se separa del cuerpo, como un soplo, un humo… (Fedón)”.
Sócrates hará alusión a la autoridad de la tradición órfica cuyas enseñanzas hablaban de las reencarnaciones periódicas del alma: “…que llegadas (las almas) al otro mundo, existen allí y de nuevo vuelven acá… (Fedón).”
Bien, el alma entonces sobrevive a la muerte del cuerpo, pero ¿nos indica esto que el alma sea eterna o simplemente de “una larga duración”? Podría el alma vivir muchas vidas, pero acabando por fin por desgastarse. Sócrates defenderá la inmortalidad del alma, que es decir la inmortalidad del hombre.
Timeo, o las tres partes del Alma
En el Timeo encontraremos el complemento de las enseñanzas platónicas sobre el tema. El alma es un principio de vida, pero ¿es que habrá un solo tipo de vida?
Evidentemente no. A poco que observemos existe algo que es la esencia de la vida vegetal; otro algo que anima al animal y, un diferente hálito que es la esencia de la vida netamente humana.
Mujeres y hombres, como microcosmos, resumen en ellos los diferentes tipos de vida; posee un cuerpo hecho de componentes minerales, una vitalidad semejante al vegetal, unas emociones semejantes al animal y, además, posee la vida de la mente como elemento netamente humano. Todas estas formas de vida se hallan en el ser humano conformando un conjunto complejo.
Cada una de estas formas de vida posee un “alma” o principio. Podríamos hablar entonces de diferentes clases de almas: el alma del mineral (los alquimistas se referían a ella), cuya vida se manifiesta en sus continuos cambios físicos y químicos; el alma vegetal, que permite las funciones biológicas más elementales; el alma animal, principio de los instintos y el alma humana principio de la razón, siendo el humano un conjunto completo de todas ellas.
Platón dice del Timeo que es un Mito “verosímil”, lo cual viene a significar una “semejanza de la verdad”, por lo que hemos de ver en su descripción una imagen simbólica. De esta manera, utilizando el cuerpo del hombre como ejemplo o microcosmos del hombre real y completo, distingue en él una parte humana, una parte animal y otra vegetal, además de una parte intermedia entre lo animal y humano.

Así habla del alma de la nutrición y de la reproductiva que debemos entender como la parte animal y vegetal del hombre; dice de ella que es “sede del apetito, del placer y del dolor”; su correspondencia en el cuerpo es la parte desde el diafragma hasta abajo siendo el hígado su centro.
La parte intermedia entre el hombre y el animal la sitúa en el tórax, sede de la cólera y la ira, pero también del valor guerrero. Su centro es el corazón.
El alma humana estaría relacionada con la razón y, aunque penetra todo el cuerpo, su sede principal es la cabeza.
El alma animal y vegetal son irracionales y por tanto ajenas a los influjos de la razón. La parte intermedia es también irracional pero accesible a los influjos de la razón, por esto se comunica con la cabeza como por un “istmo” que es el cuello, mientras que la parte animal está alejada de la cabeza y separada completamente por el tabique del diafragma; no obstante, puede recibir de lo superior imágenes confusas como en un espejo imperfecto.
Respecto al alma humana, Platón se extiende más en sus descripciones pues nos aclara algo muy importante y es que esta alma es de naturaleza doble teniendo una parte mortal y otra inmortal.
La inmortal, esencia de la vida humana, no ha nacido ni muere, no está sujeta al tiempo, existe por sí misma, mientras la mortal existe como consecuencia de la encarnación y está sujeta a principio y fin.
De la inmortal dice el Timeo: “es el principio inmortal del animal mortal, hecho por el demiurgo quien la entrega a los dioses menores encargados de hacer los cuerpos. Este principio, extraño al cuerpo, lo dominará pues este último tiene como fin esencial el servirle de vehículo” (Timeo).
Este principio es semejante al Alma del Mundo, pero se ve afectado por las sensaciones cuando está en el cuerpo produciéndosele deformaciones y desórdenes que empañan su pureza.
Al ser de esencia divina, el “modelo celeste” ejerce sobre ella una atracción que hace tomar al cuerpo humano la verticalidad. De ningún modo, dice Platón, es el hombre terrestre, sino una planta celeste con sus raíces en lo alto y las ramas hacia la tierra. De esta manera su cuerpo materializa la propia historia de su origen tomando la forma de un árbol invertido.
Fedro, o el vuelo del Alma
Pero, ¿por qué encarna el hombre?
Platón se refiere a una primera encarnación resultado de la Ley del Destino. Es en el Fedro donde se narra en forma de mito la tragedia del alma humana caída en la materia, ese alma que ha perdido las alas y por tanto su capacidad de habitar en el mundo celeste.
Existe en esta narración un sospechoso origen egipcio al igual que otros mitos narrados por Platón. Efectivamente, para los egipcios y algunos otros pueblos antiguos, las almas humanas fueron estrellas menores caídas en la encarnación terrestre. Pertenecen al cortejo de una estrella mayor o dios. Es allí donde vuelven cuando se liberan de las encarnaciones terrestres.
Platón traduce este concepto al lenguaje mitológico griego y nos habla de las almas siguiendo las revoluciones celestes del dios a que pertenecen. En este viaje hubiera debido llegar a contemplar la Verdad pero, “aquellas almas que han sido incapaz de seguir el cortejo del dios, no ha visto la verdad, se han llenado de olvido, se han hecho pesadas, han perdido las alas y han caído a tierra” (Fedro). Esta es la Ley de Adastrea, (del Karma o Destino). Es la historia del ángel caído necesitado de redimirse adquiriendo la conciencia de su propio origen celeste.
En este viaje en busca de la conciencia, solo las almas que han podido contemplar algo de la verdad, aunque no hayan podido continuar el viaje completo, son humanas. Es en esta bajada cuando se hace necesario la aparición del alma mortal y que Platón define en el Fedro como “semejante a cierta fuerza natural que mantiene unido el auriga y al carro” (Fedro).
En efecto, el ejemplo del auriga conduciendo su carro le sirve a Platón para señalarnos la relación del alma inmortal (el auriga) con su vehículo mortal, el cuerpo (el carro). Esta misteriosa fuerza natural de la que se habla es un relacionante que puede a la vez comunicarse con lo celeste y con lo terrestre, que puede servir de puente entre la conciencia superior y la inferior a semejanza del Hermes griego, mensajero del Olimpo y que, como él, se relaciona con la mente humana.
Si bien la Sabiduría y la Inteligencia pura pertenecen al alma inmortal, la inteligencia concreta que se conecta con el mundo práctico y material pertenecen a este relacionante, esta especie de daimon que constituye el alma humana mortal.
Tal vez ahora estemos en condiciones de entender mejor la diferencia entre el alma divina e inmortal y la humana o mortal, pero, ¿qué decir de los sentimientos? ¿Acaso no hay diferencia entre la complejidad de los afectos humanos y los de los animales? ¿Es que podríamos decir entonces que de la mente para abajo ya estamos en alma animal? ¿Qué decir entonces de los sentimientos místicos, de la inclinación a la bondad, a la generosidad, etc., que suelen tener poco que ver con la mente? ¿Acaso el corazón no es a veces más sabio que la cabeza?
La imagen que nos proporciona el Fedro describe el carro que monta el auriga como tirado por dos caballos bien diferentes entre sí. El uno es simple y bueno; dócil y puro, el otro totalmente contrario, rebelde al auriga, malvado y desarmónico. Esta naturaleza del vehículo le produce serias dificultades al auriga que pretende conducir su carro.

De manera que si, hablando en general la naturaleza del hombre ya es doble: celeste y terrestre, además la del animal que le sirve de vehículo, también lo es.
El caballo blanco y armónico, dócil al auriga y bueno, accesible a la razón, se podría relacionar con el corazón y sus sentimientos más nobles, allí donde lo inmortal puede reflejar, como en un limpio espejo, la belleza, la bondad, la justicia. ¿No es acaso el corazón el que se nos abre al contemplar algo bello y bueno?
El caballo indócil y concupiscente se relaciona con los instintos y el deseo egoísta y ciego; nada puede reflejar de lo superior, sino deformado y oscuro; pretende solo la satisfacción de sus groseros instintos.
Es precisamente la contemplación de la belleza la que despierta el amor, que es como un anhelo de lo superior; una reminiscencia del alma, que, despertando, recuerda por momentos su mundo celeste. Al “recordar”, sus muñones echan alas de nuevo, quiere volar y salir de la cárcel donde está confinada. Este es el Amor que despierta Afrodita Urania, el Amor celeste, el Eros alado.
El Alma también “enferma”. La enfermedad que padece el alma humana es precisamente el “olvido”. Entonces, comprendemos que, siendo el alma divina, recordar es saber y conocerse a sí mismo.
Siendo el alma divina inmortal requiere cuidados, no en atención a una vida solamente, sino todo el tiempo; “no se libera de sus males o enfermedades por la muerte como le pasa al cuerpo, sino que su única cura es hacerse mejor y más sabia” (Fedón).
Era precisamente el saber servirse de las reminiscencias lo que realizaban los antiguos Misterios. Este inducir “los recuerdos del alma”, “volverla en sí” para que el hombre recuperase la conciencia de sí mismo, constituía la base de la Iniciación.
“Aquel que sabe servirse de la reminiscencia, iniciado en los Misterios perfectos, es el único que llega a ser verdaderamente perfecto” (Fedro).
Este es el héroe vencedor, que logra tras múltiples esfuerzos la conciencia de su inmortalidad, pues, como dirá el gran sabio: “dioses somos, pero lo hemos olvidado”.
Victoria Calle
Bibliografía
Platón – Obras Completas, Editorial Gredos (1981):Timeo, Fedón, Fedro, Alcibíades.
Más sobre el alma o cualquiera de esos «inútiles entretenimientos», por favor. Saludos.
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