
Confucio nace en China, en el pueblo de Zou, estado de Lu (actualmente provincia de Shandong) en el 551 a.C. Su vida se desarrolla durante parte del período de reinado de la dinastía Zhou, también conocido como Época de las primaveras y otoños. Su nombre original era Kong Kiu, con el paso de los años se lo comenzó a llamar maestro Kong (la palabra maestro es Fuzi). Fonéticamente esta frase sonaba Kong Fuzy, y hoy lo conocemos como Confucio por la latinización de su nombre (El nacimiento mítico de Confucio).

Por su lado paterno formaba parte de la aristocracia, aunque ya bastante debilitada y relegada. Su padre, Shu-liang He, solo tenía hijas mujeres y en su tercer matrimonio fue cuando finalmente nació su hijo varón. Sería éste hijo el encargado de continuar con el apellido de la familia. Tenía aproximadamente 70 años cuando nació Confucio y murió luego de que hubiera cumplido los 3 años de edad.
Su madre, Yan Zhengzai, era muy joven, pero al morir su esposo no dudó en enfrentar la pobreza y adversidad en la que se habían sumido con su pequeño hijo para darle la mejor educación, ejemplo y apoyo. Ella confiaba en que su hijo sería un gran sabio y lograría cosas muy importantes, y no mermó en su determinación de que el pequeño Confucio recibiera la mejor educación que pudiera ofrecerle. Probablemente a través de instructores particulares es que este gran maestro tuvo sus primeros acercamientos a la poesía, el arte, la música y la literatura. Lamentablemente tanto esfuerzo y el descuido de su salud llevaron a que, a los tan solo 17 años de Confucio, Yan Zhengzai muriera.
Las enseñanzas y dedicación que su madre le brindó, más su curiosidad innata, hicieron que Confucio se convirtiera en un gran aprendiz y deseara adquirir siempre vez más conocimiento. Interesado en casi cada uno de los temas que logremos imaginar de la época, Confucio fue nutriéndose de todo lo que pudiese brindarle enseñanzas y exprimiendo cualquier instrucción o lección que recibiese de alguien.
La ciudad de Qufu, lugar al que se mudó con su madre luego de que su padre falleciera, era el centro del estado. Medía aproximadamente doce kilómetros y allí se emplazaba el palacio imperial y un templo ancestral donde se almacenaban libros antiguos rituales, instrumentos musicales y archivos. El acceso era restringido para gente común, sin embargo, Confucio se las ingeniaba para seguir a alguien a quien le solicitaba entrar.

Mientras se encaminaba hacia este lugar no hacía más que agradecer constantemente mientras llenaba de preguntas a quien iba a su lado y a quienes lo recibían. Era tanta su curiosidad y la forma en que buscaba respuestas, que llegaron a tildarlo de mal educado. Esto significó sin dudas una ofensa para el joven Confucio y, según se sabe, su respuesta fue: “Es justamente un signo de educación que cuando te encuentres con algo que no conoces trates de comprender aprendiendo de él”.
A los diecinueve años se casó con Quiguan y tuvieron una hija mujer, Kong Rao y un hijo varón, Kong Li. De a poco Confucio fue ganándose un lugar en la sociedad y aceptó un cargo como funcionario para el estado de Lu en el área de agricultura y ganadería. Se desempeñó de forma honrosa, poniéndose del lado de los campesinos, que eran tratados injustamente, y mediaba para que las condiciones de los trabajadores de los campos mejoraran. De allí pasó al área de depósito de granos, trabajo para el cual no se sentía calificado con sus tan solo veintiún años, pero que decidió aceptar porque estaba seguro que podía y debía aprender cómo hacerlo.
Con mucho esmero logró destacarse en sus tareas y recibió felicitaciones por parte de sus superiores y hasta del duque de Lu. Con el tiempo llegó incluso a alcanzar un puesto que podríamos comparar con el de Ministro de Justicia. En este cargo se desempeñó con dureza e imparcialidad hasta lograr un gran avance en la disminución del crimen. A poco de ingresar a este puesto se dice que Confucio dio la orden para ejecutar un noble de Lu (Chao Chong Mao) en las puertas del castillo, indicando además que dejaran el cuerpo del hombre a la vista por aproximadamente tres días para que toda la sociedad lo viera. Confucio argumentó que realizó esta acción porque esta persona, si bien era uno de los hombres de mayor reputación en el Estado, era un ser indeseable y poseía algo que lo hacía muy peligroso era muy inteligente y tenía facilidad para la palabra, con lo que hubiese logrado que muchos lo siguieran en sus errores. Finalmente dimite de su puesto por no estar de acuerdo con el rumbo que se estaba tomando desde las más altas esferas de poder.
Una vez abandonado el cargo público se dedicó a viajar y dar clases, siempre a la espera de que algún príncipe quisiera tomar los conocimientos que tenía para ofrecer y lograr un estado armonioso, ordenado y justo. Cuando a uno de sus discípulos le preguntaron cómo era Confucio y al no saber si era correcto responder, el mismo Maestro le dijo “¿Por qué no has contestado? Es un hombre que se aplica al estudio y a la práctica de la virtud con tal ardor, que se olvida de comer; que, después de haber adquirido una virtud, siente tal alegría, que olvida todo disgusto; y se absorbe, de tal manera, en el estudio de la sabiduría, que no siente llegar a la vejez”. Analectas o Lun-Yu, primera parte: Chang-Lun, libro 4, capítulo 1.18.
Lamentablemente su sabiduría no encontró receptáculo. Su carrera política no fue fructífera ya que la decadente época en la que vivía Confucio tenía otras prioridades. Dentro de la agenda del poder no estaba la moral, la armonía, la transparencia ni el ejemplo; mucho menos había lugar para alguien que decía que el poder debía estar en manos de quien fuera el más virtuoso, no del heredero de la elite gobernante. Muy por el contrario, solo se pensaba en la guerra, en la tergiversación del poder a favor del más alto mandatario y en la codicia.
Con ya casi cincuenta años, este maestro, menospreciado en su época, decide emprender un viaje en busca de alguien que quisiera encarnar en la realidad todas estas ideas que él tenía para formar un gran estado. A este recorrido se le sumó un grupo de discípulos devotos de sus enseñanzas (¿Qué enseñaba Kung Fu Tsé?).
Confucio no aceptaba a cualquiera como su estudiante. Realmente quien quisiera serlo debía desearlo y trabajar profundamente en las instrucciones. Era un estilo de vida. Notaba inmediatamente cuando alguien se le acercaba por su propia voluntad, o era obligado a estudiar con él pensando que llegaría fácilmente a adquirir los conocimientos que tenía para compartir, o si se le acercaba por las razones equivocadas. “El Maestro dijo: Yo no enseño a quien no se esfuerza por aprender; yo no ayudo a hablar a quien no se esfuerza por expresar su pensamiento.” Analectas o Lun-Yu, primera parte: Chang-Lun, libro 4, capítulo 1.8.

En otro fragmento de las Analectas podemos ver lo exigente que era en cuanto a la calidad de personas que podían ser sus discípulos “El Maestro dijo: Yo no acepto por discípulo a un hombre ambicioso y sin rectitud, o ignorante e irreflexivo o poco inteligente y nada sincero”. Analectas o Lun-Yu, primera parte: Chang-Lun, libro 4, capítulo 2.17.
Para cada alumno tenía una forma particular de enseñar, sabía que el temperamento de cada uno era diferente y que los conocimientos realmente llegarían a cada quien a su manera. Junto a sus estudiantes recorrieron grandes partes del territorio de una China sumida en las guerras y luchas. Pero lamentablemente solo unos pocos de sus alumnos lograron algunos cargos políticos.
A los setenta y tres años y enfermo no quedaban dudas de que su vocación y a lo que había dedicado su vida entera no darían mayores frutos. En sus últimas palabras se podía distinguir la tristeza y desilusión que lo invadía por el hecho de sentirse pronto a morir sin que algún gran caballero se convirtiera en monarca bajo su doctrina y preparación. Llegando casi al fin de su vida, redacta este poema que deja ver esos sentimientos que le aquejaban:
El monte Tai se desmorona,
La gran viga se rompe,
Y el viejo sabio se marchita.
Otras palabras que podemos encontrar en las Analectas dan cuenta de esta tristeza que sentía Confucio en sus últimos años: “El maestro dijo: No veo aparecer fénix ni salir dibujo del río. Yo y mi doctrina hemos acabado”. Analectas o Lun-Yu, primera parte: Chang-Lun, libro 4, capítulo 1.8.
Estos dos símbolos fueron anuncios de emperadores sabios. En esta frase hace referencia al ave Fénix que anuncia las cosas futuras. Al dibujo se lo conoce como Diagrama del Río, habría salido del Rio Amarillo en el lomo de un caballo-dragón, y se dice que este podría ser el origen de la caligrafía china. Esto habría sucedido en la época de Fu-hi, quien descubriría los ocho trigramas de la base del I-ching revelados en este dibujo. A él se le atribuyen la invención de la escritura, la pesca y la caza.
“Confucio dijo: No aparece ningún presagio anunciando el reinado de un emperador muy sabio; por tanto, tal emperador no vendrá. ¿Qué emperador se servirá de mí para enseñar al pueblo? Ha acabado mi doctrina; no será puesta en práctica”. Analectas o Lun-Yu, primera parte: Chang-Lun, libro 4, capítulo 1.8.

Luego de la muerte de Confucio, sus discípulos continuaron con su obra, y las enseñanzas del gran maestro siguieron transmitiéndose. Actualmente sus palabras pueden encontrarse transcriptas por sus discípulos en: Las analectas, o Lun-Yu. / El medio invariable, o Tchung-Jung. / El Gran Estudio, o Ta-Hio. / Mencio.
En el siglo II a.C fue cuando los conocimientos que Confucio había legado al mundo comenzaron a adquirir forma de sistema filosófico y religioso. La dinastía Han fue la que tomó esta sabiduría para intentar aplicarla a su gobierno. Por las altas cargas morales y éticas de sus premisas, las enseñanzas del maestro Kong se convirtieron en la escuela de
pensamiento dominante en su país, recibiendo el nombre de “confucianismo”. Este culto sufrió distintos prestigios y desprestigios dentro de la vasta historia de China, pero al día de hoy aún sigue siendo una de las ideologías predominantes en la patria de Confucio.

Tsé-kung preguntó si existía un precepto que comprendiera a todos los demás, y se debería observar toda la vida. El Maestro declaró: “¿No es el precepto de amar a todos los hombres como a sí mismo? No hagas a otros lo que no quieres que hagan contigo”. Analectas o Lun-Yu, primera parte: Hia-Lun, libro 3, capítulo 1.23
Lucía Appugliese
Agradezco a la autora su estupendo trabajo de síntesis para recoger la semblanza de tan destacado personaje, cuya labor se proyecta hasta nuestros días. Teresa
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