
Para la cultura china, sobre todo en tiempos antiguos, la armonía era el sostén de la vida de cada persona, así como de los pueblos, y no era posible alcanzarla de no tomar a la naturaleza como ejemplo y seguir sus leyes.
La armonía, producto del equilibrio dinámico entre dos fuerzas iguales y opuestas, que, como se ve por ejemplo en el símbolo griego del caduceo, está representada por serpientes que se elevan al encontrar un eje, fue simbolizada en la cultura china a través del Yin-Yang.

Este símbolo en el que dos opuestos se ponen en movimiento alrededor de un centro , representa las continuas transformaciones del mundo existente, la base y sostén de la creación. El color blanco y el color negro, ya no son dos manchas que se estarían agitando aleatoriamente, sino que dan forma a un círculo, la lucha armónica los unifica.
Esta armonía debía reflejarse en todos los aspectos de la vida, y en China, la filosofía no fue la excepción. A mediados del siglo VI a C, siglo en el que Pitágoras al sur de Italia establecía las primeras escuelas de filosofía y que Siddhartha Gautama, el Buda, alcanzaba la iluminación cerca de donde hoy es Nepal, al sur de los Himalayas, Confucio nacía en el Estado de Lu, en la China Antigua durante la dinastía Zhou.

Confucio: su biografía
Este personaje, cuyo nombre viene de una adaptación fonética de “Kung Fu Tsé”, sentó las bases éticas para desarrollar el potencial dentro de cada ser humano, para así conformar estados coherentes armónicamente. Sus enseñanzas fueron esclarecedoras para quienes las escucharon, ayudaron a establecer el orden tanto en su pueblo, como en muchos pueblos vecinos y fue reconocido por príncipes, políticos, por mendigos y comerciantes.
La biografía de este filósofo asiático, escrita cuatrocientos años después de su muerte, cuenta que nacido de una familia noble, ocupó gran parte del tiempo de su infancia y adolescencia dialogando con sabios y ancianos, leyendo libros que ya eran clásicos para aquel entonces y a los 17 años ocupaba cargos de funcionario público. En aquellos tiempos, el ejercer un cargo público, el servir con la vida al justo funcionamiento de la sociedad, era considerado un oficio sagrado. Luego de haber estudiado la historia y la política de su nación, emprende un viaje hacia la capital del Celeste Imperio (¿Quién fue Confucio?, El nacimiento mítico de Confucio).

El orden, la organización y la cultura
Al llegar a esta gran ciudad, Confucio quedó maravillado con los templos y edificios gubernamentales, con los reyes y con los sabios. El orden, la organización y la cultura, reflejo de ideas trascendentales, despertó en el joven filósofo el sentido de perpetuación y continuidad de lo ideal. Se despertó en él la necesidad de encarnar aquellas ideas, que unificaban a la humanidad en su conjunto. El arte, la política, la ciencia y la religión parecían surgir del mismo punto, dando vida a un verdadero estado, con un sentido común y que vivía armónicamente como un organismo. De allí probablemente tomó el modelo para manifestar su obra filosófica.
Confucio, de gran influencia en la política de su tiempo, entendía que la sociedad solo podía mejorarse, en la medida de que cada uno de sus habitantes fuera mejor. Estableció un orden social a través de la ética, basado en el desarrollo y la evolución individual, al que denominó sistema Li. La ética, sería el eslabón que unifica los pensamientos y los sentimientos con las acciones del ser humano, teniendo como base la esencia última de las cosas; la ciencia que busca armonizar a mujeres y hombres, para que broten de su interior el bien y la justicia. La política complementariamente, era entendida como la ciencia y el arte de conducir, educar y armonizar los pueblos, elevándolos de lo físico a lo espiritual, de los cimientos de los templos, a la idea que engloba a todos los miembros de un estado. La ética era al individuo, lo que la política a las sociedades y era el príncipe gobernante el mediador entre las leyes y los ciudadanos.
Sus gobernantes
Este príncipe gobernante, análogo al aristos platónico, era aquel que más se conocía a sí mismo, aquel que había logrado gobernar primero sobre su personalidad. Este gobernante, o también llamado hombre Ju, era aquel que, luego de un arduo camino de educación filosófica y de puesta en práctica de lo aprendido a través del desarrollo de virtudes, se volvía un ejemplo para el resto de la sociedad. De esta forma, a la vez de ser ético, sería un sostén en el que la sociedad en su conjunto pudiera apoyarse y lograr que el orden en las polis, fuera reflejo del orden cósmico que se encontraba detrás de todo el universo, del que hablaba Pitágoras.
Este gobernador filósofo, tendría conciencia de la igualdad que reside en lo profundo de los seres humanos, sabiendo que solo a través del perfeccionamiento personal se puede tomar contacto con lo divino, con la sabiduría con la que uno nace pero que olvida, como decía Sócrates. El sistema de gobierno Li, sería un modo filosófico de ordenar los estados.

Confucio y Lao Tsé
Cuentan las historias (que con el tiempo probablemente hayan tomado características míticas), que a la vuelta de su viaje a la capital del imperio, Confucio se cruzó con el enigmático Lao Tsé, dándose un encuentro crucial para la milenaria cultura China. Los dos extremos aparentemente opuestos, el Yin-Yang de la filosofía del país nacido a orillas del Río Amarillo comenzaban a ponerse en movimiento.
Pero esto es cuestión del próximo artículo…
Franco P. Soffietti
*Segunda parte del artículo: Lao Tsé y Confucio, el Yin y el Yang de la Filosofía China (II)
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