Un breve resumen sobre la Epopeya de Gilgamesh

En la arcilla cocida, síntesis de tierra, agua, aire y fuego, perduró esta historia, atravesando los milenios para llegar hasta nuestros días. La epopeya de Gilgamesh es una de las obras clásicas de la humanidad que pueden comprenderse sin tener un conocimiento previo de la civilización en la que nació. Aun cuando los nombres de los personajes puedan resultar desconocidos y los lugares extraños, los temas que trata el poeta son universales, atemporales y profundamente humanos.


El marco de la epopeya

          Este relato se encuentra enmarcado en la antigua ciudad de Uruk, en la tierra de Sumer. La ciudad era gobernada por el tirano Gilgamesh, pero este rey pasó a la historia como una de las grandes figuras legendarias. Su hazaña perdurable había sido la reconstrucción de la muralla de Uruk sobre sus cimientos anteriores al diluvio y su destreza militar acabó con la hegemonía de la ciudad-estado de Kish, devolviendo la libertad y autonomía a su pueblo.

         Como suele pasar con lo clásico, la historia y el mito se entretejen; Gilgamesh es considerado un personaje que existió, pues aparece como el quinto rey de la I Dinastía de Uruk, hacia el 2750 a.C., cuyo reinado habría durado 126 años. En el mito se menciona que sus dimensiones eran las de un gigante: “Un triple codo (un metro y medio) era su pie, una braza (tres metros) su pierna”. Aparecerá como un dios en las primeras listas de deidades sumerias y la tradición también le atribuyó como función, ser juez de los espíritus de los muertos en el otro mundo.

          Las composiciones literarias que cuentan la historia de Gilgamesh y que han llegado hasta nuestros días pueden datarse en varios periodos distintos y están escritas en, al menos, dos lenguas distintas: la sumeria, una lengua sin afinidades con ninguna otra conocida. La otra era la acadia, que pertenece a la familia semítica, por lo que está emparentada con el hebreo y el árabe.

          Los manuscritos de Gilgamesh son tablillas cuneiformes rectangulares de arcilla con forma de almohadillas, en ambas caras con escritura cuneiforme, es decir, signos en forma de cuña procedentes de las antiguas ciudades de Mesopotamia el Mediterráneo Oriental y anatolia. Si bien es cierto que no todas las líneas de la epopeya son conocidas y existen grandes lagunas en el relato, la profundidad del mensaje puede encontrarse entre los fragmentos que si se conocen; suele ser lo que se oculta entre líneas, lo que nos acerca a lo eterno.

Tablilla con escritura cuneiforme


Las “Casas del Saber”, los poetas y la superación del tiempo

          Los registros han sobrevivido escritos en piedra gracias a las grandes bibliotecas que se erigieron en el Imperio Sumerio y suelen atribuirse al rey Shulgi (2094-2047 aC). Las “Casas de las Tablillas” o “Casas del Saber”, como se las conoce hoy, se convirtieron entonces en el núcleo donde las antiguas tradiciones, aquellas que sobrevivían desde tiempos anteriores a que los imperios se llamaran acadios o sumerios, pudieran ser escritas buscando la inmortalidad:

“Por toda la eternidad la Casa de las Tablillas nunca cambiará,
Por toda la eternidad la Casa del Saber nunca dejará de funcionar”.[1]

          El título antiguo del poema de Gilgamesh era “Sha naqba imuru”, “El que ha visto lo Profundo”, aunque en otro momento también fue conocido como “Superior a todos los demás reyes”. La tradición menciona que el primer escritor del mito fue Sin-liqe-unninni, cuyo nombre significa “Oh, dios luna, acepta mi oración”; lo que nos puede recordar al primer editor de los mitos artúricos, Geoffrey de Monmouth, o posiblemente traducido como Geoffrey “boca de Luna”, pues ¿qué son los poetas, sino los que vienen a traer lo oculto (simbolizado por la Luna) por el paso del tiempo y a marcar los puntos críticos en los ciclos de la humanidad?


¿Qué relata el mito?

          La Epopeya de Gilgamesh nos revela un mundo arcaico donde los hombres conviven con los dioses y los sueños inspiran las conductas. Situada en la ciudad amurallada de Uruk, Gilgamesh, un rey tirano, conoce el profundo sentido de la amistad y emprende una serie de aventuras dirigidas a conquistar el tiempo; se dirige a la búsqueda de obras trascendentes que, por proteger a la humanidad de las tinieblas, perduren en la memoria.

Relieve de terracota de la antigua Mesopotamia (c. 2250 – 1900 aC) que muestra a Gilgamesh matando al Toro del Cielo. Wikimedia Commons.

          Es así que luego de una serie de pruebas superadas y hazañas realizadas junto a su profundo amigo Enkidu, nuestro héroe se verá envuelto en un momento crítico. De manera semejante a Buda, grande es su crisis al tomar contacto con el dolor humano y con la muerte, con la incertidumbre, la soledad y el vacío cuando el cuerpo de Enkidu muere y su alma viaja al Inframundo. Gilgamesh, “superior a todos los demás reyes”, hijo de diosa y rey, dos tercios divino y un tercio humano, tras llorar la muerte de su amigo no jura venganza, sino que emprende un camino para encontrar la solución a la muerte.

          Su travesía lo lleva entonces, a errar por bosques, praderas y montañas hasta los confines de la Tierra. Vence a un león, cuyas pieles le servirán de protección para el viaje; se enfrenta a los hombres-escorpión, símbolo de la muerte de la carne, de la transformación de la personalidad, para luego atravesar la oscuridad más penetrante y alcanzar la cima del mundo en la montaña donde el Sol sale y se esconde.

          De manera semejante a Ulises cuando se reencuentra con sus compañeros en el Hades, Gilgamesh atravesará las “aguas de la muerte” y se encontrará con Utnapishtín. Este último fue el superviviente del gran Diluvio que habían enviado los dioses, único ser humano con la inmortalidad conquistada y sabio entre los hombres.

          Utnapishtín pondrá dos pruebas a Gilgamesh en las que fracasa y su tan anhelado deseo de conseguir la inmortalidad se desvanece. Pero el conocimiento que le transmite en los confines de la Tierra le permite a Gilgamesh devolver el estado ideal de perfección que tenía la civilización antes del “Gran Diluvio”.

          Gilgamesh, quien también es conocido como “El que vio lo profundo”, encuentra la inmortalidad en su rol de héroe civilizador. Habiendo comenzado como tirano, regresa a su patria Uruk como el más grande de los reyes. Protege su reino, hace renacer las antiguas tradiciones, retoma los ritos y ceremonias, la construcción de templos y lleva el orden, la justicia y la armonía a su tierra; un territorio delimitado por las grandes murallas de bronce reluciente (según antiguos relatos) que Gilgamesh erigió sobre los cimientos atemporales de Uruk. Finalmente, nuestro rey histórico-mitológico seguirá cumpliendo su destino, semejante a Osiris, como juez en el Mundo de los Muertos.

Posible representación de Gilgamesh como maestro de animales, sosteniendo un león en su brazo izquierdo y una serpiente en su mano derecha, en un relieve de un palacio asirio (713-706 a. C.), de Dur-Sharrukin, ahora en el Louvre. Wikimedia Commons.

“El que ha visto lo Profundo, los cimientos del país,
[que] conocía…, era sabio en todas las cosas.
[Gilgamesh, que] vio lo Profundo, los cimientos del país,
[que] conocía…, era sabio en todas las cosas.

[Él] … en todas partes…
[aprendió] de todas las cosas la suma de la sabiduría.
Vio lo que era secreto, descubrió lo que estaba oculto, volvió a traer un relato de antes del Diluvio.

Recorrió un largo camino, estaba fatigado, halló la paz,
y fijó todos sus trabajos en una tablilla de piedra (…)”.

          El poderoso Gilgamesh, el héroe que comienza como tirano y termina como verdadero rey, al enfrentarse al dolor y la muerte, buscará la superación de estas; buscará la superación del tiempo, la eternidad. Luego de atravesar numerosas pruebas, de fortalecer sus habilidades y desarrollar nuevos poderes que tenía latente, se pone cara a cara con la sabiduría, pero no la conquista instantáneamente.

          Quien buscó la inmortalidad para él mismo, encontró la eternidad para su pueblo. Gilgamesh no superó las pruebas y no se convirtió en inmortal, al menos no su personalidad; pero curiosamente la obra que lo consagra y lo eleva a los “tiempos” míticos será la construcción de los cimientos de una nueva civilización. Es el servicio a los demás, la profunda búsqueda de la verdad y la confianza en ella y en él mismo, lo que convierte al “salvaje” en legítimo rey.

          Gilgamesh encuentra la eternidad cuando deja de buscarla para sí mismo, alcanzándola cuando se centra en construir un mundo nuevo y mejor para la generaciones presentes y venideras; son los valores humanos, la educación y la renovación de las tradiciones lo que consagra a nuestro héroe.

Franco P. Soffietti

Referencias

– “El símbolo de Gilgamesh”, Jorge Ángel Livraga: https://biblioteca.acropolis.org/el-simbolo-de-gilgamesh/

– La Epopeya de Gilgamesh. Andrew George (2015). Penguin Clásicos.

– Gilgamesh o la angustia por la muerte. Jorge Silva Castillo (1994). El Colegio de México.


[1] Himno de Shulgi B, 314-315.

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