En la China antigua y semejante a la idea de sonido como potencia, aparece el concepto de chi. Se lo ha definido como “energía”, “aliento vital” o expresión del éter o quinto principio, guardando relación con “respiración” y “espíritu” (también en latín espíritu significa aliento).
Chi es una energía estrechamente vinculada a la vida y a la conciencia y que puede afectar directamente a la energía física y a la materia en general.
El chi fluye, está estructurado, es coherente. Pero sin embargo no tiene límites y carece de forma. Para los antiguos chinos, el concepto de chi es fundamental para la compresión de la Naturaleza, la Vida y el Cosmos. Íntimamente relacionada con él se hallaban los fenómenos del tono, timbre y resonancia.

El chi hace vibrar la materia poniéndola en movimiento hasta convertirla en lo que solemos entender por energía vital. Cada objeto, cada ser, podía ser caja de resonancia, un instrumento donde el chi de la naturaleza resonara con timbre propio.
No sólo las cosas individualmente consideradas, sino también las colectivas tenían su propio tono.
Por ejemplo, un ejército poseía un chi de grupo. Para detectarlo, un sacerdote músico usaba unos diapasones determinados y según fueran las características del sonido, pronunciaba sus conclusiones: una nota débil y sin timbre suficiente indicaba un chi débil y por tanto predecía la derrota. También se examinaba desde lejos el chi del ejército contrario; las conclusiones podían retrasar una batalla, ordenar la retirada o lanzar un ataque inmediato.
Para los chinos, el chi como potencia vital procedía de la Naturaleza. Un antiguo libro taoísta escrito por el filósofo Chuang-Tzu (290 a.C.) dice al respecto:
“El aliento del Universo se llama viento. A veces está inactivo, pero cuando se levanta, su ruido exaltado escapa por miríadas de aberturas. ¿Nunca has oído su ensordecedor rugido? En el bosque, en la montaña, en los enormes árboles, las aberturas y orificios son como fosas nasales, bocas u oídos, como tazas, almireces o como pozos y charcos. Y el viento gorjeando, gritando, rugiendo, susurrando, silbando por delante y resonando como un eco por detrás……hasta que la tempestad y las aberturas se quedan vacías y en calma.”
Tzu-Yu replicó: “Las notas de la Tierra son entonces las que provienen de las miríadas de aberturas y las notas del hombre pueden compararse con las que emiten las cañas de bambú. ¿Podría preguntarse por las notas del cielo?”
Este diálogo entre discípulo y maestro, nos sugiere la idea de una naturaleza cuya respiración o aliento emite notas musicales.
Los chinos llegaron a fabricar muchos tipos de diapasones distintos para usos variados. Había también campanas afinadas en los doce tonos. En épocas más antiguas se utilizaron las campanas afinadas para determinar los tonos, pero luego resultó más fácil la construcción de los diapasones que la difícil fundición de las campanas. Los diapasones más especiales eran aquellos que servían como modelos de los tonos fundamentales en los que se basaba la música y además y aunque resulte extraño, sus longitudes se emplearon también como unidades de medida lineal.

Una historia imperial del siglo I a. C. nos informa que “la base de la medida lineal es la longitud del diapasón Huang-Kung que emitía la nota fundamental.” Precisamente esta nota recibía el nombre de Kung y según una leyenda este sonido surgió de un tubo cortado de bambú por un mensajero del mítico emperador Huang-Ti, el Emperador amarillo o el Dragón dorado, con quien se identifica este sonido.
El sonido Kung, se asocia con el color amarillo y con la virtud de la fidelidad. Corresponde en nuestra escala aproximadamente el Fa sostenido y sería el sonido fundamental de la naturaleza.
En relación con la dualidad, es de característica Yin, siendo la suma del sonido de tres Yin. Representa el Principio femenino o la Materia Primordial.
Con el fin de no perder los tonos musicales y su exacta relación con la música de la naturaleza se dispuso un sistema de observación especial mediante diapasones en forma de tubo. Por las noticias que tenemos, esta práctica comenzó a realizarse hacía el siglo I a. C., lo que nos hace sospechar que debía existir ya una decadencia, dado que es probable que en épocas más antiguas los sacerdotes músicos pudieran preservar “los tonos” sin necesidad de este invento.
Los diapasones fundamentales eran doce, uno por cada mes del año y eran utilizados como reloj vital, calendario energético y elemento musical en un acto llamado “la observación de las cenizas”.
El conjunto era, según nos cuentan, de la siguiente forma: se disponían los diapasones en una tienda de seda protegida por habitaciones de puertas superpuestas con el fin de aislarlos de toda corriente o cualquier otro elemento. Debidamente orientados según los puntos cardinales, se colocaban en círculo semejante a un reloj guardándose en cada uno de ellos un poco de cenizas. Al respecto nos cuenta Ts’ai Yang (178 d.C.):
“Lo más corriente es construir un edificio con tres capas de paredes concéntricas. Las puertas pueden cerrarse y aislar la habitación del mundo exterior y las paredes se recubren cuidadosamente con cemento de manera que no quede ninguna grieta. En la cámara interior se tienden unas cortinas de color naranja formando una tienda sobre los diapasones, y se hacen unos pedestales de madera. Cada diapasón tiene su pedestal, y se colocan inclinados de modo que el lado interior quede abajo y el exterior alto, y todos los diapasones se colocan en círculo de puntos de la brújula. Los extremos superiores de los diapasones se rellenan con cenizas de juncos, y se los vigila según el calendario. Cuando llega la emanación (chi) del mes dado, las cenizas del diapasón correspondiente se vuelan y el tubo queda limpio.
De tal manera cada diapasón estaba afinado según el tono fundamental de cada mes y estos doce tonos constituían los básicos de la música china.[1]
El sistema de observación del chi o “soplo de las cenizas” se practicó al menos durante 1.700 años, desde el I a. C. al XVI d. C., época en que se desacreditó y fue tildado de absurdo por los intelectuales de entonces. Sin embargo, para el escritor chino de finales del siglo IV a. C., Ch’en Tsan, “el chi del Cielo y el de la Tierra se unen para producir el viento de cada mes…”.
Junto a esta historia a la que podemos denominar “científica” sin exagerar, coexiste otro caso semejante en otra antigua cultura. Los colosos de Memnón en el Alto Egipto son legendarios porque, al menos uno de ellos, daba las siete notas musicales a la salida del sol según unas tradiciones y una nota fundamental según otras. También se cuenta que los músicos peregrinaban hasta allí para afinar sus instrumentos. Este fenómeno fue conocido y constatado hasta la época romana. Unos arreglos, bien intencionados y no obstante desafortunados, realizados en época de Septimio Severo, hicieron enmudecer para siempre al coloso.
Posiblemente los colosos fueran construidos como diapasones naturales resonantes a ese momento especial del día. Su nombre y su orientación se refieren al sol naciente y era la nota Fa la que cantaba la naturaleza al beso de las primeras luces del amanecer.

El ejemplo de los diapasones chinos y el coloso nos dan una pequeña, pero interesante idea de la relación existente entre la música y la ciencia con los Misterios de la Naturaleza en la antigüedad, una Naturaleza de donde provenía toda vida y todo ser y un conocimiento que convertía las obras humanas en resonancia de las obras divinas e incorporaban al Cosmos el destino del hombre. Esto es lo que podemos entender por dimensión mística del Arte y la Ciencia.
En la medida en que podamos reencontrar esta unidad filosófica en nuestras vías al conocimiento, es que nos acercaremos realmente a la naturaleza y podremos recrear un Arte y una Ciencia que no sólo dignifiquen la vida humana, sino que también nos permita la conquista de la Sabiduría.
Victoria Calle
Referencias:
[1] – Tebas de J.A. Livraga
[2] – Tratado de teoría de la Música
[3] – El Genio de China de Robert K.G. Temple
[4] – Geometría Sagrada de Robert Lawlor
[5] – Dios y la nueva física de P. Davis
[1] La música china se basa en el cinco, al igual que toda su filosofía. Su escala es pentatónica, es decir sin semitonos: pero esto no nos debe hacer pensar que desconocieran otros sistemas basados en otras cifras sagradas como el 6, 7, 10 y 12. El cinco es una elección simbólica determinada. Por ej.: conocían perfectamente los doce sonidos de una espiral de quintas y las exactas fracciones vibratorias de la serie, al igual que las de octavas. De hecho, fue un príncipe de la dinastía Ming, Chu Tsai-Yü, quien inventó el temperamento en la música, desarrollándolo en su libro “Nueva explicación de la ciencia de los diapasones”, publicado en 1584. Su sistema llegó al Occidente siendo divulgado por Mersenne en 1636 y por el español Bartolomé Ramos de Pareja y otros, hasta llegar a J.S. Bach quien lo consagró en su obra “El clave bien temperado”. Si tomamos la escala cromática podemos observar, que mientras la escala diatónica toma siete sonidos, la china tomó los cinco restantes, de manera que son complementarias entre sí (sin considerar en rigor la diferencia entre semitono diatónico y cromático).
La escala china es como sigue:
Tónica Kung Dragón amarillo Fidelidad Fa sostenido
2° Schang Tigre blanco Justicia Sol sostenido
3° Küo Dragón azul Amor La sostenido
4° Tschi Ave roja Costumbre Do sostenido
5° Yu Guerrero oscuro Sabiduría Re sostenido