Era uno de esos días en el que uno vuelve a casa, cansado de un día complicado. Cuando se necesita desconectar de la vorágine diaria, para despejar la mente. Fue por eso y por el frio de ese día invernal, que decidí prender una fogata en el hogar de mi casa.
Siempre me ha gustado prender fuego, si hay algo de lo que me siento orgulloso es de saber prender fuego. Desde muy pequeño aprendí del arte de encender una fogata. Algunos pensaran que soy un piro maníaco, pero la verdad es que siempre me gusto y fui desde muy chico el encargado de la familia de preparar el fuego para el asado de los domingos.
Me podía quedar minutos y minutos mirando la llama del fuego, descansando mi mente sin pensar en nada, como una especie de meditación.
Fue en esta noche de invierno cuando mirando las llamas de la fogata vino a mi cabeza un relato de Eduardo Galeano que hace tiempo había leído:
«Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende».
En ese momento me di cuenta que coincido plenamente con Galeano, que somos un mar de Fueguitos, cada uno con su propio fuego. Pero en mi vasta experiencia de fogonero, había aprendido que lo importante en el arte del fuego es saber encenderlo y saber mantenerlo encendido.
Para encender una fogata es muy importante el material que vamos a utilizar para la misma. Podremos utilizar ramas o troncos pequeños que servirán para iniciar el fuego, como así también troncos grandes, que nos costará encender, pero cuando la llama los envuelve, perduran mucho tiempo encendidos, brindando calor y luz por largo rato.
Una de las primeras lecciones que te da la práctica de prender fuego, es que debe haber un equilibrio entre estaos dos tipos de ramas. Sin la leña pequeña el tronco grande nunca será encendido y si utilizamos solo leña pequeña, la fogata será fugaz, se consumirá rápidamente sin perdurar en el tiempo.
Fue ahí que me di cuenta, que no solo somos fueguitos, sino que también somos el material combustible que alimenta ese fueguito. Cada uno de nosotros es un leño, pequeño, mediano o grande que cumple su función en el encendido y el mantenimiento de esta fogata. No olvidemos que para la fogata es necesario tanto el pequeño como el grande.
Lo interesante de la vida, es que cada uno de nosotros, puede trabajar sobre su leño. Cada uno, puede hacer crecer su leño y mantenerlo encendido. Claro está, con la ayuda del fuego de leños más grandes y de leños más pequeños.
La manera de hacer crecer nuestro leño, es a través de la filosofía, a través del trabajo sobre uno mismo, a través del trabajo en conjunto para lograr que esta fogata arda cada vez más elevada.
A veces suele pasar se mete leña verde en la fogata, generando mucho humo y disminuyendo la llama, nublando un poco nuestra visión. Puede ser que, en nuestro afán de ser cada vez un leño más grande, nos apuramos y no estamos maduros para ciertos fuegos. Pero cuando esto sucede, si la fogata está bien encendida, el mismo fuego y calor va secando la rama verde, hasta que esta se vuelve a encender.
Debemos tenernos paciencia a nosotros mismos, que en algún momento nuestra llama disminuya, no implica que no pueda volver a crecer. Lo importante es mantenerla encendida y cerca del calor de la fogata.
Así quizás algún día podamos ser uno de esos fuegos de los que habla Galeano, que arden tan fuerte, que quien se acerca se enciende.
Mariano Suarez
Que bueno, gracias!!! Ana
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De una manera muy sencilla, el autor nos da una demostración de que los ojos atentos no se pierden ningún detalle, ¡lo que hace la vida mucho más hermosa! ¡Felicidades! ¡Buen artículo, muy inspirador!
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Que hermosa reflexión! Me encantó! Yo leí ese libro de Galeano.
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muy muy bello!
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