El reflexionar a la manera de la filosofía clásica sobre el lugar que le corresponde a la humanidad en el devenir de la vida, sobre la relación que existe entre el yo-individuo y el nosotros-sociedad y sobre la relación de estas esferas de la vida humana con el Todo1, nos lleva necesariamente a filosofar la historia.
Observar cómo se entretejen los hechos ocurridos, hilvanando la memoria de la historia humana según sus diversas fuentes, según las mentalidades y alienaciones particulares de cada cultura, nos abre el panorama y nos da perspectiva del cosmos. Cosmos en griego antiguo significa “joya” y con esta palabra definieron al universo, por ser bello, ordenado y armónico. El concepto de cosmos sería semejante al concepto de Tao en la China milenaria.

Así, por ejemplo, vamos a encontrar tradiciones transmitidas oralmente relacionadas con el origen del universo que nos hablan de una deidad única y absoluta, presente en todo e inabordable desde la razón humana. Este dios llamado lo Uno, o Primer Principio en numerosas culturas, es el que da origen a una jerarquía de dioses de la que luego provendría el ser humano. Los mayas llamaban a este dios Hunab Ku por ejemplo, mientras que los pitagóricos lo mencionaban a través del número cero. De esta manera podemos ver que hay formas muy distintas de hablar sobre la misma esencia.
Según la tradición platónica, todo lo que existe en el mundo sensible, también llamado mundo manifestado, tiene su raíz en el mundo de las ideas. En este plano ideal, que por naturaleza es imperecedero, perfecto, inmutable y atemporal, se encuentran los arquetipos. El origen etimológico de esta palabra, proveniente del griego antiguo, significa “formas primeras o moldes” y de éstas se originarían todos los fenómenos y objetos perceptibles. El plano de la existencia surgiría entonces como efecto del mundo arquetípico. Todo aquello que es sensible (capaz de ser percibido con los sentidos) está sujeto a transformarse en el tiempo, está atado a los ciclos de nacimiento y muerte, a la dualidad; por lo tanto, es imperfecto.
Hoy, en tiempos donde gran parte de los sucesos parecen no tener sentido ni dirección, podríamos preguntarnos si realmente existe lo ideal, si existen los arquetipos. Y de existir… ¿dónde y cómo los encontramos?, ¿cómo nos acercamos a ellos?
Para intentar salvar estas inquietudes es menester destacar que lo arquetípico y esencial, por ser atemporal y estar más allá del paso del tiempo, es el “lugar” donde las cosas son; mientras que lo sensible y manifestado es el “lugar” donde las cosas existen, aparecen, se transforman y luego dejan de existir. Lo esencial “es”, lo manifestado “existe”.
El mundo ideal es el mundo de las causas, el mundo manifestado es el de los efectos. Por eso, si uno quisiera descubrir lo atemporal, debería buscar en aquello que está plasmado, en el contacto profundo con la naturaleza y con uno mismo.
Por historia se entiende hoy al estudio de los acontecimientos ocurridos en un lugar concreto y en una época determinada. La historia nos habla de algo que sucedió, de aquello que es verificable y está estrechamente ligada al tiempo. En la naturaleza nunca se dan dos situaciones exactamente idénticas, por lo que la historia es irrepetible. Pero, aunque los sucesos históricos van mutando y transformándose continuamente, a la vez que van tomando nuevos personajes y nuevas formas, existen ciertos patrones que se van repitiendo y éstos son los arquetipos.
Por ejemplo, podemos ver que en todas las culturas se encuentra la idea de un espacio vacío que permite albergar, contener y transportar. Al concretarse esta idea en mano de artistas y artesanos, aparecieron jarrones, vasijas y urnas. Si bien la idea se mantuvo fija y constante, los materiales, los tamaños, las aplicaciones y las formas fueron variando de pueblo en pueblo, de períodos en períodos.
Al atravesar el tiempo, las ideas fueron expresadas simbólicamente. Los símbolos, al ponerse en movimiento e interactuar entre ellos en boca de poetas, dieron vida a los relatos mitológicos. Si la historia está atada al tiempo, la mitología está fuera de éste; los símbolos y mitos responden a lo atemporal, no les pasa el tiempo.
Al realizar un estudio ecléctico y comparativo, podemos ver que el héroe mesopotámico Gilgamesh, que data de al menos 7000 años atrás, encuentra similitudes esenciales con Heracles en Grecia o Hércules en Roma, estando separados 4000 años. O por ejemplo, las pruebas que el héroe hindú Arjuna (según los relatos del Bhagavad Gita que data, según algunas fuentes del siglo XXX a.C.) debe superar para recuperar la Ciudad de la Sabiduría, Hastinapura, son semejantes a las que Quetzalcóatl debe pasar según los relatos toltecas y aztecas.
Es posible encontrar que los mitos acompañaron al ser humano desde que tenemos registro. Muchos de éstos fundaron la base sobre la que culturas y civilizaciones se desarrollaron. En las antiguas tradiciones, los mitos no eran sólo narraciones fantasiosas, mucho menos una enfermedad del lenguaje, como algunos personajes académicos de finales del siglo XVIII mencionaron. La mitología componía una manera determinada de comprender el cosmos en los distintos pueblos, forjaba pautas, ejemplos a seguir y consejos; como si de mapas para transitar la historia y ubicarse en la vida se tratara.
Al adentrarse en el estudio de las culturas clásicas, entendidas como clásicas por haber vencido al tiempo y, por lo tanto, haberse acercado a lo arquetípico, es llamativo que, si bien las formas con que los mitos se expresaban pudieran parecer diferentes, existen elementos claves en la estructura de los mismos que se repiten en pueblos que estuvieron separados no solo por muchos kilómetros sino también por muchos siglos. La verdad universal concebida por los seres humanos parece que era la misma, haciendo notar algo común que se revela en los mitos; al menos hasta que el contacto con lo mitológico y con lo sagrado comenzó a perderse alrededor del siglo V d.C.
La historia se repite siguiendo ciertas formas primordiales, se repite siguiendo arquetipos, y a éstos los encontramos en la mitología. Cada relato mitológico parece formar parte de un gran rompecabezas, del que cada cultura aporta una pieza fractal. Pero, al comenzar la reflexión, se intentaba ubicar al ser humano en este entramado universal… ¿cuál es entonces el rol de la humanidad?

Según las culturas clásicas, la tarea de mujeres y hombres, conviviendo armónicamente en estados, era la de unificar el mundo de los arquetipos con el mundo sensible. El rol de la humanidad se configuraba entre incansables intentos de plasmar lo ideal en lo manifestado, de re-unir el cielo con la tierra.
Las pirámides, por ejemplo, fueron construcciones que aparecen alrededor del globo, donde se buscaba ascender desde la multiplicidad hacia lo Uno; desde una base cuadrada, hacia un punto en contacto con lo celeste. A su vez, las pirámides de Egipto, por ejemplo, o los templos de la Luna, del Sol y de Quetzalcóatl en Teotihuacán, (México) están dispuestos como un reflejo en la tierra del Cinturón de Orión en el cielo, que es parte, a su vez, de la Constelación de Orión. Constelación que debe su nombre al gigante mitológico que en la literatura griega aparece como un gran cazador según la Odisea de Homero.
El ser humano era entendido como el enlace entre las causas ideales atemporales y los efectos siempre cambiantes que buscaban vencer al tiempo. Es posible ver en las obras dejadas por incontables civilizaciones que nos preceden, esta búsqueda de superar el paso de los días y transformar lo material, perecedero e inerte en arquetipos sutiles.

El mito entonces podría figurarse como el molde donde el espacio y el tiempo, como materia prima, concretizan la historia de la cual el ser humano en su conjunto es el artesano capaz de lograrlo.
Dar forma a los arquetipos en el mundo de la existencia demanda necesariamente introducirse en el mundo ideal. Es tarea del filósofo que se encuentra en cada persona, reflexionar sobre la historia, encontrar el Cosmos en el Universo, lo arquetípico en lo concreto, lo atemporal en el tiempo y acercarse a las causas a través de sus efectos. Es trabajo de cada uno encontrar el lugar que ocupamos en el río de la historia para fluir con éste. Es trabajo también de cada uno ahondar en la finalidad de la vida y la existencia, desvelar las respuestas a las preguntas que probablemente alguna vez todo ser humano se hizo y se seguirá haciendo: ¿qué?, ¿por qué? y ¿para qué?
Franco P. Soffietti
1 El Todo incluye desde nuestro medio ambiente y ecosistema en lo particular, hasta la naturaleza y el universo como máximas expresiones de lo manifestado en lo general.
Pingback: El mito de Eros y Psyché – RevistAcrópolis
Pingback: RevistAcrópolis
Pingback: El mito de Osiris – RevistAcrópolis
Pingback: El Mito de Osiris y el Rey León: los personajes y sus simbolismos – RevistAcrópolis