Introducción
El Escudo de Heracles es un poema de Hesíodo de una antigüedad difícilmente calculable, pero estimada en 2800 años aproximadamente. Esta obra, inspiradora de hombres durante toda la antigüedad en las costas del Mediterráneo y a lo largo y ancho de Europa, con influencias directas hasta la modernidad, nos presenta un modelo simbólico, arquetípico de ser humano: el héroe. Especialmente, estará centrada en Heracles, cuya fuerza e inteligencia aún hoy riegan los corazones de los filósofos para que en su interior crezcan el valor y la virtud.

La obra está situada en las cercanías del Oráculo de Delfos, “ombligo del mundo” helénico. Más precisamente, en los bosques dedicados al dios Apolo, deidad de la luz, la claridad y la armonía. En este lugar sagrado se encontraba Cicno y su padre Ares, dios de la guerra y “matador de hombres”, “cuyos gritos hacían retumbar el bosque sagrado”, despojando a quienes llevaban ofrendas a Pitia. Estos dos funestos compañeros, el uno mortal y el segundo inmortal, estarían acompañados también por los otros hijos de Ares, los terribles Miedo (Fobos) y Terror (Deimos).
“El bosque entero y el altar de Apolo Pagaseo resplandecía a causa del terrible dios, de él y de sus armas; como fuego lanzaba destellos por sus ojos” (Escudo, 70-71).
Este espacio sagrado se encontraba de camino a Traquis, sendero que Heracles, junto a su sobrino Yolao[1] (quien además era su auriga), estaban recorriendo. Allí se encontraron el fornido Anfitrioníada y el funesto Cicno -tan sediento de guerra como su padre-, ambos sobre sus carros. Feliz estaba Cicno de poder matar a Heracles y a su conductor, aunque solo eran fantasías, pues Apolo, famoso lanzador de certeros dardos, echó contra él al poderoso hijo de Zeus para ser quien manifestara la justicia divina.
“Los raudos corceles hacían resonar el suelo, golpeando con sus cascos; y una humareda de polvo les envolvía” (Escudo, 63-64).
Los preparativos para el combate
En los momentos previos a la batalla, Hesíodo revive el diálogo entre Heracles y su sobrino, héroes enviados por voluntad divina de Zeus a combatir los funestos males encarnados por Cicno y Ares que azotaban a los peregrinos en Delfos:
“Y aquél entonces se dirigió a su auriga, el poderoso Yolao:

¡Amigo mío! Ahora tú, rápido, toma las purpúreas riendas de los corceles de rauda pezuña y haciendo crecer un gran valor en tu pecho, dirige recto el rápido carro y el brío de los corceles de rauda pezuña, sin miedo alguno al estrépito de Ares matador de hombres; el cual ahora, con sus gritos, hace retumbar el sagrado bosque de Febo Apolo, soberano de certero dardo; pero a buen seguro que por muy violento que sea, va a saciarse de guerra.
Respondióle a su vez el intachable Yolao:
«¡Venerable amigo! Sin duda que el padre de hombres y dioses honra tu persona; y el dios de cabeza de toro, Ennosigeo[2], que habita las almenas de Tebas y protege la ciudad; por cuanto ahora traen a tus manos este mortal, principal y poderoso, para que logres noble fama7. Pero ¡ea! viste tus belicosas armas, a fin de que muy pronto, acercando los carros, el de Ares y el nuestro, luchemos (…)» (Escudo, 75-102).

Cabe destacar que el Heracles que presenta Hesíodo es un héroe maduro, justo, prudente y consciente de su misión trascendental, pues ya había atravesado si no todos, alguno de sus doce trabajos característicos.
Antes de la batalla Heracles comienza a vestir sus armaduras, pues, ¿qué héroe saldría al combate sin ellas y sus armas? En primer lugar, protegió sus piernas con brillantes grebas construidas por Hefesto, dios del fuego y forjador subterráneo de virtudes. Luego su pecho cubrió con aurea coraza, regalo de Palas Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra. Espada, lanza, arco y flechas fueron las armas que cargó. Finalmente, revistió su cabeza con un labrado casco de acero. Así, protegido por regalos de los dioses, que él mismo se ganó durante sus arduos trabajos, el divino hijo de Zeus, tomó el escudo, presto para salir al combate. Es interesante destacar en este punto que, al héroe lo protegen los dioses, pues ellos regalan sus armaduras, como “premios” por tareas cumplidas, para llevar sus nuevos trabajos a buen término.
El escudo, el corazón del poema
El Escudo de Heracles, construido por Hefesto, tendrá el papel central en la obra de Hesíodo. Circular en su forma, de yeso, marfil, ámbar y oro estaba construido. En su centro había una monstruosa serpiente, sobre la cual volaba Eris, la funesta diosa de la discordia, incitando a los guerreros al combate. Pues, como dice Hesíodo: “¡Cruel ella que arrebata la razón y voluntad a los hombres que se enfrentan en guerra a los hijos de Zeus!”. En el escudo se veían otros monstruos y terroríficas deidades: el Desorden, el Tumulto, la Matanza y la Masacre, además de la funesta Ker[3]. Todas descendientes de Nyx, la Noche[4] cosmogónica.

Había jabalíes y leones enfrentados, tal vez símbolo de la constante lucha entre la divina voluntad y la inercia material, propia de este mundo manifestado, a la cual todo héroe es sometido mientras vive. También se enfrentaban guerreros contra centauros. Ares y Atenea, ambos dioses de la guerra, uno por la violencia, la otra por la estrategia y la paz, decoraban también el escudo. Estaba presente el Olimpo, con sus dioses celestes y las Musas que entonaban divinos cantos.
Esperanza de los navíos contra el mar enfurecido, también existía un puerto en el escudo. La figura del héroe Perseo (abuelo de Heracles) estaba en una viva tensión contras las Gorgonas, enemigas mitológicas de héroes y protectoras de una sabiduría oculta. Estas precedían a la escena de una ciudad en guerra donde combatían los hombres, gritaban desesperadas las mujeres y rezaban los ancianos. Pero la última descripción que nos da Hesíodo sobre el escudo, es la esperanzadora figura de una ciudad en paz, junto a las costumbres de mujeres y hombres que conviven en armonía. Entre la guerra y la paz, se encuentran las Moiras, las tres hermanas que velan por el destino del universo. Finalmente, el escudo es circundado por el vasto Océano, limitando el mundo simbólico del héroe, de lo que no existe; separando al hijo de Zeus de los males.

El escudo es el corazón del poema, tanto por su valor en la batalla, como por su impronta simbólica. El escudo es la principal defensa del héroe que busca enfrentarse al mal; en él se delimita un bando y el otro. La forma redonda del escudo es símbolo del mundo; así el héroe, cuya voluntad es puesta en la práctica para combatir el miedo, el terror y la muerte, lleva al cosmos consigo y lo opone a sus funestos adversarios.
El escudo también funciona como arma psicológica para derribar a adversarios, por esto muchas de las escenas que se representan en los escudos son terroríficas o atrapantes. Como se menciona en el artículo Simbolismo de… el escudo: “Perseo, ayudado por Atenea, vence así a la Medusa, puliendo su broncíneo escudo hasta dejarlo como un espejo en el que se reflejaba la imagen del monstruo. La cabeza cortada de la Medusa es colocada por Atenea en su escudo a partir de entonces, para helar de espanto al que se atreva a atacarla”.
El escudo en guerreros y héroes simboliza también su identidad. La identidad es lo que verticaliza al guerrero, lo que lo delimita del resto, pero lo une al cosmos. Tener en claro la identidad es lo que protege de males ajenos y puede espantar a aquellos que no la compartan. Esta identidad, el verdadero nombre de uno mismo, la insignia que lo caracteriza, solía ir representada en los escudos. Entonces, a la vez que protege y cubre, el escudo exhibe el emblema con que el guerrero se identifica. Así vemos, por ejemplo, a todos los espartanos con una lambda mayúscula en sus defensas; o a los compañeros de Arturo con un dragón dorado (según algunas versiones del mito). ¿Qué identifica a Heracles entonces? La compleja identidad del héroe está representada por los símbolos del escudo mencionado.
También se muestra la fundamental labor socio-política del héroe, pues en su interior está el trabajo de transformar las ciudades en guerra a ciudades en paz, mediando por el Destino. Debiendo enfrentar a las Tinieblas, a la vista de los dioses Olímpicos, para devolver las tradiciones felices a los pueblos. Por Eris, la discordia, comienzan los males, por el héroe finalizan.
El escudo, en este profundo sentido, es la mayor defensa del guerrero; pues su naturaleza no es de oro material, el “material” que lo sustenta reside en el espíritu, es el oro del espíritu con el que se forja. La identidad no puede ser olvidada para siempre, no puede ser destruida, ni puede ser robada. Como cantaba Atahualpa Yupanqui:
“Se puede matar a un hombre,
Pueden su rostro manchar,
Su guitarra chamuscar,
Pero el ideal de la vida,
Esa es leñita prendida
Que naides ha de apagar.”
Podrán morir los cuerpos de los héroes, pero su ser seguirá latiendo en el corazón e inspirando a nuevos caballeros, pues la identidad última de todo ser reside en la Deidad Absoluta. Descubrir la propia identidad para ser un agente activo de la naturaleza y la ley divina convierte a nuestro escudo en el mismo Cosmos. Como decía H. P. Blavatsky: “Ayuda a la Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de sus Creadores y te prestará obediencia”.
Así, revestido por el brillo otorgado por los dioses y presto para la batalla, “El glorioso hijo de Zeus lo blandía con fuerza [al escudo]; saltó sobre el carro de caballos, semejante al rayo de su padre, Zeus portador de la égida (…)”. Semejante al rayo, ya que, si algo caracteriza al héroe, es la voluntad; luz que rompe con la oscuridad en las noches de tormenta unificando el cielo y la tierra y precediendo a la lluvia, agua que cae del reino de los dioses, para devolver la vida en los campos.
La lucha con Cicno
Antes del combate, la diosa Atenea, guía y protectora de héroes se acercó a Heracles y Yolao, dirigiéndoles aladas palabras:
“ (…) ¡Ojalá que Zeus, soberano de los Bienaventurados, os dé fuerzas para matar a Cicno y despojarle de sus egregias armas! Y en particular a ti una advertencia te haré, ¡el más excelente de los guerreros! Tan pronto como prives a Cicno de su dulce vida, déjale luego allí con sus armas y tú, vigilando el ataque de Ares funesto para los mortales, cuando le veas con tus ojos desguarnecido por el artístico escudo, entonces hiérele con tu agudo bronce; pero retírate de nuevo, ya que no es tu destino quitarle los caballos ni las egregias armas.” (Escudo, 328-339)

Los guerreros entonces avanzaron como el fuego o como huracanes. Heracles ofreció a Cicno la posibilidad de rendirse y redimirse, pero el hijo de Ares se negó. Al tiempo saltaron rápidamente de sus carros a la tierra y comenzó el combate. “Como cuando desde la alta cima de una gran montaña saltan las rocas y van cayendo unas sobre otras (…), así aquellos cayeron uno sobre otro con grandes gritos”.
Con maravillosas palabras poéticas y metáforas de numerosos y bellos detalles, Hesíodo describe la lucha entre ambos terribles guerreros. Hasta que finalmente, Heracles clava su lanza en el desnudo cuello de Cicno. Heracles es protegido una vez más por la diosa de ojos glaucos al desviar una lanza que el dios de la guerra había lanzado, salvándolo de ser herido por Ares que ahora lo enfrentaba en combate directo. Cumpliendo con los designios, Heracles hiere el muslo del funesto hijo de Hera y salvado por sus hijos Fobos y Deimos abandonan el campo de batalla.
Finalmente, Atenea vuelve al Olimpo, mientras “El hijo de Alcmena y el glorioso Yolao, tras despojar a Cicno de las bellas armas de sus hombros, se marcharon. Y al punto luego llegaron a la ciudad de Traquis con sus corceles de rauda pezuña”.
Reflexiones finales
El eje principal del poema es el héroe y su escudo-identidad como protección de males. La justicia natural que impone Zeus entre los dioses, se vale de Heracles para restaurar el orden y la armonía en el mundo de los hombres, erradicando la violencia y las injusticias. Aquel cuya voluntad se unifique con la voluntad divina portará el cosmos consigo y este lo defenderá. Y aunque estará sometido a duras pruebas, será un representante de la justicia.

Según otras fuentes mitológicas, Cicno lleva su nombre por el cisne ya que, Ares, luego de la muerte de su hijo, lo transforma en este alado animal, que domina tierra, agua y aire. Según cuentan las anécdotas populares, la noche antes de conocer a Platón, Sócrates soñó que un cisne se posaba sobre él. Cuando vio por primera vez al divino filósofo de amplias espaldas, dijo “he aquí el cisne”. El cisne, además, representado en oriente por el ave kalahamsa es símbolo del Discernimiento más profundo[5]. ¿Quién es entonces Heracles? ¿Qué significa que el terrible Cicno se convierta en un hermoso ser?
Pues Heracles es el arquetipo del héroe; aquel ser humano de desarrolladas virtudes y en quien la voluntad de Zeus está encarnada, que busca enfrentar el mal. El héroe es el personaje de la mitología que simboliza el modelo eterno de lo que el ser humano debe llegar a ser. Cuando Heracles, o todos los héroes, se enfrentan en sangrienta batalla con el miedo y el terror, nace la belleza y la justica. Cuando Perseo corta la cabeza de Medusa, de su cuello surge Pegaso, que ahora acompañará al héroe en nuevas aventuras. Cuando Teseo vence al Minotauro se convierte en el aristócrata gobernante de Atenas. Cuando Gilgamesh llega a los confines del mundo buscando la inmortalidad, encuentra las tradiciones atemporales que debe revivir en su pueblo. Cuando Heracles, hijo de la Voluntad, acompañado por la Claridad y la Armonía de Apolo y aconsejado por la Sabiduría de Atenea se enfrenta en combate con el hijo de la guerra, nace el Discernimiento.
Franco Soffietti
Referencias:
[1] – Obras y Fragmentos. Hesíodo. Editorial Gredos (1978). [2] – Simbolismo de… el escudo: https://biblioteca.acropolis.org/simbolismo-de-el-escudo/
[1] En la mitología griega Yolao, Iolas o Iolao (en griego antiguo Ίόλαος), hijo de Ificles (hermano gemelo de Heracles), es uno de los más fieles compañeros de su tío Heracles, a quien solía conducir el carro y acompañar en los trabajos del héroe.
[2] Epíteto de Poseidón: “el que sacude la tierra”.
[3] Personificación de la muerte violenta.
[4] En el trabajo anterior se hacía referencia a la noche como ignorancia, como tiniebla, como lo opuesto al discernimiento.
[5] Pues se dice que en su poder está la posibilidad de separar la leche del agua cuando están mezcladas. Característica de poder discernir lo que vale de lo que no; lo eterno de lo pasajero.
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