En esta oportunidad presentaremos una serie de tres artículos dedicados a profundizar en La Teogonía de Hesíodo. En este primer trabajo se sitúa al poeta Hesíodo a los pies del monte Helicón, lugar en que será inspirado por las Musas para cantar el nacimiento del mundo existente, sus dioses y sus etapas.
Introducción
La Teogonía del poeta Hesíodo relata el nacimiento de los seres divinos que rigen el universo, sus uniones y sus hijos. Esta genealogía muestra la evolución del cosmos, desde los estados originarios de Caos, donde todo es, pero nada existe, hasta los momentos en que los dioses olímpicos coronan el cielo y la armonía reina entre todos los planos del mundo manifestado.

El relato comienza con las Musas y su inspiración divina al poeta, que relatará los nacimientos y uniones de toda la estirpe sempiterna -aquellos que nacen, pero no mueren-. Narrará desde los comienzos cuando solo el Caos era, siguiendo el surgimiento de Gea, su desdoblamiento en Urano -el cielo estrellado-, el nacimiento de los titanes, los dioses, las ninfas, el ser humano y terminará el poema glorificando a los héroes; aquellos seres humanos, mortales, que, como consecuencia de sus actos en vida, se ganan un lugar en el Olimpo, junto a los inmortales.
B. Snell al referirse a la Teogonía expresa: «A la manera del lamento de Schiller sobre los dioses perdidos de Grecia, podría uno imaginar que Hesíodo, al cantar los orígenes de los dioses, diría las alabanzas de los seres encantadores que pueblan la naturaleza viviente, las ninfas, las dríadas, los tritones… Pero en realidad, su obra, al menos a primera vista, resulta una pieza literaria bastante sobria. Casi no nos da más que las genealogías de los dioses de suerte que durante largos trechos no es más que una sarta de nombres; tal dios se casó con tal diosa y tuvieron tales y tales hijos. ¿Qué significan para nosotros estos nombres?». En este trabajo se intentará responder a la pregunta de Snell.
Al comienzo, el recuerdo
“Comencemos nuestro canto por las Musas Heliconíadas, que habitan la montaña grande y divina del Helicón. Con sus pies delicados danzan en tomo a una fuente de violáceos reflejos y al altar del muy poderoso Cronión.
Partiendo de allí, envueltas en densa niebla marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento su maravillosa voz, con himnos a Zeus portador de la égida (…) y a la restante estirpe sagrada de sempiternos Inmortales.
Ellas precisamente enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Este mensaje a mí, en primer lugar, me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida. Y me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido laurel. Infundiéronme voz divina para celebrar el futuro y el pasado y me encargaron alabar con himnos la estirpe de los felices Sempiternos y cantarles siempre a ellas mismas al principio y al final.”

Al comienzo de la Teogonía, Hesíodo evoca a las Musas, deidades de la memoria. Es interesante destacar que las Musas “Marchan al abrigo de la noche, envueltas en densa niebla”. Los cantos de las nueve hijas de Zeus son los cantos de la memoria atemporal, del recuerdo de lo eterno, que descansa latente en el interior del ser humano. Esta sabiduría, va a decir Sócrates, es olvidada cuando las personas venimos a la vida; en una clave humana, esta ignorancia y malestar provocados por el olvido, son las densas nieblas en las que descansa la conciencia humana. Pero son las Musas, que con sus bellas voces reviven el recuerdo, disipan las nieblas y la oscuridad de la noche, para así llegar al Olimpo, al monte “luminoso”, en contacto directo con los dioses sempiternos.
Atravesando la oscuridad, pero en movimiento helicoidal, en un movimiento ascendente, circular y acercándose al centro, llegan desde el Helicón al Olimpo. Tal vez este sea el viaje de la conciencia humana y el que relata Hesíodo; desde los estados de tiniebla, hasta la condición divina, como un héroe. Un camino ascendente y en espiral que parte del rebaño y alcanza el punto más elevado; tan elevado que se convierte en eterno.
Al retomar el relato Hesíodo, las Musas ya están en el Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro. “Ellas, lanzando al viento su voz inmortal, alaban con su canto primero, desde el origen, la augusta estirpe de los dioses a los que engendró Gea y el vasto Urano y los que de aquéllos nacieron, los dioses dadores de bienes.”

A las Musas “Las alumbró en Pieria, amancebada con el padre Crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones”. Las colinas de Eleuter, son las colinas de la libertad (ἐλευθερία=libertad), pues si las Musas cantan el recuerdo de lo que no perece, la memoria conduce a la libertad y esto es olvido de males y remedio de preocupaciones. Durante nueve noches se unieron la Voluntad y la Memoria, para que luego del paso del tiempo necesario, nacieran estas nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas sólo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, para alegrar a los dioses e inspirar a los hombres, celebrando las normas y sabias costumbres de los Inmortales.
Las Musas a los dioses brindan alegría y a los hombres que pretendan oírlas le brindan discernimiento, rectas sentencias, sabiduría y firmeza; estos hombres serán los reyes, vástagos directos de Zeus, pues a ellos “le derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen melifluas palabras. (…) Y cuando se dirige al tribunal, como a un dios le propician con dulce respeto y él brilla en medio del vulgo.”
“De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas (poetas y rapsodas) que hay sobre la tierra; y de Zeus, los reyes. ¡Dichoso aquel de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca.”

“(…) pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume afligido en su corazón, luego que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!”
Cosmogonía
Al principio era el Caos. Caos era el “espacio vacío” que contenía todo, pues su nombre significa “espacio que se abre”, “cavidad”, “hendidura”, “abismo” o “sima”. Caos conforma, de alguna manera, la unidad primordial del Universo, ya que nada hay fuera de él; todo se encuentra contenido en su interior, aunque de tal manera “caótica” que no puede ser comprendido por el ser humano y la vida manifestada aun, no podría gestarse. En los egipcios eran las Aguas Primordiales, el Ginnungagap nórdico, la noche bíblica; donde reside la deidad latente, que generalmente no suele nombrarse en las mitologías.

Luego surgirá Gea “la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo”. Gea o Gaia puede ser entendida como una personificación de la tierra, de la gran diosa madre, en torno de la cual el caos comenzará a ordenarse y hará posible la gestación de la vida. Gea es gigante, abundante, es materia fértil, nutridora, protectora, creadora y tiene el don de la profecía. En una clave es la materia primordial de la que habla Helena Blavatsky, que sustentará todas las formas de vida en su interior, similar a la Vaca Cósmica de numerosas tradiciones.

En el fondo de Gea está el tenebroso Tártaro. Este lugar, a donde van a parar las criaturas inmortales que son condenadas, está “más allá” de todos los lugares que son descriptos en la Teogonía; más allá del Hades, más allá del Jardín de las Hespérides, más allá del lugar donde Atlas sostiene al mundo. Como los dioses, titanes y demás seres inmortales no pueden morir, son condenados a terribles labores o a permanecer encerrados en el Tártaro; fuera del tiempo, de alguna manera, fuera de la manifestación. Son castigados con la imposibilidad de participar en la vida del mundo, aunque permanecen latentes hasta su turno de volver a aparecer en escena.

Es difícil encontrar una traducción para la palabra Tártaro, aunque su raíz nos recuerda la palabra “tortuga” (tartaruga en portugués, tartarūchus en latín), referida a ella como un demonio habitante del Tártaro; es curioso que la tortuga es un animal sagrado, símbolo del tiempo eterno, relacionado con la armonía (la lira de Apolo tiene caparazón de tortuga), y en algunas representaciones, sostiene el mundo sobre sus espaldas.[1]
Por último, surgió Eros, la manifestación del amor primordial, el amor como la fuerza que mantiene unidas las partes separadas, en este caso, del cosmos completo. Eros, “el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos”, es el impulso primordial que lleva a la vida a gestarse. Y como nos recuerda Hesíodo, es el amor lo que despierta la voluntad en el corazón para que la vida surja; así en el Cosmos como en el Hombre.
En esta primera etapa de desarrollo del universo, hace la aparición la primera tríada divina, Caos, el vacío; Gea, que todo lo abarca y Eros, el amor que todo unifica. Así sentarán las bases y el material primordial para que la vida comience a gestarse. Antes que nada, la unidad.
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En la siguiente entrega destacaremos el lugar de los titanes, los primeros seres gestados y su descendencia; así como los hijos de la noche y las deidades relacionadas al mar.
Franco P. Soffietti
[1] Cuentan las tradiciones que a Esquilo lo mató una tortuga que, arrojada por un águila, golpeó su cabeza, como “castigo” por romper su voto de silencio y hablar de más, sobre los misterios del mundo.
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