Cosmovisión azteca
Las tradiciones aztecas fueron, en su mayoría, tomadas de los toltecas, pueblo conocido por ser los grandes constructores de Mesoamérica. La cosmovisión azteca se asemeja a la de casi todas las culturas clásicas que hoy tenemos conocimiento.
En un primer entonces había una deidad absoluta antes de la creación del cosmos. Este Dios es conocido como Tloque Nahuaque (dios de la “inmediata proximidad”, “dueño de la cercanía y del anillo inmenso que circunda al mundo”) o Ipalnemohuani (“Aquel por lo que todo vive”). También lo conocían como Noche y Viento (pues como Dios Supremo es invisible como la noche e impalpable como el viento) y como “El que se forja a sí mismo con el pensamiento”.
Como todo en la Naturaleza se manifiesta en relación con su opuesto y la mente humana no puede concebir el uno sin el dos, esta deidad fue llamada Ometeotl, dios de la dualidad, que se desdobla en un principio masculino, Ometecutli (Señor Dos), y otro femenino Omecihuatl (Señora Dos), Padre y Madre de todos los seres vivos, que viven en el lugar de la dualidad. De esta pareja primordial nacerían las cuatro deidades creadoras, de las cuales surge la creación, el Cosmos.

Las cuatro deidades creadoras, relacionadas con los puntos cardinales (por delimitar el espacio en que se crea el mundo) eran: Tezcatlipoca Negro hacia el N, Xipe Totec hacia el E, Huitzilopochtli al S y Quetzalcóatl al O[1].


Los aztecas comentan que actualmente estamos viviendo la “Era del Quinto Sol” o “Quincunce”. En la Piedra del Sol podemos encontrar registros y características de esta era. Esta quinta edad viene como continuación de cuatro etapas anteriores.
Es interesante ver la concepción de lo cíclico que presentan los aztecas: cuatro eras que nacen, se desarrollan y terminan, evolucionando sucesivamente, para dar nacimiento a una nueva. De alguna manera la quinta era es la más perfeccionada hasta el momento, pero no es la última. Al respecto de la Quinta Edad, como el vértice de una pirámide, no es solo el vértice lo que hace a una pirámide, si no que se puede sostener en las 4 caras y la base. Las edades anteriores hacen de fundamento para las posteriores y de lo menos sutil, se avanza a lo más sutil. La quinta era es una edad nueva, síntesis de las otras.

La primera de estas edades es la del Sol de Noche o de Tierra, representada por el jaguar y está bajo el gobierno de Tezcatlipoca; en esta etapa vivían personas gigantes que fueron devoradas por jaguares.
La segunda era es el Sol de Viento, a cargo de Quetzalcóatl, la cual finalizó por huracanes. Luego viene el tiempo del Sol de Fuego en manos de Tlaloc, que finaliza por una lluvia de fuego producto de un volcán. Su esposa, Chalchiuhtlicue diosa del agua, rigió la cuarta era, la del Sol de Agua; curiosamente, su tiempo finaliza por una gran inundación donde mueren todos los seres humanos y una sola pareja se salva para dar vida a la quinta era. Este Quinto Sol, es el Sol del Movimiento, la síntesis de las cuatro eras anteriores, bajo la tutela de Tonatiuh, dios del Sol. El ser humano en esta Quinta Era es creado por Quetzalcóatl. El “peligro” de esta era cuya cualidad es el movimiento, lo encontramos en la inercia. Lo que está vivo, está en movimiento; la muerte es la quietud, la inercia.

Tal vez por este motivo fue fundamental la presencia de Huitzilopochtli para esta civilización, también conocida como mexica[2]. Huitzilopochtli el dios de la Guerra Florida, de la actividad continua, de la victoria que hace florecer el Alma y de la expansión exterior. También se le representa como un colibrí (símbolo del alma) que eleva su vuelo hasta fundirse en la luz de la atmósfera solar.
Huitzilopochtli era un dios guerrero y esto marcó fuertemente la mentalidad azteca. Semejante a Atenea en Grecia (diosa de la guerra y la sabiduría), nace armado y nace de su madre (sin padre)[3]. La actividad, el trabajo, la lucha interior, que hacen que florezca el alma. Es la deidad que rige por el florecimiento de la virtud en el ser humano, para que despierte el bien, la verdad, la bondad y la justicia en cada uno. Cuando el Alma florece y está encendida, esto se muestra hacia afuera, como las flores. Por eso la guerra de Huitzilopochtli, es interior-exterior.
Según los sabios aztecas, el ser humano es la encarnación de una partícula del Espíritu Celeste. El Alma del hombre proviene del Sol y a él ha de volver volando tras numerosas encarnaciones y pruebas, así es que el alma se ve simbolizada como colibríes y águilas. Por eso al Sol se le llama «el rey de los que vuelven». Su casa es el firmamento y está rodeada de turquesas y de plumas de quetzal de las almas que han regresado a su estado inicial de Unidad.
La otra deidad crucial que marca con su vida y hazañas los trabajos que debe realizar el alma para asemejarse más a lo divino, y no volver más a esta tierra es Quetzalcóatl, la “serpiente emplumada”. Huitzilopochtli, quien marca la senda de la Guerra mágica, de la Conquista interior y el segundo representa la senda de la Sabiduría y de la purificación del alma.
En algunas versiones, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl son hermanos, representantes de la dualidad, ya que el primero simboliza la lucha por la conquista interior, de la propia identidad y el segundo, es la conquista a través de la sabiduría, de la purificación del alma. Son dos movimientos mediante los cuales el alma humana fortalece en vida sus alas para emprender el vuelo hacia el Sol y alcanzarlo.

¿Qué representa Quetzalcóatl?
Este es uno de los dioses más importantes de la cosmogonía prehispánica. Literalmente, Quetzalcóatl significa “Serpiente (cóatl) emplumada (quetzal)”. La serpiente en esta faceta representa el mundo material, de los instintos, las pasiones, lo que no camina ni vuela, si no que se arrastra. Este símbolo, común en todo América y el mundo, domina el ámbito terrestre y en el ser humano representa los defectos, los vicios, los deseos egoístas, las limitaciones. Pero la serpiente, en su interior guarda la sabiduría. El quetzal, ave de bello plumaje, domina el ámbito celeste y representa los principios espirituales del conocimiento, la moral, la cultura, la filosofía y la fertilidad. De esta forma, Quetzalcóatl une el inframundo con los cielos; el cuerpo y el espíritu; el ser y el existir, siendo un modelo arquetípico de ser humano.
Quetzalcóatl logra penetrar en el seno de la materia, para descubrir el espíritu; logra abrir conscientemente las verdes alas de quetzal para ascender hacia el Sol. Quetzalcóatl representa entonces al ser humano que logra superar conscientemente la materia y alcanzar lo eterno.

Las enseñanzas de Quetzalcóatl quedaron recogidas en ciertos documentos llamados Huehuetlahtolli («antiguas palabras»), transmitidos por tradición oral y puestos por escrito por los primeros cronistas españoles.
Este personaje parece ser una deidad “fractal” ya que se manifiesta en múltiples planos. En una esfera cósmica puede ser visto como dios creador, como regente de la Segunda Era y como creador de la Quinta Humanidad. En una clave socio-política es el gobernante legendario de las épocas doradas aztecas, ya que, según la mitología mexica, Quetzalcóatl fue también el rey sacerdote de la ciudad de Tollán, donde reinaban la bondad y la rectitud. Finalmente, en una dimensión humana-ética, representa al héroe, por su aspecto unificador.
Asociado con la vida, la luz, el color blanco, la fertilidad, la civilización y el conocimiento, Quetzalcóatl también se vincula con el viento sagrado y el aliento vital que da vida a los seres. Como dios del viento limpia la superficie para que luego venga Tlaloc, importantísima deidad de la lluvia, mediante la cual se riegan los campos y se genera la vida.

El concepto simbólico de la lluvia es muy interesante, pues es símbolo de aquello que desciende del “cielo” y fertiliza la “tierra”; en una clave filosófica, la lluvia es el envío de lo divino que llega al mundo manifestado y permite que surja la vida interior en el ser humano y exterior en los campos.
Así Tlaloc, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl rigen en conjunto la vida humana. En las representaciones de este héroe-dios en Teotihuacán en el Templo de Quetzalcóatl, puede verse a la serpiente emplumada surgiendo de una flor; pues Quetzalcóatl es el resultado de la Guerra Florida. Además, por tener oídos con forma de caracola, es el sabio que aprendió a oír el infinito; la caracola es símbolo de lo infinito, de la eternidad representado por un espiral áureo.

Otra conocida representación de Quetzalcóatl lo muestra como un ser que, de lo más elevado de sí, sale una flor que alimenta un colibrí. De alguna manera la flor que resulta de la lucha interior (Huitzilopochtli) y que floreció por la ayuda de Tlaloc, lo mejor de Quetzalcóatl, alimenta las almas.

Astrológica y astronómicamente, Quetzalcóatl era asociado al planeta Venus como estrella matutina y por ello es denominado “el doble precioso” al considerárselo hermano del Tezcatlipoca, la estrella vespertina. Según las tradiciones, este dios es hijo de Chimalma y es hermano gemelo de Xolotl, quien guía las almas en su paso por el inframundo, mientras Quetzalcóatl guía a los vivos, al ser humano hacia la vida eterna o consciente.
Franco P. Soffietti
Referencias:
1 – “La filosofía del pueblo del Sol”: https://biblioteca.acropolis.org/la-filosofia-del-pueblo-del-sol/
2 – “Mitología azteca” de Luis Guzmán-Roca, editorial Gradifco (2004).
[1] El punto cardinal del oeste se relaciona con la muerte, por ser la dirección en que el día llega a su fin, así como el este se vincula al nacimiento. En Egipto, por ejemplo, Osiris era señor del occidente.
[2] De aquí el nombre del actual país de México.
[3] Atenea es hija de Zeus, nace de padre, sin madre.
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