Continuamos en esta oportunidad, con la serie de artículos dedicados al diálogo platónico Timeo, que comenzó con el artículo: «Extractos del diálogo platónico Timeo (I): La creación del mundo y la naturaleza del tiempo» Siguiendo el orden del escrito, continuaremos por revisar, en esta creación del universo, cómo llegan los seres vivos en general y el ser humano en particular, a la vida.
El nacimiento de los dioses
Creyó [el Demiurgo] que todas las especies que el espíritu concibe en el animal realmente existente, debían existir en el mismo número y las mismas en el universo. («Etimología: Cosmos»)
Y bien, estas son cuatro; primero, la raza celeste de los dioses; en seguida, la raza alada, que vive en los aires; en tercer lugar, la que vive en las aguas; y en fin, la que marcha en la tierra en que habita.
La especie divina la compuso Dios casi enteramente de fuego, para que apareciese muy brillante y muy bella; la hizo perfectamente redonda, para que remedase al universo; le dio el conocimiento del bien, para que marchase de acuerdo con el mundo; y la distribuyó por toda la extensión del cielo, para derramar por todas partes la variedad y la hermosura. Cada uno de estos dioses recibió dos movimientos; en virtud del uno, se mueven, sobre sí mismos con uniformidad y sin mudar de lugar, porque perseveran en la contemplación de lo que no pasa; en virtud del otro, marchan hacia adelante, porque son dominados por la revolución de lo mismo y de lo semejante. Pero les quitó los otros cinco movimientos, a fin de que cada uno de ellos tuviese toda la perfección posible.
He aquí, según dicen, y no debemos ponerlo en duda, la genealogía de estos dioses. De la Tierra y del Cielo nacieron el Océano y Tetis; de estos, Forcis, Saturno, Rea y otros muchos; de Saturno y Rea, Júpiter y Juno, y todos los hermanos que se les atribuye, lo mismo que toda su posteridad.
Cuando todos estos dioses vinieron á la vida, lo mismo los que realizan manifiestamente sus evoluciones, que los que sólo hacen su aparición cuando quieren, el Autor del universo les habló de esta manera:
“Dioses, hijos de los dioses, vosotros, de quienes soy yo autor y padre, vosotros sois indisolubles, porque yo lo quiero. Todo lo que es compuesto puede ser disuelto; pero sólo un mal intencionado puede querer disolver lo que es bello y bien proporcionado.«

El nacimiento de los demás seres vivos
«Ahora escuchadme y sabed lo que espero de vosotros. Tres razas mortales quedan aún por nacer. Si no existiesen, el mundo seria imperfecto, porque no encerraría todas las especies de animales, y sin esto no puede darse la perfección. Ahora bien, si recibiesen de mi la existencia y la vida, serian semejantes a los dioses. Para que sean inmortales, y que este universo sea naturalmente el universo, aplicaos, según vuestra naturaleza, a formar estos animales, imitando el poder a que debéis vosotros la existencia. Con respecto a los animales, que habrán de alcanzar el nombre de inmortales, poseer una parte divina y servir de guías a los demás animales que quieran ser justos, siguiendo vuestros pasos, yo os daré la semilla y el principio para su formación. Después vosotros ligareis una parte mortal a la inmortal, formareis de esto los animales, los liareis crecer, suministrándoles alimentos; y cuando mueran, los recibiréis en vuestro seno.
El primer nacimiento seria el mismo primitivamente para todos a fin de que ninguno pudiese quejarse de Dios.
Cuando por una ley fatal las almas estén unidas a cuerpos, y que estos cuerpos reciban y pierdan sin cesar nuevas partes, estas impresiones violentas producirán, en primer lugar, la sensación común a todos; en segundo lugar, el amor mezclado con placer y con pena; y después, el temor, la cólera, y todas las pasiones que nacen de éstas o son sus contrarias; que los que lleguen a dominarlas, vivirán en la justicia, así como en la injusticia los que se dejen dominar por ellas; que el que haga buen uso del tiempo, que se le haya concedido para vivir, volverá al astro que le sea propio, permanecerá allí y pasará una vida feliz.
Que ni sus metamorfosis ni sus tormentos concluirán en tanto que, dejándose gobernar por la revolución de lo mismo y de lo semejante y domando mediante la razón esta masa irracional, esta oleada tumultuosa de las partes del fuego, agua, aire y tierra, añadidas más tarde a su naturaleza, no se haga digno de recobrar su primera y excelente condición.”
Dios dejó a los dioses jóvenes el cuidado de formar cuerpos mortales, añadir al alma humana lo que aún le faltaba, proveer a todas sus necesidades y, en fin, guiar y conducir este animal mortal lo mejor y lo más sabiamente posible, a menos que no se haga él mismo causa de sus propias desgracias.
Establecido este orden, el Autor de las cosas entró de nuevo en su reposo acostumbrado. Mientras descansaba, sus hijos, conformándose con el plan de su padre, tomaron el principio inmortal del animal mortal.
Cuando el cuerpo se vio afectado por un fuego exterior, por la dureza de la tierra, por las exhalaciones húmedas del agua, o por la violencia de los vientos llevados por el aire, movimientos que pasan todos del cuerpo al alma, y que han sido y son hoy todavía llamados en general sensaciones. Estas sensaciones excitaron entonces grandes y numerosas emociones, y viniendo a encontrarse con la corriente interior, agitaron con violencia los círculos del alma; detuvieron enteramente por su tendencia contraria el movimiento de lo mismo; le impidieron proseguir y terminar su carrera, é introdujeron el desorden en el movimiento de lo otro.
Sucede a veces que, sensaciones venidas de fuera, conmueven el alma y la invaden en toda su extensión; y entonces, destinadas como están a obedecer, quieren al parecer mandar.
A causa de todas estas diversas impresiones, parece el alma, hoy como en los primeros tiempos, privada de inteligencia en el acto de ser encadenada a un cuerpo mortal. Pero cuando la corriente de alimento y de crecimiento disminuye, y los círculos del alma, entrando en reposo, siguen su vía propia y se moderan con el tiempo, entonces arreglando sus movimientos a imitación del de los círculos, que abraza toda la naturaleza, no se engañan ya sobre lo mismo y sobre lo otro, y hacen sabio al hombre, en quien se encuentran. Y si a esto se agrega una buena educación, el hombre completo y perfectamente sano nada tiene que temer de la más grande de las enfermedades.

Composición del ser humano
Los dioses encerraron los dos círculos divinos del alma en un cuerpo esférico, que construyeron á imagen de la forma redonda del universo, que es a lo que nosotros llamamos cabeza, la parte más divina de nuestro cuerpo y la que manda a todas las demás. Así es que los dioses sometieron a ella el cuerpo entero, haciéndole su servidor, en concepto de que participaría ella de todos sus movimientos en diversos sentidos.
Antes que ningún otro órgano, los dioses fabricaron y colocaron los ojos, que nos procuran la luz. Ved cómo. De la parte de fuego, que no tiene la propiedad de quemar sino tan solo la de producir esta luz dulce, de que se forma el día, compusieron un cuerpo particular.
Entre todos los seres, la inteligencia sólo puede pertenecer al alma, y el alma es invisible, mientras que el fuego, el agua, el aire y la tierra son cuerpos esencialmente visibles. Y el deber del amigo de la inteligencia y de la ciencia consiste en indagar, en primer lugar, las causas racionales; y sólo en segundo lugar, las que mueven y son movidas por una especie de necesidad. He aquí los principios porque debemos gobernarnos.
La maravillosa utilidad de la vista («Los ojos y las ideas platónicas»), a mi parecer, es, que jamás hubiéramos podido discurrir, como lo hacemos, acerca del cielo y del universo, si no hubiéramos estado en posición de contemplar el Sol y los astros, La observación del día y de la noche, las revoluciones de los meses y de los años nos han suministrado el número, revelado el tiempo, e inspirado el deseo de conocer la naturaleza y el mundo. Así ha nacido la filosofía, el más precioso de los presentes que los dioses han hecho y pueden hacer a la raza mortal.
A fin de que, instruidos por este espectáculo y atendiendo a la rectitud natural de la razón, aprendamos, al imitar los movimientos perfectamente regulares de la divinidad, a corregir la irregularidad de los nuestros.
La misma observación cabe respecto de la voz y del oído, y son las mismas las razones que han tenido en cuenta los dioses al hacernos este presente. La palabra ha sido instituida para el mismo fin que la vista, y concurre a él notablemente; y si el oído ha recibido la facultad de percibir los sonidos músicos, cuya importancia es incontestable, es a causa de la armonía. La armonía, cuyos movimientos son semejantes a los de nuestra alma.
Las musas nos han dado la armonía, para ayudamos a arreglar según ella y someter a sus leyes los movimientos desordenados de nuestra alma.
Precisiones sobre el origen del Cosmos
El origen de este mundo se debe, en efecto, a la acción doble de la necesidad y de la inteligencia. Superior a la necesidad, la inteligencia la convenció de que debía dirigir al bien la mayor parte de las cosas creadas, y por haberse dejado persuadir la necesidad por los consejos de la sabiduría, se formó en el principio el universo («El cosmos: la unión entre el cielo y la tierra en las diferentes culturas»).
Hasta ahora sólo habíamos reconocido dos especies de seres, y ahora tenemos que admitir una tercera. En nuestro precedente discurso nos bastaron las dos especies: la una inteligible y siempre la misma, el modelo; la otra visible y producida.
Pero el curso de esta discusión me obliga a explicaros, en cuanto me sea posible, una especie muy difícil de entender y muy oscura. ¿En qué consiste? ¿Cuál es su naturaleza? Consiste, sin duda, en ser el receptáculo y, por decirlo así, la nodriza de todo lo que nace.
Si a un lingote de oro se le diese toda especie de formas, se mudase sin cesar cada una de ellas en todas las demás, y, presentando una de estas formas, se preguntase: ¿qué es esto? Diría verdad el que respondiese: es oro. En cuanto al triángulo y todas las demás figuras que este oro pudiera revestir, no sería preciso designarlas como seres, puesto que mudan a medida que se las producen; y si alguno quisiera saber el nombre de tal o de cual apariencia, se le diría que era apariencia y nada más. Todo esto es perfectamente aplicable al principio que contiene todos los cuerpos en sí mismo.
Es preciso llamarle siempre con el mismo nombre, porque no muda jamás de naturaleza. Recibe continuamente todas las cosas en su seno, sin tomar absolutamente ninguna de sus formas particulares. Es el fondo y la sustancia de todo lo que existe y no tiene otro movimiento, ni otra forma, que la forma y el movimiento de los seres que él encierra. De ellos es de donde toma sus diferencias.
Ahora debemos concebir tres géneros diferentes: lo que es producido, aquello en lo que es producido, aquello de dónde o a semejanza de lo que es producido.
Puede compararse con exactitud lo que recibe, a la madre; lo que suministra el modelo, al padre; y al hijo toda la naturaleza intermedia.
Pero es preciso concebir bien, que debiendo mostrarse las copias bajo los aspectos más diversos, el ser, en cuyo seno aparecen así formadas, no llenarla su destino, si no estuviera privado de todas las formas que debe recibir. Por consiguiente, esta madre de las cosas, este receptáculo de todo lo visible y sensible, no lo llamaremos tierra, ni aire, ni fuego, ni agua, ni ninguna otra cosa de las que proceden de ellos ni de las que ellos proceden. No nos engañaremos, si decimos que es una especie de ser invisible é informe, propio para recibir en su seno todas las cosas, que participa de lo inteligible de una manera oscura e inexplicable.
Es preciso reconocer, en seguida, una segunda especie, semejante a la primera y con el mismo nombre que ella, pero sensible, engendrada, siempre móvil, naciendo en cierto lugar, para después desaparecer y morir, y que nosotros conocemos mediante la opinión unida a la sensibilidad. Es preciso, en fin, reconocer una tercera especie, la del lugar eterno, que no puede ser destruido, que sirve de teatro a todo lo que nace que, sin estar sometido a los sentidos, es sólo perceptible a una especie de razonamiento bastardo, al que apenas damos crédito. El ser, el lugar y la generación son tres principios distintos, anteriores a la formación del mundo.
La nodriza de la generación, humedecida, inflamada, recibiendo las formas de la tierra y del aire, sufriendo a la vez todas las modificaciones, que son su resultado, presentaba a la vista una maravillosa variedad; sometida a fuerzas desemejantes y desequilibradas, no podía ella mantenerse en equilibrio; entregada al azar en todos sentidos, recibía a la vez el impulso de estas fuerzas y las imprimía una agitación desordenada. Arrojadas las unas a un lado, las otras a otro, las partes diferentes se separaban.
Las cuatro especies de cuerpos agitadas en la sustancia, que las había recibido en su seno, y que se movía ella misma a la manera del bieldo, se separaron, aislándose las partes desemejantes, buscándose y reuniéndose las semejantes; de suerte que estos cuerpos ocupaban ya regiones diferentes antes del nacimiento del orden y del universo.
Pero entonces estaban dispuestos sin razón y sin medida. Cuando Dios decidió ordenar el universo, el fuego, la tierra, el aire y el agua, llevaban ya señales de su propia naturaleza; pero estaban en la situación en que deben encontrarse las cosas, en que falta Dios, que comenzó por distinguirlas por medio de formas y de números. Dios sacó las cosas de la agitación y confusión en que estaban, y las dio la mayor belleza, la mayor perfección posible. No nos separemos nunca de este principio.

La generación de los elementos y su geometría
Asignemos cada una de las figuras de que acabamos de hablar, al fuego, a la tierra, al agua y al aire.
Demos a la tierra la figura cúbica. La tierra es, en efecto, el más noble de los cuatro cuerpos (elementales) y el más capaz de recibir una forma determinada; y estas cualidades suponen en el cuerpo que las tiene, las bases más firmes.
No es menos probable que debe atribuirse la forma menos móvil al agua, la más móvil al fuego, y la que es un término medio al aire; el cuerpo más sutil al fuego, el más grueso al agua, y el que ocupa un lugar intermedio al aire. En la misma forma debe referirse el cuerpo más agudo al fuego; el que sigue a éste, al aire; y el tercero, al agua.
Digamos, pues, conforme a lo que dictan la recta razón y la probabilidad, que el sólido, que tiene la forma de una pirámide, es el elemento y el germen del fuego; que el segundo, cuya formación hemos expuesto, es el del aire; y el tercero el del agua. Dios, por todos los medios a que se prestó la necesidad, convencida por la inteligencia, arregló y ordenó todas estas cosas con una perfecta exactitud, haciendo que reinaran por todas partes la proporción y la armonía.
¿Qué es el movimiento y qué el reposo? ¿Cómo y por qué medios se han producido?
Donde reina la uniformidad, no puede haber movimiento. En efecto, que haya una cosa movida sin un motor, o un motor sin una cosa movida, esto es muy difícil o más bien imposible. Se sigue de aquí, que es preciso referir el reposo a la uniformidad, y a la diversidad el movimiento. La diversidad tiene su causa en la desigualdad.
Pero, ¿de dónde procede que los cuerpos, después de haberse separado por géneros, no cesan de moverse y de trasladarse de un punto a otro?
El contorno del universo, envolviendo todos los géneros de seres, y tendiendo, por la naturaleza de su forma esférica, a concentrarse en sí mismo, estrecha todos los cuerpos, y no permite que quede lugar alguno vacío. Por esto el fuego está principalmente derramado por todo el espacio; después el aire, porque es el que ocupa el segundo lugar por su tenuidad; y así de los demás géneros.
Una diversidad, que sin cesar se renueva, produce un movimiento, que se repite y se repetirá sin cesar también.
Mariano Suarez
En el próximo artículo finalizaremos con el diálogo, poniendo especial énfasis en la salud y la armonía del ser humano y cómo alcanzarla…
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